días

30/3/20

0

La gran partida europea

El coronavirus pone a prueba a las instituciones europeas | El ...
Fuente de la imagen

La geopolítica es como una gran partida de ajedrez. Digo "grande" en el sentido de su tamaño, que no necesariamente de su destreza o magistralidad: varias de estas partidas se han ganado a lo largo de la Historia con un sencillo movimiento contra quien no sabía que estaba jugando. Y es que entender esta metáfora es esencial para poder opinar, y no digamos actuar, en el sibilino terreno de las relaciones internacionales. En estos últimos días, la Unión Europea se enfrenta en un mismo tablero.

La crisis sanitaria está exponiendo muchas realidades a la vez. Está mostrándonos nuestra fragilidad como individuos, nuestra dependencia de la economía, y la aún dependencia de esta última de la destrucción del medioambiente, nuestra incapacidad para domeñar las reglas naturales que guían a todo grupo humano para que nadie grite "¡Fuego!" si todo tu entorno ignora la visión del humo. A nivel político, nos está enseñando los verdaderos efectos de las políticas de unos y otros, los intereses partidistas, la importancia de ser siempre responsable, lo poco que les exigimos normalmente y cómo esto les relaja.
Volviendo a la Unión, nos está mostrando que la solidaridad europea no es tal. Que seguimos siendo países unidos por intereses y apenas un poco de débil cemento cultural que ayude a resistir en momentos en los que estos intereses no apunten hacia la conjunción. No me malinterpretéis: me encanta el proyecto europeo. Simplemente creo que tenemos que tratarlo como tal, como un proyecto con miras al futuro, y dejar de vivir en la fantasía de que se trata del presente.

Pero volvamos al tablero.

A un lado, España, Portugal, Italia, Francia, etcétera. Piezas blancas.
Al otro, Alemania, Holanda y algún país austero más. Piezas negras.

  • España abre los peones y saca el alfil, apuntando directamente hacia la reina opuesta: "queremos mutualizar la deuda pública que esta crisis genere".

  • Merkel se ve amenazada. El país teutón no quiere compartir tanto déficit con países que sólo han sabido derrochar en cada ocasión. "La respuesta es no". Sitúa un peón en diagonal protegiendo su segunda pieza más valiosa.

  • Portugal mueve el alfil contra el primer peón: "Esta actitud es repugnante e insolidaria". Es una jugada suicida, pero confundirá al rival el tiempo suficiente para repensar la estrategia.

  • No funciona. El peón, animado por Holanda, termina engullendo al pobre alfil, al tiempo que esta grita que cada país va a gestionar lo suyo. Sin embargo, deja un resquicio para la negociación: "podemos poner condiciones. Podemos emitir deuda juntos si después nos devolvéis lo nuestro con un rescate con intereses."

  • Es entonces cuando Francia interviene, apoyando a España. Al fin y al cabo, los dos son muy amigos del gasto público, musitan los de enfrente. Macron, en honor a la primera jugada de Sánchez, saca el otro alfil y apunta al caballo holandés: estoy con los coronabonos, deuda compartida sin condiciones. No hay soberano culpable del perjuicio económico generado por un virus. Añade su respaldo la presidente del BCE, Christine Lagarde. Francesa, claro.

  • Entonces los Países Bajos, de la mano de Rutte, adelantan un peón que pone en jaque al alfil francés: si no queréis rescate con condiciones, nosotros no queremos acuerdo ni deuda juntos. Tenemos una economía muy preciosa como para estropearla, y de lo que sí hay culpables es de la peor o mejor gestión económica de las situaciones.

  • Estúpida jugada. El alfil sigue su camino y se come el caballo de enfrente: malditos insolidarios. La Unión Europea está para ayudarse. "¿A quién venderéis los tulipanes holandeses y la tecnología alemana si vuestros socios están en quiebra?", añadía el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli. Italiano, claro.

  • Pero resulta que el caballo holandés al final era de Troya. La torre de al lado se carga a su alfil ejecutor y añade tensión a la mesa: simplemente, nein. "Los coronabonos son solo un eslogan. Ahora mismo no estamos trabajando en ello", asegura la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Alemana, claro.

La siguiente jugada, del grupo franco-luso-mediterráneo, no es un ataque. Tampoco un jaque directo. Simplemente se trata de adelantar la reina para irla sacando al tablero. Se trata de jugar con todo. El ajedrez prácticamente pasa al póker y se convierte en un all-in: "si no nos gusta este acuerdo, nos aseguraremos de que a nuestros ciudadanos tampoco. Os vamos a hacer daño donde más os duele: en la credibilidad el euro y en la propia Unión Europea. Si caemos, será con vosotros. Y ahora, sacad la reina si os atrevéis".



Conte: "La UE puede perder su razón de ser si no logra gestionar la crisis del coronavirus"
Y los medios y ciudadanos italianos: "Si la UE no está de acuerdo, el proyecto europeo se ha terminado", "La UE está en un punto de inflexión".

Macron: "No quiero una Europa egoísta y dividida"
Y los medios y ciudadanos franceses: "Los países que creen que el precio de la solidaridad es demasiado alto deben hacerse la pregunta del costo de una probable dislocación de la Unión.", "Los europeos vuelven a caer en sus travesuras sin preocuparse por el espectáculo que ofrecen a los ciudadanos del Viejo Continente".

Sánchez: "El proyecto europeo está en juego".
Y los medios y ciudadanos españoles: "La UE se precipita hacia el descrédito", "La vergüenza de Europa", "La UE debe contestar [...] De su respuesta dependerá el futuro de la Unión".

Los países de enfrente aún no han movido pieza. Están en su derecho de sacar también la reina y enfrentarse abiertamente. Aunque también pueden luchar de otras formas, o tal, incluso, vez ofrecer unas tablas. Toda decisión nos llevaría a un escenario incierto, y sólo el futuro nos dirá si se hizo lo correcto... entendiendo como correcto aquello que preserve la Unión Europea.

Y es que la necesitamos. Necesitamos ese proyecto utópico y futurible en el que, desgraciadamente, comprobamos no vivir en cada situación de crisis, pero que nos llena de expectativas y nos marca una dirección. Una zona del mundo donde prime el Estado de Derecho democrático y social, la economía mixta, los Derechos Humanos, donde se disocien crecimiento económico y destrucción medioambiental. Una zona del mundo que defienda los cosas nobles frente a las fáciles, y que lo haga de la única forma en que este milagro es posible: unida.
Necesitamos ponernos hombro con hombro dentro de esta Unión, en el mismo lado del tablero, y dejar de destrozarnos torres, caballos y alfiles. Porque 27 mentes (y las que quieran venir) piensan más que tres o cuatro, y no digamos que una, salvando así más piezas de la partida.
Y, sobre todo, porque se empieza con torres, caballos y alfiles, y se acaba con los peones.
Y los peones somos los ciudadanos.

Mapa satelital de Europa - Tamaño completo | Gifex

12/3/20

0

Calma y jabón

(Si prefieres ver esto en vídeo, acude a https://www.youtube.com/watch?v=9O4L1DPIZt4)

Ya no queda ser humano en la Tierra que desconozca que estamos en una pandemia mundial por un virus llamado Covid_19, aunque en adelante lo denominaré "coronavirus". Desde que un ciudadano chino bebiera sopa de murciélago, a finales del año pasado, hasta que hayamos llegado a este estado, han pasado muchas cosas.
Las medidas de contención, más o menos agresivas, están revelando una serie de cosas muy interesantes. En primer lugar, nuestra gran dependencia del gigante asiático, 12% del PIB mundial y exportador de productos intermedios clave en la cadena de producción de los bienes de Occidente. También una gran interdependencia global, que ha sufrido los efectos de las restricciones en los movimientos de personas y mercancías; una interdependencia con muchas ventajas pero cuyos potenciales riesgos hemos ignorado sistemáticamente. Hablando de restricciones, todos recordamos las salvajes medidas que tomó China nada más el virus comenzó a expandirse: cierre de eventos, restricción del movimiento, acordonamiento de ciudades enteras. Medidas que algunos mirábamos con recelo y paternalismo desde nuestras democracias liberales, lamentándonos por el autoritario régimen al que esos ciudadanos se someten. Pues bien, resulta que ahora estamos en las mismas. Lo impensable está ocurriendo también aquí y, de algún modo, los gobernantes están pudiendo poner a prueba la capacidad de la ciudadanía para tolerar toques de queda y recortes de libertades nunca vistos. Lo peor es, me temo, que se va a revelar sencillo y eficaz, sentando con ello un precedente.
Por la parte medio llena, el coronavirus ha suspendido clases y bajado la contaminación. Por la medio vacía, a día de hoy, el patógeno lleva unos 125.000 positivos y 5.000 muertos a sus espaldas. Se trata, en fin, de un evento que está mostrando las cartas de la situación político-económica mundial.
Entre otras cosas, está poniendo a prueba la eficacia de nuestros sistemas sanitarios y la seriedad de los Gobiernos. Y es en esto último en lo que me quiero centrar.

Resultado de imagen de coronavirus

En España somos muy de dejar las cosas para el último momento. Forma parte, en cierto modo,  de nuestra identidad, y sería una anécdota graciosa si no afectara a la salud pública. A comienzos de marzo, ya teníamos un vecino europeo pasándolo mal: Italia. Ellos ya estaban tomando medidas muy restrictivas y, aún así, sus casos se han seguido desmadrando hasta el punto de tener que ponerse el país entero en cuarentena y cerrarse todos los comercios menos las farmacias y los supermercados.
Mientras tanto, en España la situación era bastante mejor, pero no dejaba de ser la de Italia hacía unos días, y los casos aumentaban sin pausa. ¿Medidas a adoptar? ¿Tal vez adelantarnos y evitar el mismo destino? No, ninguna. Solo se hablaba de calma y de jabón.

Calma y jabón, calma y jabón y más calma y más jabón hasta el 9 de marzo. Ese día, el criterio del Gobierno cambió completamente. Se cancelaron las clases a todos los niveles en la Comunidad de Madrid, y ese fue solo el comienzo de una serie de medidas que, a día de hoy, siguen ampliándose a buen ritmo: cierre de museos, teletrabajo, cancelación de las Fallas, de las reuniones de más de 1000 personas, etc.

¿Y qué pasó para que todo esto se hiciera desde el 9 de marzo? Es cierto que hubo un gran incremento de los casos positivos en las 24 horas que dieron paso al día 9, pero fundamentalmente, lo que pasó es que dejó de ser 8. Y el 8 de marzo era intocable. El Ministerio de Igualdad no iba a haber estado haciendo un desastre de anteproyecto de Ley de Libertades Sexuales, aprobada sin la lectura de todo el Consejo de Ministros, sin revisión, con graves fallos y contradicciones, para no poder después impregnar con ella las multitudinarias (un festín para cualquier patógeno) manifestaciones del Día de la Mujer. Había que ponerse la medallita, y había que hacerlo a todo coste. Incluida la salud pública. Incluida la posibilidad de que se infectaran numerosos ciudadanos y, especialmente, mujeres, a las que tanto dicen proteger.

Hay varias cosas que evidencian que no fueron inocentes, que el 9 no despertaron de un sueño en que la enfermedad se controlaba sola, sin hacer nada. Las medidas que están tomando desde el día siguiente evidencian la pretensión de cortar el daño hecho en las manifestaciones. Algunas ministras se dejaron ver con guantes en las mismas. Irene Montero, ministra de Igualdad, ha dado positivo, y es posible que ya acudiera con síntomas, aunque esto no se puede asegurar y, de ser así, nunca saldría de su boca.

Resultado de imagen de carmen calvo guantes
  • El otro día, aún 7 de marzo, hablaba con una amiga sobre sanidad pública frente a privada. Ella me dijo que en la privada, los intereses económicos priman sobre la recuperación de los pacientes, y yo no lo negué, pero le recordé que el Gobierno y las entidades públicas también aprovechan su objeto de gestión para favorecer sus intereses personalistas. Su respuesta fue que eso no pasaba, que sólo miran el el bienestar de la ciudadanía. Mi carcajada fue considerable.
  • El 9 de marzo, vistas las medidas emprendidas por el Gobierno, yo ya me estaba oliendo la tostada y comenté con un amigo que el Gobierno estaba tratando de compensar el daño hecho por las manifestaciones que necesitaban para retroalimentar su ideología, apurando la fecha al máximo, y que sabían que los casos iban a aumentar más como lo hicieron desde ese día. Su respuesta fue que probablemente el Gobierno no tenía herramientas matemáticas para predecir el aumento de casos.

¿Hasta dónde va a llegar nuestra inocencia y nuestra permisividad?

Ahora sí dice que lo del 8M fue una chapuza en términos sanitarios. Pero yo quiero ir más allá. No ha sido una chapuza. Ha sido un coste que han considerado asumible con tal de seguir con su relato. Porque quien es dueño del relato, es dueño de los votantes, y la izquierda mediática es dueña del relato desde hace años. Pero claro, para mantenerlo hay que hacer manifestaciones y eventos periódicos. Caiga quien caiga.

Resumiendo:
Quisieron promover el 8M sí o sí.
24 horas después, todo eran medidas de prevención y prohibición de las reuniones, lo que evidencia que conocían las dimensiones de la epidemia (aunque yo creo que las siguen infravalorando actualmente).
Decidieron que dispersar la enfermedad entre Dios sabe cuántas personas era un riesgo asumible.
Antepusieron la necesidad de retroalimentar su ideología, de cuadrar su atropellada Ley de Libertades Sexuales con la mani, para la que fue concebida en mucha parte, a la salud pública y, de paso la economía.
Y hete aquí las consecuencias.
La ministra, contagiada. Las personas besadas por la ministra, contagiadas. El círculo de estas, contagiado. Las que estaban hombro con hombro sosteniendo las pancartas, contagiadas.

El Gobierno está en cuarentena. Ya que no nos lo piden, quizá todos los demás ciudadanos también debamos ponernos en cuarentena y, de paso, aprovechar para reflexionar un poquito.
Y recuerden: mantengan la calma y usen jabón. Sobre todo las mujeres.

3/3/20

0

Rectificar ya no es de sabios

Este año tengo una asignatura de sociología. En ella, abordamos temas económicos, culturales, ideológicos, sociales... es decir, que estoy en mi salsa.

En concreto, el otro día trabajamos sobre la siguiente cuestión:

"Valoración del marxismo y su aplicación político-económica"
Aquí tenéis mi respuesta, y, tras ella, una reflexión amarga.

«Se puede acusar al marxismo, y a pesar de su exhaustividad, de ser una teoría simplista (y emocional, más que objetiva), que no tiene en cuenta las particularidades de cada individuo.
El hecho de explicar toda la Historia de la Humanidad y predecir/configurar su comportamiento en función de unos pocos términos (burgueses, capital, trabajo, proletariado, plusvalía) lleva a confusiones, y a la posibilidad de manipular estos. Se acaba creando una clase que, en nombre del proletariado, goza de los mismos privilegios que el más común de los burgueses.

En palabras del historiador libanés Amin Maalouf (en su libro "El desajuste del mundo"):
"Como la Historia se compone de infinitos acontecimientos singulares, no encajan bien en ella las generalizaciones. Para intentar no perdernos, necesitamos un manojo de llaves; y aunque es legítimo que un investigador quiera añadir la que ha forjado personalmente, no es sensato querer sustituir todo el manojo por una sola llave, una 'llave maestra' que abra, supuestamente, todas las puertas.
El siglo XX recurrió profusamente a la herramienta que proponía Marx, y ahora ya sabemos a qué descarríos condujo. La lucha de clases no lo explica todo."

El comunismo de Marx acusaba la desigualdad social de su época, y criticaba sus consecuencias. Pero Marx no tuvo (no podía haberlo tenido) en cuenta el progreso científico y social que el futuro nos tenía guardado a la Humanidad.
Un sistema en que se divide, hoy, entre propietarios de los medios de producción y trabajadores, es desigual, pero sigue siendo tan eficiente que, una vez pasado por los impuestos de turno y revertido en bienes y servicios asequibles, el beneficio social de este sistema supera con creces al beneficio que pudiera tener el reparto entre los medios de producción y el responsabilizar a cada uno de sus medios.
Una doctrina que es ya anacrónica, y que siempre que empieza a aplicarse acaba vendida a la manipulación y la tergiversación, está abocada al fracaso.
La solución, en tanto nos refiramos a ella como un sistema que permita el progreso material del ser humano, pasa por pequeñas reformas y modificaciones continuas del sistema mixto actual. Se trata de un poco emocionante término medio que lo tiene difícil para ganar adeptos, pero, aún así, se impone en todo el mundo por su efectividad.»

A raíz del debate generado por este texto, decía una alumna de la clase que vivimos en el supracapitalismo. Esto no puede ser cierto, le contesté, cuando alrededor de la mitad de la economía es estatal, pública.
Decía, de igual modo, que este exceso de capitalismo está causando un aumento de la desigualdad y la pobreza. Ni la premisa ni el supuesto efecto son ciertos, le hice saber. El Índice de Gini [y sé que ya lo saqué hace cuatro entradas] muestra una mayor igualdad de ingresos a nivel mundial a medida que avanza el tiempo (y está previsto que continúa), y la pobreza extrema continúa disminuyendo.

Resultado de imagen de indice de gini mundial
Resultado de imagen de grafica pobreza extrema mundial

A tenor de estos datos, la alumna reculó entre dientes. Admitió la falsedad de sus argumentos, pero no la consecuente falsedad de su conclusión. ¿Basta con eso? ¿No pasa nada por basar tu ideología en pensar, entre otras cosas, que el sistema actual genera pobreza, y proclamar (admitir, mejor dicho) lo contrario al minuto siguiente sin mover un ápice tus conclusiones? Pues no. No pasa nada cuando tu teoría es:

  • Vivimos en un capitalismo salvaje.
  • Capitalismo, caca.
Muchos adeptos de teorías, generalmente, izquierdistas (pues la coyuntura ha hecho que sea así en el momento actual) se permiten, tranquilamente, mantener su forma de pensar independientemente de la coyuntura del mundo real, de la que se guarecen.
Nos resulta tan cómodo pensar lo que nos hace sentir bien con nosotros mismos que no cambiamos de opinión si notamos cierto riesgo. Nos quedamos con teorías que, en nombre del progreso, producen retroceso, y preferimos eso (incluso intuyendo las consecuencias de lo que apoyamos, en el peor de los casos) a saltar el abismo, los prejuicios, la presión social, y escoger las verdaderamente progresistas. Lo peor de todo, tal vez, es que el sistema conoce este proceder psicológico mayoritario y no hay, prácticamente, político que no se aproveche de ello.

Dicho de otro modo: "Déjame tranquilo con mis creencias. Seguro que funcionan, y si no, me da igual"