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24/4/17

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Alternativas

Hoy estaba feliz. Hasta hace una hora, ha sido un día radiante marcado por la lejanía de Le Pen al Elíseo (aunque un 22% la ha votado), la falta de clase de matemáticas en el horario de hoy y demás pequeños factores que, acumulados, dan una sensación de que todo marcha. Además, ayer comí croquetas, y la opiácea felicidad que estas dejan tras de sí no se va con facilidad.
Tanta era mi dicha hoy que hasta fui contento a mi particular de matemáticas. Sobreviví a la estadística y la probabilidad, y, al salir... Al salir, todo se torció.
Veréis: desde hace varios días no encuentro mis auriculares. Así pues, para no morir de aburrimiento en el trayecto de vuelta a casa, decidí entregar mis oídos al paisaje sonoro de la ciudad. Estaba disfrutando de la mezcolanza acústica de mis pasos con los del resto de viandantes, de las conversaciones ajenas indefinidas... incluso estaba disfrutando de los ¿cláxones? de los coches. En particular, había uno que se repetía. Su bramido insistente se me hacía cada vez más cercano, hasta que sentí la presencia del automóvil en cuestión, que sonó una vez más, al lado mío (conste que iba por la acera). Me quedé bloqueado al verlo allí parado.
Desde que soy miope, saludar se ha convertido en una ciencia aún más compleja: ¿cómo voy a decir "hasta luego" a tiempo si no reconozco a la gente hasta que mi mente dibuja una borrosa imagen que puedo tardar segundos en procesar? En este caso, la vida me quiso poner aún más a prueba: imaginaos esta situación cuando, además, hay entre ambas personas una ventanilla.
¿Conocía a ese ser que pitaba tras el cristal? Si saludaba a alguien sin motivo, sería hacer el ridículo. Pero la marca del coche me recordó a un conocido con el que quedaría muy mal pasando de largo después de haber inclinado claramente mi cabeza hacia el utilitario. Así pues, una fuerza dentro de mí me arrastró a realizar lo que se conoce como "huida hacia delante": levanté generosamente la cabeza, sonriendo, y casi grité "¡Hasta luego!". Era demasiado tarde cuando quise descubrir que el vehículo estaba al lado de un parking.
Avergonzado, emprendí la retirada, planeando el camino por sendas peatonales donde ningún burlesco conductor pudiera seguir confundiéndome. Pero tan solo unos metros después, el mismo pitido volvió a mis oídos. Si quedaba alguna posibilidad de que ese hombre me conociera, me estaba llamando, algo quería. En cualquier caso, esta vez seguí adelante. La llamada cesó.

Nunca había obrado mal ante dos alternativas contrarias a la vez. Si me veis a partir de ahora, con otra identidad, aspecto, y en otro país, no llaméis a las autoridades. La DGT, un conocido y un loquero me están buscando.

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