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8/1/23

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Lolitos y tuiteros

Recientemente, ha sido polémico el anuncio de una nueva serie ("Escándalo, relato de una obsesión") cuyo tráiler presenta el romance clandestino entre una mujer de 42 años y un adolescente de 15. No es necesario saber más sobre la producción para entender su principal razón de ser ni el jaleo montado a su alrededor.

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Sabiendo que el vídeo de presentación es fruto de un rodaje, no me preocupé por el chaval, sino por los comentarios en la red social del pajarillo, donde se colgó. Bajé a leerlos y confirmé mis sospechas: casi todos ellos, unidos en su significado, filtrados de exabruptos e indirectas, recompuestos en un sujeto y un predicado, vienen a decir algo así como "Esta serie es apología de la pederastia, eso está mal y por lo tanto debe ser prohibida". Y yo no podía proponerme otra cosa que desacreditar esa observación.

I. Exponer no es necesariamente defender

Presentar los argumentos de una parte no equivale a defenderlos. Yo puedo explicar las premisas del ayuno intermitente o la meditación vipassana sin parecerme una buena opción, las bases del catolicismo y la socialdemocracia aun viéndolas inmorales, o los postulados de Hitler y del Estado Islámico aun considerándolos atacables. Esto suele entenderse con facilidad. Sin embargo, no se concede fácilmente que, del mismo modo, cualquier persona puede presentar los motivos por los que cree que un pederasta considera que lo que hace está bien, es neutro o no está lo suficiente mal para dejar de hacerlo, sin que ello implique que comparte tales argumentos.

Me atrevo a afirmar que esta quiebra de la estructura lógica, esta falta de correspondencia entre unos ejemplos y el otro, ocurre por la gravedad del asunto. Existe tal miedo a descubrirse suscribiendo alguno de los argumentos o actitudes expuestas que no nos permitimos considerarlas en voz alta y razonarlas concediéndoles el beneficio de la duda hasta descubrir o confirmar por qué son inmorales o las detestamos. Y si nos negamos a iniciar tal proceso mental, qué menos que señalar a quien sí lo hace como cómplice, porque ¿qué otro motivo podría tener?

Creo, además, que esta ceguera autoinflingida es prácticamente la única causa de este ilógico trato diferencial a la legitimidad de la expresión de diferentes situaciones en función de la gravedad de los hechos que impliquen. Si la evitamos, sólo nos queda comprobar que lo inmoral de un hecho no tiene conexión directa con su defensa por el hecho de describirlo. Me vienen a la mente dos canciones: "La maté porque era mía", de Platero y tú; y "La mataré", de Loquillo. Ambas hablan desde la perspectiva de un feminicida o futuro asesino, y plantean sus motivos, basados en el desengaño amoroso y las tendencias posesivas. Ambas han sido polémicas en los últimos años, y la última fue prohibida dentro de una lista negra en las escuelas e institutos navarros en 2018.

Actuar así no es nada nuevo: la novela Lolita (1955), de Nabokov, que narra la historia de un hombre que cree enamorarse de una niña, fue censurada en varios países por mucho tiempo.

Tengo varias preguntas para las personas que se sitúan a favor de la censura por los motivos expuestos: ¿Tan débiles son tus argumentos? ¿Tan poco confías en ti?, y si no, ¿por qué confías más en ti que en los demás, y con qué derecho eres paternalista con ellos? ¿No podría ser esta repulsión que experimentas con el tráiler lo mismo que experimentarán con la serie quienes lo vean?

Sí puede haber una conexión indirecta entre atreverse a razonar públicamente sobre algo grave y defenderlo más o menos secretamente. El único, triste y evitable motivo por el que, a mayor gravedad de un tema, mayor probabilidad de que quien lo exponga esté a favor, es el creciente coste de opinar, que va dejando predicando sólo a quienes tienen una resistencia numantina a vender su libertad de expresión y a quienes tienen interés en legitimar el tema en cuestión. No debería tener que aclararse, pero soy de los primeros (y en casi todo).

II. La intención es diferente, el acto es igual

Debe admitirse que, si exponer algo no equivale necesariamente a defenderlo, entonces sí puede equivaler a ello.

Sin embargo, no es posible saberlo con claridad. ¿Cómo puede distinguirse un cuadro del Holocausto dibujado por un pintor que desearía que se repitiera, del mismo cuadro dibujado por un judío? ¿Cómo puede saberse si un escritor habría estado realmente a favor del comportamiento o destino de uno de sus personajes en un contexto real? ¿Cómo puede saberse si el guionista de un romance inmoral en una serie se excita leyendo su propio guion o, por el contrario, se guía por el asco para redactarlo? ¿Cómo saber si el autor de un informe sobre ciertas actuaciones querría que nosotros quedáramos convencidos, prevenidos o sólo informados sobre estas?

Hay ciertos códigos implícitos en la forma de contar y retratar las cosas que nos permiten deducir su intención, y es verdad que ciertas situaciones se prestan a ello por su complejidad y subjetividad. Una serie parece un campo mucho más fácilmente convertible en una apología que una fotografía. Acaso este filtro, esta adivinación de intenciones que sí, muchas veces es acertada aunque no se pueda comprobar, pueda ser utilizable para decidir si consumir o no un producto, o escuchar o no ciertas palabras; siempre que se sea el tipo de persona que boicotea o no discursos idénticos según las intenciones, sea por miedo, por castigo o por simple impotencia para soportarlo. Sin embargo, es preciso realizar dos aclaraciones.

La primera es que incluso en estos casos, de exposiciones complejas y subjetivas, siempre se puede tener una intención imparcial, independientemente de que sea más fácil plasmar la intención si esta no fuera imparcial.

La segunda es que nunca puede dilucidar absolutamente la intención, especialmente si se nos muestra la realidad desde los personajes que ejercen las acciones a cuestionar. Y decir que nunca se pueda dilucidar absolutamente es tal como decir que nunca se puede dilucidar, si de ello se van a extraer consecuencias. ¿Meterías en la cárcel a alguien porque sospechas que ha matado?

III. Evitar la arbitrariedad

El uso de la intención adivinada como elemento legitimador de la cancelación lleva irremediablemente a la arbitrariedad; y la arbitrariedad, al poder discrecional y abusivo del árbitro, que, ahora sí, suele tener intenciones ocultas, en tanto que se corresponde con las instituciones que nos pastorean. El mismo Ministerio de Igualdad en el que te abrigas hoy podrá silenciarte a ti mañana al abrigo de otros como tú.

Así pues, para evitar esta "moralidad gris" nos vemos obligados a escoger entre permisividad total o censura total.

La permisividad total permite que se den situaciones en las que alguien pueda acabar viéndose legitimado a cometer actos inmorales que ha visto en una serie u otros productos, tanto por haber sido convencido como reforzado; y estos actos inmorales pudieran vulnerar derechos ajenos, como los de un menor, en este caso. Equivaldría a respetar el derecho a deambular de todas las personas aún cuando en la calle puedan ocurrir problemas.

La censura total pretende prevenir esto vulnerando hoy la libertad de expresión. Equivaldría a prohibir a una persona salir a la calle por si se tropieza por despiste, cae encima de alguien, ese alguien se abre la cabeza y termina siendo víctima de un homicidio involuntario. Por supuesto, los censores sí están capacitados para salir a la calle y evaluar los riesgos por todos los demás, dado que es así como pueden pronunciarse más tarde.

La libertad de expresión y de creación artística no sólo es un derecho, sino que es conveniente en tanto que permite conocer la opinión de quien pueda suponer una amenaza (y desacreditarla con libertad); y, en este caso, permite formar una opinión más clara sobre lo que no nos parece bien, y por qué. Así ocurre, hoy día (aunque no sólo por esto), que el fascismo, el machismo y otros tantos problemas se han banalizado entre quienes no se atreven a conocer la mente de los machistas y los fascistas. Bien: estas personas, que quieren estar en misa y repicando, que no quieren elegir entre criticar algo y dejar de ser ignorantes sobre ello, que prostituyen sus palabras a su comodidad, son parte necesaria en el proceso por el que estos movimientos están reactivándose en cierto grado al no encontrar una oposición seria.

Estos argumentos se han dirigido a quien tenga alguna defensa consciente de la cancelación de la serie. A quien no, le recomendaría levantar la censura privada de su propia cabeza hasta decidir si está a favor de la pública.