Como
muchos de mis millones de lectores sabréis ya, me encuentro estudiando en
Oviedo desde hace más de un año. Aquí, he tenido la suerte de hallar un grupo
de personas que puedo considerar amigos. Pero a veces la amistad no es fácil de
definir. Ayer mismo me hicieron replanteármela con una aparentemente sencilla
pregunta:
“Si
nos metiéramos en una pelea, ¿entrarías a defendernos?”
Os
animo a responder esta cuestión individualmente. Mi primera respuesta fue “Si
logro disolverla, sí; si va a ser inútil, prefiero ir llamando a la policía”, y
causó un gran rechazo: “Pero Miguel, ¿cómo podrías mirarme a la cara después?”
Bien,
en este texto voy a intentar desgranar los motivos que amparan el cabreo de un
amigo que no te ve entrar en una pelea para defenderle, aún significando
claramente (y desde el principio) que no se logren una sino dos palizas.
Pintemos
la situación: volviendo de fiesta, un chaval increpa al amigo con el que vamos y
se enzarzan a unos metros de distancia. El inesperado contrincante es un
armario de 3x2 con tatuajes y sin piedad, aunque (y esto es importante para más
tarde) no lleva un arma blanca potencialmente mortal. Resulta claro, tanto para
ti como para tu amigo, que la única diferencia que puede suponer el
hecho de que entremos a intentar defenderle es que seamos dos personas, y no
una, las que acabemos magulladas.
Ahora
estudiemos las dos únicas alternativas posibles. No olvidemos que,
instintivamente, las decisiones se toman muchas veces por comparación con su
alternativa:
·
Si no entramos (y vamos
llamando a la policía desde lejos):
o Pegan a nuestro amigo.
·
Si entramos:
o Pegan a nuestro amigo.
o Nos pegan a nosotros.
A
continuación empiezan mis conjeturas: ¿por qué, a pesar del balance
aparentemente negativo fruto de entrar en la pelea, lo habríamos de hacer? No
hay cerebro que decida así. Resulta frío y parece de psicópata estudiarlo, pero
este era desde el principio nuestro objetivo (dar respuesta a la cuestión), y
no puedo, simplemente, conformarme con esta incógnita, asumir esta
contradicción. Dándole vueltas, me di cuenta de que estaba olvidando una serie
de factores que daban la vuelta al resultado:
·
Si no entramos:
o Pegan a nuestro amigo.
o Nuestro amigo se siente doblemente dolido al sentir la
deslealtad de no ser defendido por nosotros, aún siendo manifiestamente inútil
intentarlo.
o Debido al apartado anterior, sentiremos culpabilidad por
abandonar a nuestro amigo (y no puedo dejar fuera este factor, porque opino que
no hay altruismo que no se base, en el fondo, en nuestro propio egoísmo).
·
Si entramos:
o Pegan a nuestro amigo.
Ahora
sí tiene sentido. Escogemos la opción de entrar porque la lealtad implícita en
la amistad exige que aparentemos intentarlo a pesar de las circunstancias.
Pero, si sabemos a priori que es
inútil, ¿no es esto equivalente a decir que la lealtad exige, directamente, que
nos partan la cara para reconfortar a nuestro amigo? ¿No tiene esto una base
posesiva en la que nuestro amigo se ofende si no nos lanzamos al mismo destino,
cosa que hacemos porque nos compadecemos automáticamente del que está siendo
aporreado? Puede que el concepto de lealtad, en determinadas situaciones, fuera
un obstáculo para el máximo bienestar posible de los componentes de este
binomio. Que no fuera práctico.
Desgraciadamente,
dudo que puedan existir amistades en las que se puedan consensuar cosas así.
Los instintos animales nos dominan, y encontrárselos en la base al desmigajar
las motivaciones del comportamiento
humano resulta sencillamente descorazonador. Descubres actitudes que, a ojos de
la razón, son absurdas, y sin embargo, debes seguir aplicándolas si quieres
mantener los sentimientos que unen una amistad.
Dudo
que pueda lograrse una amistad tan consensuada, y en la que exista tantísima
confianza, que se acuerde no defenderse en una pelea en casos en los que sea
inútil sin que esto conlleve los sentimientos distanciadores propios de una
traición. Así que hagamos un poco de trampa y, como he hecho en la última
comparación de alternativas, incluyamos las absurdeces también en la ecuación.
Así, tanto el análisis de la pregunta primigenia como la respuesta del instinto
te llevarán a lo mismo: defender a tu amigo.
Aún habrá quien dude de que estos comportamientos sean
absurdos. Bien, si no fueran absurdos, al menos deberían ser coherentes con
todas las situaciones. Pongamos unos cuantos ejemplos en los que el dolor de tu
amigo compite con tu necesidad de salvarte a ti mismo o mejorar tus
condiciones… y en los que la respuesta no está tan clara.
·
Tienes que competir con
él por una plaza en un trabajo.
·
Quieres mudarte a la otra
punta del mundo para rehacer tu vida y lo dejarás solo.
·
Estáis enamorados de la
misma persona.
¿Qué diferencia esto de una pelea? Las únicas dos respuestas
a esto dejan intacto lo retórico de esta pregunta:
1.
Parece extraño situar el
interés de tu amigo por encima del tuyo en este caso porque poca gente ha hecho
el esfuerzo de darse cuenta de que la situación es (prácticamente) idéntica y
decidirse por una actitud u otra para ser coherentes, y la sociedad crea una
cultura en la que, entre otras cosas, se asume esto como normal. Y tus amigos y
tú pertenecéis a la sociedad.
2.
En los ejemplos
anteriores se toman decisiones meditadas, con tiempo para razonar la respuesta
y tomar una decisión. En una pelea no se toman decisiones meditadas. Los
comportamientos absurdos (desde el punto de vista racional) toman la delantera.
No sé
si se empieza a ver por dónde van los tiros. Tal vez el error haya sido
preguntarme qué haría en una pelea… sin estar en una pelea. Hay respuestas que
no se han de dar meditadamente y con tiempo, pues a la hora de la verdad, el
resultado puede ser muy diferente. No siempre tiene sentido razonar.
Espero
no acordarme de estas conclusiones a la hora de la verdad, pues la
reminiscencia de esta deconstrucción me pondría más difícil actuar de manera
instintiva. ¿Y por qué sigo empeñado en actuar, si ya hemos visto que es
absurdo? Pues bueno, ya que sentir nos hace humanos pero he sido obligado a dar
una respuesta y esto me hace pensar sin sentir, voy a incluir los sentimientos
en la ecuación como he dicho antes. No hacerlo sería un error, un error que (por
muy injustamente que lo haga) podría acabar con nuestras amistades, y eso sí
que sería un mal balance.
Concluyendo:
previsiblemente (pues insisto, ahora mismo no respondo en contexto), estoy
dispuesto a que me peguen por solidaridad, decida en ese momento mi instinto o
mi recuerdo de estas cavilaciones (que no lo sé). Estoy dispuesto a aguantar
dolor físico por no agitar el dolor emocional de mi amigo y mío.
La
cuestión de hasta qué punto tiene fácil respuesta: hasta que el dolor físico
supere al resto. Entre llevarte una torta por tu amigo y entrar a defenderlo
cuando lo acorralan cincuenta neonazis con navajas existe un término medio.
Para mí, la amenaza de la rotura de un hueso, por ejemplo, del brazo, es el
límite.
Pon la
otra mejilla, pero no el otro brazo.
En fin...de todas maneras...todo no se puede racionalizar, no crees?
ResponderEliminarAunque conviene no dejarse llevar siempre por ellos,... muchas veces nos mueve el impulso, no crees?
M.Carmen
Todo se puede racionalizar, o al menos se puede intentar con todo. La pregunta es... ¿tiene sentido esto? Bueno, depende de si contribuye a tu felicidad y bienestar. Generalmente, hay un punto en que dar vía libre a nuestro instinto es mejor.
Eliminar