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19/1/20

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Forma y fondo

Introducción

Hoy voy a hablar sobre mi forma de hablar.

Llevo años sintiendo la necesidad de escribir este meta-texto, pero han sido varios los factores que han retrasado su redacción, entre ellos, la incapacidad para racionalizar y poner palabras (haciéndolos conscientes, por tanto) a los argumentos que defienden mi buen hacer en el terreno dialéctico, sin yo saber del todo por qué estaba bien, más allá de sentirlo. Ayer tuve un ataque de inspiración y creo haber reunido en mi saber consciente la suficiente cantidad de argumentos para realizar todas las justificaciones que desgranaré a lo largo del texto.

Desarrollo

Mi caso
Muchas veces, en medio o al final de discusiones y debates de más o menos formalidad y diversos temas, se me han comentado cosas como “tu tono cansa”, “suenas muy soberbio”, “no tienes una forma adecuada de decir las cosas”, “te comes a tu interlocutor”, etc. En más de una ocasión, incluso, se me ha impedido proseguir tales conversaciones por este mismo motivo.
Este texto, en su sentido más amplio, va a ser publicado por escrito. La gente que sólo me lee, y, por tanto, no me escucha y/o habla conmigo, no habrá tenido ocasión de comprobar empíricamente la veracidad de varias de las quejas que recibo, pues estas aluden directa o indirectamente a mis gestos, mi voz y sus inflexiones. Aun así, se hace necesario comenzar haciendo una breve recopilación de cuantos reproches recuerde:
·         Hablo demasiado rápido.
·         Mis intervenciones son demasiado largas.
·         Mi entonación o palabrería suena, según el momento y el denunciante, y combinándose a veces varios de estos rasgos, paternalista, soberbia, repetitiva, pretenciosa, agresiva.
·         Siempre opino lo contrario de lo que se me plantea.
·         No doy tregua ni pizca de razón al otro.
·         No doy consideración a los relatos personales.
·         Utilizo demasiado el recurso de pedir no ser interrumpido.
Muchos creen que estas características de mi expresión son recursos que utilizo deliberadamente para persuadir, saturar, enfadar y/o desmoralizar al otro. Como en toda creencia que sostenga alguien, hay un contexto que la sostiene. Si la creencia es cierta, hay un contexto formado por datos verídicos amparándola. Si es errónea, hay un contexto formado por datos erróneos amparándola. Creo que queda patente en el tono de este texto que no rectifico respecto a mi tono. De esto se extrae que creo poder deducir, que no justificar, las ideas incorrectas que permiten a la gente apreciar, incorrectamente, estas características que he mencionado en mi tono. Incluso diré más: si comparamos con el imaginario colectivo de lo que es “hablar con un tono normal”, estas apreciaciones son, hasta cierto punto, correctas –hasta a mí me va a costar Dios y ayuda releer este propio texto mío antes de publicarlo, hasta a mí me suena repipi mi expresión-. Otra cosa ocurre si lo comparamos con la idea de discusión que yo propongo y en base a la que procuro actuar independientemente de las consecuencias que tenga para mí y mis relaciones con los demás.

La discusión ideal
Definamos primero qué es una discusión. Para empezar: “discusión” es un término que yo equiparo a “debate”, es decir, exento de toda connotación de enfrentamiento directo, al menos en un principio. ¿Por qué? No lo sé. Quizás porque mi experiencia me ha enseñado que uno se puede transformar en el otro imprevisible y rápidamente.
En mi esquema de lo que es una discusión ideal, dos o más partes presentan su opinión inicial, argumentan y contraargumentan por el medio y llegan a un punto final:

· Opinión inicial: cada parte expone lo que piensa y escucha qué es lo que opina el resto de partes. No es momento de deducir por qué las otras partes piensan lo que piensan, pues, faltando sus consecuentes argumentos, habría que tirar de prejuicios para ello.
·  Argumentos y/o contraargumentos: cada parte expone los datos, estadísticas, razonamientos lógicos, etc., que sostengan la opinión dada. A lo largo de este proceso, el debate se hace imposible de constreñir a un esquema. Es físicamente imposible predeterminar cómo van a evolucionar los temas comentados y qué se va a comentar al respecto de estos. Aunque se partiera de la pretensión de debatir, de “resolver”, un tema concreto, las implicaciones y derivas de este pueden hacer que las líneas entre los “temas debatibles” se difuminen, acabándose en otro terreno. No es muy grave.
En este punto, mantener la tesis propia no tiene importancia per se, sino en tanto que es la que consideramos honesta y genuinamente correcta. Si los contraargumentos/argumentos de otra parte o la comprobación de la flaqueza de los nuestros nos hacen tener la sensación de haber descubierto que nuestra tesis no es correcta, o, incluso, que la ajena lo es, no hay problema en asumirlo y, por qué no, aportar nuestros argumentos a esta nueva tesis para dotarla de mayor rigor.
·  Punto final: se llega a una o varias conclusiones. Todas las tesis han sido escuchadas; todas las teorías, sometidas a revisión argumental; se ha dudado de todas y solo han sobrevivido aquellas que han superado la confrontación con los datos, la dialéctica y la lógica.
Como veis, en mi planteamiento de una discusión ideal los protagonistas no son las personas, sino las ideas. Las personas son los únicos lugares donde una idea puede vivir, pero la idea es aquello que condiciona cómo vivimos las personas. Por eso es importante entender que los portavoces somos poco más que sus súbditos.
La discusión no nace como herramienta para significar a las personas. La discusión es un medio para hallar verdades cada vez más rigurosas, y detectar y suplantar las incorrectas. Y nosotros somos meras herramientas para que esa criba sea posible. Si tú plasmas tu filosofía en un libro, yo la mía en otro, y los ponemos al lado, no pasará nada. Pongamos que ambas filosofías son excluyentes entre sí: si, por tanto, hay que escoger la filosofía de uno de los dos libros como forma de actuar, se seguirá un criterio arbitrario, quizás el libro más bonito, el que esté más a mano o aquel cuyo título suene mejor. Sin embargo, si cada persona tiene el contenido de su libro en la cabeza y le da vida frente a otra persona que tenga el otro, la selección de una filosofía (quizá, por qué no, incluso una mezcla de las dos iniciales) será más rigurosa y útil. Pues esa es la idea.

Fondo y forma
Es común dividir el discurso de cualquiera en fondo y forma. “Me gusta lo que dice, pero no cómo lo dice”, “quizá no tenga muy buenos argumentos, pero parece muy convencido”, “simplemente por hablar con tanta calma ya dan más ganas de estar de acuerdo con este activista que con ese economista que no para de gritar”. Voy a utilizar esta dualidad para explicar mi tesis de hoy: el fondo debería ser lo único importante, siendo indiferentes las formas.
·         ¿A qué me refiero con el fondo? Meramente, a las propias palabras, las letras que van seguidas una detrás de otra, intercalándose espacios y signos de puntuación. Me refiero a lo que quedaría del discurso más apasionado si fuera transcrito a pulcro texto [y exento de acotaciones teatrales].
·         ¿Y qué son las formas? Por descarte, todo lo demás: las inflexiones tonales, el carácter emocional del que se impregnan las palabras, la velocidad del habla, la longitud del texto, la concreción de los términos (bien es cierto que a veces, existen interrelaciones entre los parámetros de estos aspectos de forma y la calidad del fondo, pero lo importante está en que no son elementos que intrínsecamente aporten nada a la calidad de este fondo, al menos en mi sistema teórico).
Creo que, si bien tendemos a hacerlo en tanto que tonos diferentes cambian nuestra interpretación de las mismas palabras respecto a la que haríamos al, meramente, leerlo en texto (p. ej., un tono agresivo estimula nuestra parte más primitiva y nos puede hacer interpretar como amenaza algo que no lo significa), las personas no deberían trabajar su tono para evitar que otros se confundan. Ni quisiera deberían hacerlo en interés propio para poder terminar discusiones (pues anda que no se me han permitido decenas de interlocutores zanjar su discusión porque les molestaba cómo hablaba, e incluso cómo escribía [que no lo que escribía]), sino que deberían poder dedicar todos sus esfuerzos y recursos a trabajar el fondo.
A priori, sin esfuerzo y aprendizaje, nadie o casi nadie es capaz de controlar cómo dice las cosas. Cada uno tiene una forma de expresarse en función de factores ambientales y genéticos, sobre los que no tiene control, que le han modelado la personalidad. Actualmente, muchas veces se pone la carga del esfuerzo para continuar la discusión sobre quien tiene un tono que no se adecúa al que, mayoritariamente, se considera correcto en sociedad. Desde ese momento, por tanto, esa carga no se está poniendo absolutamente sobre las personas (que claro, como son mayoría con ese tono adecuado socialmente, salen ganando en tanto que lo que ellos exigen parece revestido de más legimitidad, identificada falsamente con rigor), que no tienen la capacidad de no verse violentadas por un tono que no les parece el adecuado.

Los recursos mentales son limitados
Cada uno tiene unos recursos mentales x. Sean los que sean, equivalen a un 100%. Si una persona, de forma natural, tiene un tono que se considera adecuado y nunca se le va a recriminar, podrá dedicar el 100% de sus recursos mentales a pensar, exclusivamente, en lo que va a decir.
Pero, si yo, de forma natural, tengo un tono que, más allá de las palabras, que, recordemos, es lo realmente importante en un contexto racional, no se considera adecuado, entonces se me va a obligar (si no se aplica mi proposición) a cambiarlo, y voy a estar pensando no ya sólo en lo que digo, sino en cómo lo digo. Así, pon que use necesite usar un 25% de mis recursos mentales en tiempo real a cuidar las formas. Sólo me queda un 75% para pensar en lo que digo. Así pues, estoy en desventaja competitiva, o, dicho más noblemente, mi idea está en desventaja competitiva. ¿Qué consecuencias trae esto?
·         Como no me dan los recursos para hilar todos los argumentos, no puedo llegar a verbalizar algunos de ellos, con lo que puede llegar a parecer que no hay argumentos suficientes detrás de mi idea.
·         Dado que en las discusiones se tiende a interrumpir (algo de lo que tal vez debamos hablar más adelante), la ralentización de mi velocidad de habla (debido a que estoy atendiendo más aspectos) causará que, cuando llegue esa interrupción, haya podido argumentar menos que si hubiera metido más texto por hablar más rápido. Y así con un argumento tras otro.
·         Todo esto, actuando en sinergia, puede tener la nefasta consecuencia de que una idea correcta no pueda llegar a salir a relucir por estar en el cerebro de alguien que está obligado a cuidar sus formas.
Podría proponer con humor que, si yo tengo que dedicar una de cada cuatro partes de mis recursos mentales a pensar en las formas, mi interlocutor suprima la última de cada cuatro palabras que tenga que decir, para igualar.

A quién corresponde el esfuerzo
Todo esto debe ser replanteado y cambiar. Ante una incompatibilidad de partes en una discusión, no se debe forzar a cambiar las formas a quien no tiene unas que no se consideren adecuadas, sino que se debe instar la mayoría de la gente a entender el fondo, pasando de las formas, cosa que también se puede lograr mediante ese esfuerzo y aprendizaje que comentábamos antes y actualmente se está exigiendo a la otra parte.
¿Y por qué habría de esforzarse el grupo mayoritario, os preguntaréis? ¿No será mejor que los que tienen formas molestas se adapten a las consideradas adecuadas, aun perdiendo debates injustamente por el camino, a que todos los demás se esfuercen por entender exclusivamente su texto? Pues no.
·         Porque si se hace esto último que yo considero positivo, la racionalidad sale ganando, y por ende, todos; pero si continuamos con la primera estrategia, y la gente continúa amparándose en esa comodidad para zanjar o “ganar” debates, con más o menos consciencia del método cuestionable que están usando para hacerlo, el escenario será más negativo que su alternativa, al llegar a triunfar ideas que sólo llegaron a revestirse de vencedoras por presentarse con formas populares, por enfrentarse a una idea presentada con formas impopulares, o por una combinación de ambas.
·         Porque el fondo expresa las ideas a las que hemos llegado mediante procesos conscientes, es decir: mediante razonamientos pensantes, con nuestra “voz interior”, digamos, sobre la que tenemos control. Las formas que nos surgen de manera natural en nosotros expresan nuestras ideas inconscientes. Sobre las ideas inconscientes no tenemos responsabilidad. Por tanto, estas no van en sinergia con nuestra teoría global sobre las cosas y no deben ser tenidas en cuenta, igual que el que las posee no las tiene en cuenta en sus proposiciones e ideas conscientes, al no conocerlas. Y qué mejor manera de no conocer las ideas inconscientes de otra parte que no analizar las formas que las delatan.
No se han de confundir este tipo de pensamientos inconscientes, para nada reflejados por el fondo y las palabras, con pensamientos de nuestra teoría global que se quieran ocultar deshonestamente por ser incómodos, peligrosos, impopulares, etc. Eso va por otro lado: si los queremos ocultar, es porque somos conscientes de ellos y los hemos pensado. Así que no, no hay nada interesante en las formas si no hay mentira y/u ocultación de la verdad de por medio. De ello se hablará de ello luego.
El último “Por qué” se basa en opiniones personales algo endebles. Aun así, si fallara, con los dos anteriores me sobra.
·         El perjuicio de que una pequeña parte de la población (la equivalente a los que tienen que hacer esfuerzo en corregir sus formas) no pueda defender sus ideas durante un periodo transitorio de “corrección” es mayor que aquel derivado de que una gran parte de la población (aquellos que tendrían que hacer el esfuerzo de desvincular, en los discursos ajenos de unos pocos, fondo y forma) no pueda defender las suyas. ¿Por qué? Porque las ideas que se pierden en el primer caso son marginales, es restar riqueza de puntos de vista; mientras que las ideas de la mayoría, aun defendidas a medio gas, tienen garantizadas su supervivencia. Y, además, porque creo que hay una correlación directa entre gente que no cuida las formas y gente que cuida el fondo como si se tratara de una obra de orfebrería. Y, recordemos, lo importante es la calidad del fondo.

La única desigualdad
De acuerdo. Si evitas la desigualdad propia de cercenar recursos mentales a una cierta parte a la hora de defender sus ideas, y todos utilizan su 100%, te queda una última desigualdad: el 100% no es el mismo entre todas las partes. Pero:
·         Cabe esperar que si alguien no tiene recursos para defender una idea tan bien como otro, puede que tampoco los tenga para llegar a una idea que merezca la pena y sea aprovechable para la sociedad.
Como ya he dicho, no se trata de ganar el debate por ganar tú, sino que ganarlo con unas reglas que sólo permiten que se gane si el fondo es cierto hará que triunfe la verdad, y está, previsiblemente, mejroará la vida de cada uno.
·         Esta desigualdad no la produce mi teoría. Solo la deja expuesta. La diferencia de talentos con que, arbitrariamente (entiéndase como “no consensuado”), nacemos, nos afecta en todos los ámbitos de la vida, este incluido.
·         ¿Acaso es la diferencia entre capacidades algo intrínsecamente malo? Aunque ahora no recuerdo el nombre, hay una novela que narra una sociedad que, buscando el extremo de la igualdad, cercena el talento de los que lo tienen por nacimiento.  Esa novela es una distopía. Por algo si hoy día se hace algo así en nuestra sociedad es maquillándolo.
En mi sistema teórico, las ideas que permitan la felicidad y el progreso no sólo a pesar de las desigualdades de capacidad innatas, sino aprovechándolo, podrían progresar. En el actual, nos enquistamos en ideas mediocres que no garantizan esto porque buscan una homogeneidad inútil, si no negativa: la de las formas.

Punto por punto
Una vez explicado por qué las formas no han de importar, por qué el fondo lo es todo, sólo me queda demostrar cómo, efectivamente, y en consecuencia con mi teoría, las acusaciones que se me vierten sobre mi tono no son ciertas: no utilizo el tono como recurso para tener razón per se, no me parece honesto, no forma parte de la dirección en la que quiero que vayan los debates y tampoco es que sepa hacerlo (al menos, conscientemente). Vamos a desgranar las acusaciones iniciales. Brevemente, eso sí, que me estoy cansando.
·         Hablo demasiado rápido/ mis intervenciones son demasiado largas/no doy tregua ni pizca de razón.
El punto “La última desigualdad lo resuelve”. ¿Acaso he de darme un golpe en la frente para que me salga hablar más despacio (porque prefiero golpearme que forzarme deliberadamente a ralentizar mi discurso sabiendo que podría decir mucho más)? Lo mismo aplica para autoboicotearme y no decir todo lo que tengo que decir, ceder artificialmente en una de cada dos cosas en las que esté en desacuerdo con mi interlocutor, etc.
·         Mi entonación o palabrería suena, según el momento y el denunciante, y combinándose a veces varios de estos rasgos, paternalista, soberbia, repetitiva, pretenciosa, agresiva.
Si estoy absolutamente concentrado en lo que digo, no tengo control sobre cómo suena mi voz. Además, como hemos visto, eso no es relevante, y menos aún debe ser utilizado como un recurso para malinterpretar las palabras o buscar subtextos inexistentes.
·         Siempre opino lo contrario de lo que se me plantea.
Como habéis visto, en mi idea de discusión no se parte de la pretensión de estar en desacuerdo. Simplemente, el desacuerdo suele estar ahí. Si alguien, tras leer este texto, opina exactamente lo mismo, no me voy a currar otro texto con otra opinión sólo para poder diferir: se lo agradeceré y me alegraré porque me hará pensar que mis probabilidades de tener razón aumentan.
Del mismo modo, tendemos a quejarnos de que “el otro” opina siempre lo contrario que nosotros mientras ignoramos que eso literalmente significa que, en consecuencia, nosotros también. Tal es la naturaleza de los contrarios: que son contrarios entre sí.
·         No doy consideración a los relatos personales.
Comparados con la estadística, no. De nuevo, esto puede parecer de un tono soberbio o insensible. Me da igual por todos los motivos anteriores. Es más: me importa mucho que me de igual.
·         Utilizo demasiado el recurso de pedir no ser interrumpido.
No voy a desarrollar demasiado aquí lo que pienso de las interrupciones aplicadas al debate, al menos por el momento. Simplemente diré que, en pos de la razón y la confrontación rigurosa de ideas, que, recordemos, es lo positivo, es preferible aprender a memorizar lo que queremos responder para poder soltarlo cuando el otro acabe que sentar un precedente de incontinencia verbal.
Por otra parte, ¿cuántos contraargumentos hemos perdido la oportunidad de dar porque, al interrumpir a nuestro interlocutor a medias de su exposición, no le hemos dejado llegar a la parte que nos los habría inspirado?

Apéndice
Aunque a raíz de lo expuesto previamente, pueda parecer que no, sé que vivimos en la realidad. Sé que esto que he planteado peca de excesivamente teórico en el mundo terrenal. Sé hablar con perfecta normalidad, me dejo interrumpir en ciertas ocasiones y a veces caigo yo en hacerlo.
Hay gente pragmática hasta el punto de limitarse a experimentar el presente. Otros viven, por diversas patologías, en mundos imaginarios. El grueso de la población se agrupa en un término medio: tenemos una disonancia cognitiva, más grande o más pequeña, pero siempre limitada, entre cómo vemos que son las cosas y cómo queremos que sean.
La pequeña cantidad de absurdo, la pequeña dosis de incoherencia, que nos permitimos diariamente al actuar un poquito como si estuviéramos en el mundo que queremos, aún siendo más eficiente adaptarnos absolutamente al mundo que tenemos, es la palanca del cambio. Que yo haya desgranado aquí, hasta la extenuación, un escenario ideal, no significa que no me adapte a las circunstancias: simplemente trato de ser el primero en actuar como en mi sistema ideal (y, de este modo, empujar las tendencias hacia este) cuando estoy en unas circunstancias que me permiten hacerlo sin que el perjuicio por no adaptarme sea demasiado grande (cada uno tiene su idea de qué es un perjuicio “grande”: yo tengo bastante aguante): con amigos, con familia, en clase y poco más.
Esta idea del fondo como única cosa importante y, por tanto, de la irrelevancia de las formas, sólo tiene sentido si partimos de tratar de mi definición de “discusión”. Tiene que ir todo en sinergia. Si estamos en un entorno en que las discusiones son interesadas y no tratan de llegar a la verdad, y, en consecuencias, utilizan falacias bien camufladas y conscientes, engañifas, etc., las formas SÍ que aportan información de las verdaderas intenciones y pensamiento de las partes.
Si alguien presume de sincero y honesto en un contexto en el que de salvar su tesis, o adaptarla a la de la mano que le da de comer, depende su sueldo, éxito, bienestar o reputación, lo mínimo que se puede hacer es desconfiar.

Si os quedáis con ganas, por otra parte, de más justificaciones de la necesidad de ser bien concreto y exhaustivo en el fondo, lo tenéis bastante bien explicado en esta entrada de 2017: http://nlohp.blogspot.com/2017/04/el-lenguaje-y-su-relacion-con-la-vida.html?m=1

Espero impresiones y me disculpo por la excesiva longitud de mi intervención. ¡Hasta más ver!
P.D.: No lo he releído.

13/1/20

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In varietate concordia

Resultado de imagen de españa existe

Resulta desolador observar imágenes de enfrentamiento como las que últimamente caracterizan nuestra sociedad. Sin ir más lejos, las que nos dejó la manifestación "España existe" de domingo 12 de enero.
Grupos de indignados españolísimos bajo los rojigualdos reflejos de nuestra bandera se enfrentaban, gritaban hacia ayuntamientos de todo el país. ¿El crimen denunciado? Un pacto del nuevo Gobierno con filoetarras, bolivarianos y demás encarnaciones del mal. ¿La solución practicada? Más España, más banderas, más himnos y algún que otro aguilucho.
Paralelamente, calles aledañas se llenaban de los alter ego de toda esta gente. Hordas de anfifascistas que buscaban el enfrentamiento con estos no-tan-anti. Encapuchados y gregarios, también tenían clara su denuncia: la franquización de la política y la recuperación de ideas retrógradas ya superadas en el debate social.
El resultado, una vez coincidentes en espacio y tiempo unos y otros, es una lamentable imagen de trincheras: dos bandos homogéneos y absolutamente antagónicos y una fina línea policial en medio evitando el desastre. Por encima de sus cascos, sobrevolando, insultos, escupitajos y amenazas. Todo un ejemplo de concordia.
De cara a los cínicos filoetarras, los policías eran aliados del caduco régimen del 78 defendiendo y legitimando (¡habráse visto, esto en Alemania es crimen!) al fascismo. Para los malévolos franquistas, la policía no estaba sino demostrando que, como todo el resto del Estado, había sucumbido a la dictadura progre, legitimando y defendiendo (¡habráse visto, esto en Alemania es crimen!) a aquellos que desdramatizan la ruptura de la ley y el orden constitucional.
La triste verdad, bajo una mirada desideologizada, es que allí solo había gente que había quedado con su cuadrilla de amigos políticos para perder el domingo soltando bilis.



No podemos seguir así. Es necesaria, y urgente, una desescalada dialéctica, es necesario que los políticos, pero sobre todo la ciudadanía -que siempre va por delante-, vuelvan sobre sus pasos y examinen en qué momento se permitieron pensar que consentirse la comodidad intelectual de la hipérbole, el insulto, la no-escucha, llevaría a alguna parte positiva. Y es que a alguna parte sí que ha llevado: a la normalización del concepto "política de bloques", la crispación, la parálisis política, que, vaticino, seguirá enquistada por mucho gobierno que tengamos ya.
Animo a Fulano Fernández, del grupo de la derecha, que en algún momento se dejó unir a la turba que, para picar a los de enfrente, empezó a cantar el Cara al Sol, a que se siente en un banco con Mengana Ramírez, la encapuchada del otro lado de la calle, y le diga que cree que ella es una terrorista, le explique de dónde volverán esas banderas tan victoriosas, y dónde le hallará la muerte, o, lo que es lo mismo, quién del grupo de Mengana estaría dispuesto a matarle antes de que él lo hiciera con ellos.
Animo a Mengana Ramírez, del grupo de la izquierda, a que, cuando ya llevara un rato gritando "Vosotros, fascistas, sois los terroristas" a los enfrentados a ella, se fuera a tomar un café con Zutano García y le explicara por qué ese pobre Zutano es un partidario del sistema político-económico fascista, y los vínculos que, por tanto, le convierten en un practicante del terror al nivel de Bin Laden.

No podrían. No podrían hacerlo por varios motivos.
En primer lugar, porque no es cierto. En el contexto de la manifestación, y de la crispación -que no es más que el esfuerzo de los poderes fácticos y no tan fácticos por mantener un ambiente de manifestación en la vida cotidiana-, uno se permite exagerar las definiciones, ampliar el significado de los términos, igualar cosas muy diferentes, siempre al alza, y mezclar churras con merinas, en resumen: simple y llanamente, faltar a la verdad.
En segundo lugar, porque el ser humano no se comporta igual en grupo que solo. Acompañados por el suficiente número de acólitos, nos crecemos y resulta mucho más cómodo autoengañarnos, quitarnos de la cabeza reflexiones incómodas, a saber: ¿para qué/quién sirve esto que estoy haciendo y cuál es el precio que estoy pagando? Vamos a responderlo: sirve para los que están por encima tuyo, para los chupópteros de la crispación, que, como en todo sector prometedor de cara al futuro, ya están en aumento. Toda esa gente del domingo, lo supiera o no, estaba trabajando gratis para los partidos políticos: estaba dedicando el tiempo de la tarde de su domingo, su voz, su energía, su sudor -casi literalmente- a otros. Y en cuanto al precio a pagar, me temo que es bastante alto: la deshumanización del otro. Esto se bifurca en dos consecuencias: la primera, pensar que la mitad de la gente que te rodea, si no más, es inhumana, despiadada, despreciable; la segunda, contribuir un poquito más a que lo sea, y es que uno se acaba transformando en lo que le repiten diariamente que es -"Los pobres son tan obedientes que acaban prendiendo fuego a los autobuses y los automóviles por cortesía, por parecerse a la imagen que proyectan de ellos desde que nacieron" (Frédéric Beigbeder)-. ¿Quién puede decirme que esa gente que cantó el Cara al Sol lo habría hecho igualmente si no tuvieran a quien les llamara fascistas? ¿Quién me mira a los ojos y me dice que los que queman contenedores en Barcelona lo harían igualmente si no sintieran -se les hiciera sentir- que su cultura, su sociedad y sus más profundas creencias están en peligro? ¿Y quién los azuza para sentir eso? Tal vez sus propios líderes. ¿Y en quién se apoyan esos líderes para buscar algo que de miedo? Tal vez en las copias baratas de fascistas que están fabricando. Es un círculo vicioso carente de sentido ni beneficio.
La democracia representativa solo tiene sentido con gente que piensa. Si no, somos poco más que un intermediario para que los poderes vigentes se legitimen a sí mismos manipulando a voluntad a las masas a escogerlos, aunque sea por la vía negativa: animando a cada mitad de las masas a rechazar la mitad del espectro ideológico, se mantienen ambas mitades.

El Homo Sapiens es un amasijo de contradicciones. Buscamos comodidad, pero esta, en exceso, nos crea una angustia vital. Buscamos descanso, pero ahora tenemos que ir al gimnasio para suplir esa falta de actividad física de forma artificial.
Del mismo modo, hace tiempo que nuestras sociedades tienen por objeto de búsqueda la paz. Pero la guerra ha sido -y así se consideraba hasta hace bien poco- el estado natural de la sociedad, y la paz -si no tregua- una mera excepción. Ahora que la tenemos, nos resulta aburrida. No genera tantas emociones, no mueve a las masas, es un estado en que crear vínculos cuesta mucho más esfuerzo intelectual y emocional que en la confrontación con "los otros".
Muchos jóvenes quieren enfrentamiento. Echan la vista atrás, unos a ese Imperio perennemente iluminado que fue España, otros al mayo del 68. Sienten orgullo de ello, pero sobre todo, sienten envidia por no haber estado allí, por no haber hecho algo así. Y quieren replicar esos valores ahora a toda costa. Se trata esto de un ejercicio irresponsable de dudosa honradez intelectual, con grandes dosis de autocomplaciencia y autoengaño. Tanto por parte de quienes nos llevan ahí, en un experimento de ingeniería social cortoplacista, como por parte de los que nos dejamos arrastrar.
La mayoría de los mayores, en cambio, quiere paz, pues ya ha tenido suficiente guerra y revolución, y les han colmado para todo el resto de su vida.

Resultado de imagen de indice giniVivimos en un mundo que a casi cualquier antepasado le habría parecido un paraíso. La esperanza de vida y la salud aumentan, la pobreza se reduce estadísticamente y el Índice de Gini muestra cómo la riqueza, poco a poco, se va redistribuyendo cada vez más. Y todo esto, sólo alcanzado en las últimas décadas, no se ha hecho a pesar de la paz, la cohesión, la concordia, la libertad económica, social e individual, la pluralidad política; sino gracias a ello.
Sí, es un proceso más lento que lo que nos gustaría, pero es la única forma en que podemos caminar en la dirección que la gran mayoría de seres humanos consideramos adecuada.

Vamos a ser responsables. Vamos a limpiar nuestra cabeza de odio. Vamos a desgranar la próxima proclama política que, en manifestaciones o en casa contestando a la tele, nos soprendamos diciendo, y a entender por qué la hemos soltado: "¿Habría dicho esto hace cinco años? Si no, ¿por qué he cambiado de opinión? ¿He seguido procesos lógicos a lo largo de todos los razonamientos que me han hecho cambiar de parecer?¿Por qué ahora siento por esta bandera una emoción que antes no? ¿Estaría dispuesto a dejar de hablar a mis amigos republicanos/monárquicos si acabo de decir que pertenecen a los terroristas? Si no, ¿es porque mi sistema moral me permite ser amigo de terroristas o porque tal vez exageré con el término? ¿En qué mejora directa se traducen mis acciones y palabras?"

Lo sé. Esto es aburrido. El término medio lo es. Pero, por mi experiencia, prometo que se puede entrenar hasta el punto de sentir una gran satisfacción y coherencia internas a la que no llega ni a la punta del zapato la satisfacción de pegar cuatro gritos e insultar.
Del mismo modo, garantizo que este ejercicio de autohonestidad, de búsqueda de los grises entre tanto blanco y negro, no te aboca a vivir en una equidistancia intocable. Yo también tengo mi opinión del nuevo Gobierno de España y no tengo problema en darla. De momento, las rencillas económicas, ministeriales y territoriales me las guardo, quizás para otro momento, pues no viene a cuento comentarlas a la vez que apelo a la más pura concordia, como hago ahora. Sin embargo, en lo social, diré que hay muchas cosas no me gustan, pero no quiero culparlos directamente, pues creo que simplemente están cumpliendo su papel contestatario y crispante en medio de una situación que sólo te aúpa al poder si actúas así. Identitarismo, contestatarismo, crispación, mesianismo de los líderes y demonización de la oposición: nada que PP, C's y VOX no hubieran estado haciendo ahora si fueran ellos los ocupantes de la Moncloa.

Por justicia con nuestros antepasados, por nuestro presente y el futuro de los que vengan, vamos a demostrar que la característica que permitió evolucionar al Ser Humano hasta lograr las proezas que hoy se le adscriben no fue el enfrentamiento, sino la unión entre semejantes... que no iguales. No importa quién empezó; sólo importa quién sigue.

In varietate concordia.