días

12/5/20

0

Nadie al volante

Esperpéntico.
Esa es la palabra que definió al Congreso de los Diputados el 7 de mayo.

A lo largo de todas las ocasiones en las que he compartido debate político con alguien o, simplemente, he emitido mis opiniones en este ámbito, se me ha tildado de todo tipo de cosas: buena o mala persona, izquierdista, derechista, sanchista, antisanchista y demás cosas variadas en función de la opinión en concreto, de la forma en que la presentara y de la interpretación que de esta se realizara. Sin embargo, también se me ha tildado, en algunas contadas ocasiones, de ultraderechista. Insisto: dista mucho de ser la mayoría de las ocasiones, pero esta (des)calificación se da con la suficiente frecuencia para empezar a preocuparme: no por mí, sino por la sociedad en la que las personas son tachadas de ultraderechistas por decir lo que digo yo.
Sea como sea, he intentado indagar en los motivos por los que pued acabar con esta etiqueta a veces. Creo que, fundamentalmente, son tres.

1. Tengo, y muestro, ideas que no están alineadas con el Gobierno y la izquierda actuales.
2. A veces se me detectan ciertos tintes liberales, si no soy yo mismo el que los deja ver.
3. En general, no critico tanto a la derecha/oposición tanto como a la izquierda/Gobierno.

Respecto al primer motivo, creo que es obvio para cualquier persona con un poco de sentido democrático que no estar de acuerdo absolutamente en todo (o incluso estar muy en desacuerdo) con un Gobierno, o con una ideología política, es una opción legítima que no te convierte en ultraderechista. No hay una única visión válida alrededor de la cual todo esto, todo el restante espectro político, en toda su riqueza, sea despreciable.
En segundo lugar, sí, tengo tintes liberales y no me escondo. Si alguien quería que lo dijera, aquí lo tiene. Pero: 1. adicionalmente, liberal no es equivalente a ultraderechista por el mero argumento de que no esté alineado con la izquierda política, y 2. Tales tintes no me hacen directamente liberal. No trabajo demasiado las etiquetas. Tal vez algún día las etiquetas formen parte de mi visión sobre las cosas o mi estrategia, pero de momento las veo como una cosa poco rentable, que te ata demasiado, constriñendo la libertad de "pensar fuera de la caja".

Pero vayamos a lo interesante: no hago una crítica tan feroz de la oposición/derecha como suelo hacerlo del Gobierno/izquierda. Es cierto, yo mismo soy consciente de que no la hago. Hay varias razones detrás de esto.

Para comenzar, tengo la dialéctica entrenada para disertar sobre la izquierda y el Gobierno actual, y, al final, uno se acaba especializando en hablar de lo que suele hablar. Y yo empecé hablando de eso.
Otro motivo bien puede ser que considero más importante que la crítica vaya dirigida hacia el poder, que en estos momentos está mayoritariamente, y tanto en la moral predominante como en las instituciones y medios de comunicación, en aquellos a los que suelo criticar. Sus ideas, hoy por hoy, calan más en la sociedad, y es por ello que creo que sus ideas deben estar más bajo vigilancia.
Por otra parte, creo que la derecha se descalifica sin ayuda externa en muchas ocasiones. Tal y como está plasmada en España ahora mismo, veo a la derecha política bastante errada en sus planteamientos, de tal forma que no es necesario defenestrarla de formas más elaboradas que, en muchas ocasiones, dejarla actuar.

Pero, desde luego, el motivo principal por el que critico menos a la derecha es que esto ya se hace más en general. Ya existe un ambiente generalizado de crítica hacia ella. Sin embargo si alguien critica al Gobierno, y sobre todo, a la izquierda (entendiéndose cada fracaso del Gobierno como una excepción de esa bendita ideología que, si siguieran mejor, les impediría fallar), esta persona, o las que se suelen mostrarse haciéndolo, suelen ser quasi-fundamentalistas que no atienden a razones ni a argumentos elaborados con los que poder criticar que, sin duda, están ahí, pero por una u otra cosa, no utiliza.
Creo, pues, que hace falta una crítica constructiva que ponga el foco en que no porque una ideología se defina como "buena", o se jacte de buscar el bien para los demás, ha de acabar consiguiéndolo, o incluso no tenga intereses que perjudiquen este mismo fin. La derecha no disfraza tanto sus objetivos. La izquierda es más rocambolesca. Como te puedes esperar de ella que logre el bien y la felicidad en el mundo, cuando luego no lo logra, puedes acabar diciendo "Habrá fallado algo". Pues no: existen los mismos intereses, las mismas cosas criticables, los mismos problemas, pero no se le suelen analizar tanto desde la sociedad porque se les presupone que siempre van a hacer las cosas, de entrada, un poco mejor, un poco más bienintencionadas. Como yo intento demostrar que no es así, porque la gente baja la vigilancia respecto a la izquierda, dedico más tiempo a criticar a la izquierda, ergo dedico menos tiempo a criticar a la derecha, pues el tiempo es limitado.

Sin embargo, y a pesar de todo el prólogo, creo que hoy voy a subsanar todos estos errores y criticar un poquito a la derecha. Porque voy a hablar de la jornada del Congreso, con la que abrí esta entrada.
Pero primero, eso sí, tengo que comentar lo de Adriana Lastra y el PSOE, que siguen en la misma línea. Adriana Lastra tiene un tono pasivo-agresivo que sirve al Gobierno para tener esta doble vara de medir que le permite reclamar moderación y concentración máxima en la crisis sanitaria mientras da por todas partes a la oposición, intentando descalificar su postura nacional y gestiones autonómicas, etc. Lo demás que pienso del Gobierno ya lo he escrito en otras entradas.

Hecho este inciso, quiero hablar de la postura del PP:que si se abstiene, que si vota sí, que si vota no... Al final se ha abstenido, lo cual no sé muy bien qué significa... Y también de lo de Vox, del discurso de Santiago Abascal.

Empezando por lo del PP. sinceramente no creo que sea tan difícil resolver jurídicamente si, efectivamente, se puede mantener el suficiente confinamiento, según las exigencias sanitarias del momento, sin estado de alarma, o si, en cambio, este es necesario. Si hace falta, se vota "Sí" a prorrograrlo; si no, se nota "No", explicando claramente las alternativas de cara a no desprestigiarte ante la opinión pública y poniéndolas en marcha si consideras, como yo también creo, que el Gobierno está aprovechando el estado de alarma para extralimitarse en el ejercicio de algunos de sus poderes y limitaciones de los derechos de los ciudadanos.

Vayamos ahora al discurso de Vox. Ese día 7, salió Santiago Abascal y de lo último de lo que habló fue de la crisis del coronavirus y de el debate principal para el que se había convocado el Congreso: prorrograr o no el estado de alarma. De acuerdo: obviamente, este tema puede tener derivadas y ser abordado como convenga pero habrá que abordarlo. Por otro lado, sigo preguntándome en qué momento le pareció adecuado escoger los temas que trató en lugar de este que, verdaderamente, convocaba al Congreso: Paracuellos, la Guerra Civil, ETA y los homosexuales.
¿Recordáis la entrada de "El Gobierno de Schrodinger" en la cual decía que el Gobierno (y quería hacer un paralelismo con la izquierda) está transicionando a actuar a la contra de los ideales progresistas? ¿Que empezaron siendo tolerantes, pero para instruir a la sociedad en esta tolerancia utilizan medios intolerantes? ¿Que combaten la discriminación con más iscriminación, retrasando cada vez más el momento de una plena igualdad? ¿Que defienden la libertad, pero la de prensa la comienzan a aborrecer? Un poco al estilo "1984" cuando el Ministerio de la Guerra se llamaba Ministerio de la Paz (si alguien lo ha leído, seguro que con esta referencia entiende perfectamente lo que quiero decir).
Pues bien: creo que, en esa sesión, Vox intentó hacer algo parecido, pero mal. Muy mal argumentado y, además, intentando mostrarse ellos como antagonistas de esa intolerancia que acusaban en Pedro y sus apóstoles. Dijo Abascal: "Abandonen esos ídolos como el Che Guevara, que odiaba a los homosexuales". Tengo entendido que esto es cierto. Pero, querido Santiago: si idolatran al Che no es por esa parte en concreto. Decir que le adoraban por eso es una falacia de cajón. ¿Acaso tienen un interés oculto en defenestrar a los homosexuales? Nada de eso. Adoran al Che por otras cuestiones: políticas, sociales, económicas, etc. Otras cuestiones estas que a mí, personalmente, no me parecen nada loables. Pero eso no quita que haya que hacer un análisis claro.
Acto seguido, el diputado añadía: "En Vox no despreciamos a nadie por su color, sexo, origen ni orientación sexual. Debe de ser muy duro ser homosexual y no ser aceptado". Un discurso este que en 2010 dábamos por superado. La izquierda es, a veces, la que no lo supera, pero Vox lo vuelve a sacar. Intenta ocupar el espacio que la izquierda deja al volverse reaccionaria e intolerante, pero no le sale bien porque ellos no son más tolerantes que estos primeros.
Vox está intentando hacer el juego de 1984 para plantearse como alternativa, pero para ello, y de entre los miles de argumentos buenos de los que dispone para mostrar la deriva reaccionaria de la izquierda, usa los que no son válidos pero generan más ruido. Usan los peores argumentos de la manera menos indicada y en el peor momento posible. Sólo el tiempo dirá si esto les convenía.
Una vez creen que han construido un relato en el que la izquierda es la intolerante (escogiendo la peor de entre las muchas buenas formas de argumentarlo), se ponen ellos enfrente para antagonizarse. Pues hombre, tenéis bastantes casos de personas con ideas franquistas, fascistas, muy cerradas, antiliberales, ultraderechistas, etc.

Yo no diré si Vox es o deja de ser un partido ultraderechista o lo deja de ser, porque creo que la situación con ese partido es más complicada que eso. Es un partido que empezó como liberal en la economía pero luego de liberal no tiene mucho, que intenta ir de tolerante frente a la intolerancia oculta, pero para ello esconde las suyas propias, que tiene alguna medida considerable e interesante pero las mezcla entre otras muchas anacrónicas que empezó conectando muy bien con su público pero luego perdió un poco el norte, empezando a caer en propuestas y medidas propagandistas como el resto de partidos, que decía desde el principio que Vox apreciaba a todos los españoles por igual, pero cuando colgó una imagen de dos hombres besándose en Twitter a fin de demostrarlo, tuvo que lidiar con comentarios reprobatorios de sus propios seguidores...
A lo mejor la idea de Voz no es en sí misma ser un partido ultraderechista, pero tiene una base de apoyos, militantes y cargos que, dadas la imagen y propaganda que ellos emiten, en mucha parte (no sé si la mayoría, pero en cualquier caso, suficiente para influir en la esencia y destino del partido), sí lo es. Así pues, no se pueden poner como espejo frente a la situación que, además, torpemente, pintan por parte de la izquierda.

Por el PSOE no veo nada bueno. Por Vox, lo mismo. De la actitud de los grupos independentistas prefiero no hablar.
Nadie al volante.