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5/12/18

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La otra mejilla

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Como muchos de mis millones de lectores sabréis ya, me encuentro estudiando en Oviedo desde hace más de un año. Aquí, he tenido la suerte de hallar un grupo de personas que puedo considerar amigos. Pero a veces la amistad no es fácil de definir. Ayer mismo me hicieron replanteármela con una aparentemente sencilla pregunta:
“Si nos metiéramos en una pelea, ¿entrarías a defendernos?”
Os animo a responder esta cuestión individualmente. Mi primera respuesta fue “Si logro disolverla, sí; si va a ser inútil, prefiero ir llamando a la policía”, y causó un gran rechazo: “Pero Miguel, ¿cómo podrías mirarme a la cara después?”
Bien, en este texto voy a intentar desgranar los motivos que amparan el cabreo de un amigo que no te ve entrar en una pelea para defenderle, aún significando claramente (y desde el principio) que no se logren una sino dos palizas.

Pintemos la situación: volviendo de fiesta, un chaval increpa al amigo con el que vamos y se enzarzan a unos metros de distancia. El inesperado contrincante es un armario de 3x2 con tatuajes y sin piedad, aunque (y esto es importante para más tarde) no lleva un arma blanca potencialmente mortal. Resulta claro, tanto para ti como para tu amigo, que la única diferencia que puede suponer el hecho de que entremos a intentar defenderle es que seamos dos personas, y no una, las que acabemos magulladas.
Ahora estudiemos las dos únicas alternativas posibles. No olvidemos que, instintivamente, las decisiones se toman muchas veces por comparación con su alternativa:
·         Si no entramos (y vamos llamando a la policía desde lejos):
o   Pegan a nuestro amigo.
·         Si entramos:
o   Pegan a nuestro amigo.
o   Nos pegan a nosotros.
A continuación empiezan mis conjeturas: ¿por qué, a pesar del balance aparentemente negativo fruto de entrar en la pelea, lo habríamos de hacer? No hay cerebro que decida así. Resulta frío y parece de psicópata estudiarlo, pero este era desde el principio nuestro objetivo (dar respuesta a la cuestión), y no puedo, simplemente, conformarme con esta incógnita, asumir esta contradicción. Dándole vueltas, me di cuenta de que estaba olvidando una serie de factores que daban la vuelta al resultado:
·         Si no entramos:
o   Pegan a nuestro amigo.
o   Nuestro amigo se siente doblemente dolido al sentir la deslealtad de no ser defendido por nosotros, aún siendo manifiestamente inútil intentarlo.
o   Debido al apartado anterior, sentiremos culpabilidad por abandonar a nuestro amigo (y no puedo dejar fuera este factor, porque opino que no hay altruismo que no se base, en el fondo, en nuestro propio egoísmo).
·         Si entramos:
o   Pegan a nuestro amigo.
Ahora sí tiene sentido. Escogemos la opción de entrar porque la lealtad implícita en la amistad exige que aparentemos intentarlo a pesar de las circunstancias. Pero, si sabemos a priori que es inútil, ¿no es esto equivalente a decir que la lealtad exige, directamente, que nos partan la cara para reconfortar a nuestro amigo? ¿No tiene esto una base posesiva en la que nuestro amigo se ofende si no nos lanzamos al mismo destino, cosa que hacemos porque nos compadecemos automáticamente del que está siendo aporreado? Puede que el concepto de lealtad, en determinadas situaciones, fuera un obstáculo para el máximo bienestar posible de los componentes de este binomio. Que no fuera práctico.

Desgraciadamente, dudo que puedan existir amistades en las que se puedan consensuar cosas así. Los instintos animales nos dominan, y encontrárselos en la base al desmigajar las motivaciones  del comportamiento humano resulta sencillamente descorazonador. Descubres actitudes que, a ojos de la razón, son absurdas, y sin embargo, debes seguir aplicándolas si quieres mantener los sentimientos que unen una amistad.
Dudo que pueda lograrse una amistad tan consensuada, y en la que exista tantísima confianza, que se acuerde no defenderse en una pelea en casos en los que sea inútil sin que esto conlleve los sentimientos distanciadores propios de una traición. Así que hagamos un poco de trampa y, como he hecho en la última comparación de alternativas, incluyamos las absurdeces también en la ecuación. Así, tanto el análisis de la pregunta primigenia como la respuesta del instinto te llevarán a lo mismo: defender a tu amigo.

Aún habrá quien dude de que estos comportamientos sean absurdos. Bien, si no fueran absurdos, al menos deberían ser coherentes con todas las situaciones. Pongamos unos cuantos ejemplos en los que el dolor de tu amigo compite con tu necesidad de salvarte a ti mismo o mejorar tus condiciones… y en los que la respuesta no está tan clara.

·         Tienes que competir con él por una plaza en un trabajo.
·         Quieres mudarte a la otra punta del mundo para rehacer tu vida y lo dejarás solo.
·         Estáis enamorados de la misma persona.

¿Qué diferencia esto de una pelea? Las únicas dos respuestas a esto dejan intacto lo retórico de esta pregunta:

1.      Parece extraño situar el interés de tu amigo por encima del tuyo en este caso porque poca gente ha hecho el esfuerzo de darse cuenta de que la situación es (prácticamente) idéntica y decidirse por una actitud u otra para ser coherentes, y la sociedad crea una cultura en la que, entre otras cosas, se asume esto como normal. Y tus amigos y tú pertenecéis a la sociedad.
2.      En los ejemplos anteriores se toman decisiones meditadas, con tiempo para razonar la respuesta y tomar una decisión. En una pelea no se toman decisiones meditadas. Los comportamientos absurdos (desde el punto de vista racional) toman la delantera.


No sé si se empieza a ver por dónde van los tiros. Tal vez el error haya sido preguntarme qué haría en una pelea… sin estar en una pelea. Hay respuestas que no se han de dar meditadamente y con tiempo, pues a la hora de la verdad, el resultado puede ser muy diferente. No siempre tiene sentido razonar.

Espero no acordarme de estas conclusiones a la hora de la verdad, pues la reminiscencia de esta deconstrucción me pondría más difícil actuar de manera instintiva. ¿Y por qué sigo empeñado en actuar, si ya hemos visto que es absurdo? Pues bueno, ya que sentir nos hace humanos pero he sido obligado a dar una respuesta y esto me hace pensar sin sentir, voy a incluir los sentimientos en la ecuación como he dicho antes. No hacerlo sería un error, un error que (por muy injustamente que lo haga) podría acabar con nuestras amistades, y eso sí que sería un mal balance.
Concluyendo: previsiblemente (pues insisto, ahora mismo no respondo en contexto), estoy dispuesto a que me peguen por solidaridad, decida en ese momento mi instinto o mi recuerdo de estas cavilaciones (que no lo sé). Estoy dispuesto a aguantar dolor físico por no agitar el dolor emocional de mi amigo y mío.

La cuestión de hasta qué punto tiene fácil respuesta: hasta que el dolor físico supere al resto. Entre llevarte una torta por tu amigo y entrar a defenderlo cuando lo acorralan cincuenta neonazis con navajas existe un término medio. Para mí, la amenaza de la rotura de un hueso, por ejemplo, del brazo, es el límite.

Pon la otra mejilla, pero no el otro brazo.

2 comentarios:

  1. En fin...de todas maneras...todo no se puede racionalizar, no crees?
    Aunque conviene no dejarse llevar siempre por ellos,... muchas veces nos mueve el impulso, no crees?

    M.Carmen

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    1. Todo se puede racionalizar, o al menos se puede intentar con todo. La pregunta es... ¿tiene sentido esto? Bueno, depende de si contribuye a tu felicidad y bienestar. Generalmente, hay un punto en que dar vía libre a nuestro instinto es mejor.

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