días

31/1/14

0

Metafísica circular

Hace unos días mi padre se dio cuenta de algo mientras conducía. Aquí está su testimonio.

"¡Los agujeros negros existen! Lo puedo asegurar con rotundidad.
El otro día circulaba yo por la autovía de Santander-Torrelavega, después de asistir a una sesión de cine en la capital, ya que en nuestra ciudad solo tenemos un triste salón de actos reconvertido para la emisión de películas. Pero no nos desviemos, y menos en la carretera...
El caso es que algo así como por la zona de Barreda empecé a notar una sensación de inquietud, un cosquilleo en la nuca, leve pero insistente, que hacía saltar mi alarma interna. Mi intuición no se equivocaba, ya que al llegar al "Donuts", con salidas a Bilbao, Suances y a la urbe, me vi engullido por la más absoluta oscuridad y negrura. Hube de dar varias vueltas sobre el círculo hasta que mis pupilas se dilataran y me acostumbrase a la penumbra. Cuando esto ocurrió, vi que ¡había luz más allá de la rotonda! Neones brillantes y algunos escaparates me indicaban la dirección a tomar, me sacaron de mi estado catatónico y me llevaron fuera de las oscuras garras de la negrura...
¡A ver si ponemos alguna farola, que nos vamos a matar!"

30/1/14

2

Píxel a píxel

Tuve una época en la cual me gustaba mucho la fotografía. Sin ser un gran profesional, me dediqué a hacer unas cuantas fotos, y son suficientes como para llenar una entrada. Ya sabéis que en este blog os podéis encontrar cualquier cosa... Y en este caso, quiero que juzguéis las siguientes fotografías.
Por cierto, entenderás que estas imágenes no se deben robar, ni copiar, bla, bla, bla, yada, yada, yada... Están registradas por si hubiera que demostrar de quién son, así que... cuidado.

¡Boom!

En fiestas

Atrapado

Avenida de Fernández Vallejo

Paisaje cántabro

Camino

Hielo agonizando


Buenas vistas


Detalle musgoso

Mirada cristalina

El rey de la montaña

Esa ITV...

Agua de oro

Sequedad

  Un vistazo al mundo

 ¡Lo siento, de veras!

 Los colores del agua

Caída burbujeante

Riachuelo

Reino vegetal

Paisaje nórdico

Torrelavega

Cordura

Typical spanish

  Un día agobiante

¿Hambre?

Jardín acuático

26/1/14

9

18 cosas que hacer antes de morir

Hace meses escribí "18 cosas que hacer antes que ver la tele". Estas otras actividades te garantizan una vida entretenida:

1. En verano, escribe un mensaje de náufrago, mételo en una botella y semiocúltalo en la playa. Tal vez lo leas en el periódico...

Fuente de la imagen

2. Haz una cápsula del tiempo. Puestos a enterrar, entiérrala también por ahí, llena de objetos cotidianos de nuestro siglo XXI. Cuando se la encuentren ayudarás a escribir la Historia.

Fuente

3. Tírate con un paracaídas. ¡Hay que volar una vez por lo menos!

Fuente

4. Encontrar una obra recién construida (sal de España), buscar cemento y dejar tu huella para siempre.

Fuente

5. Salir a la lluvia de noche sin paraguas ni chaqueta, a dar un paseo, a sentir. Tranquilo, no es ácido. Pero por si acaso llévate una aspirina.

Fuente

6. Ahorrar un tiempo para salir una jornada a comprar cualquier cosa sin tan siquiera mirar los precios.

Fuente

7. Escribir un comentario en este blog.
¡Esta es mía!

8. Entrar en una tienda, preguntar qué año es y salir corriendo gritando "¡funcionó!"

Fuente

9. Pasarse un día entero de manta y sofá, viendo películas hasta dormirse...

Fuente

10. Tomarse mucho tiempo para hacerse un refugio de Lego. James May pudo hacerlo, ¿y tú no?

Fuente

11. Gastar una broma telefónica. Mientras no sea al 112, no se lo tomarán tan mal, y puede ser muy divertido.

Fuente

12. Dar un paseo matutino sin haber desayunado.


Fuente

13. Viajar en tren un día y volver en cuanto llegues. El tren es un cómodo transporte. Puedes ver el paisaje mientras cruzas el camino, y el traqueteo añade un punto de relax al ya de por sí agradable acogedor transporte. Te alegrarás de llegar a tu destino, pero más aún de estar en casa tan rápido.

Fuente

14. Plantar un pino piñonero. Esperar. Vender los piñones a ocho euros el kilo.

¡Esta es mía!

15. Pasarse una tarde entera tumbado sobre césped, arrancando la hierba. Debajo de un árbol, viendo el Sol filtrarse entre sus hojas. Sueno utópico, pero es muy sencillo conseguirlo...

Fuente

16. Apadrinar un niño.

Fuente

17. Vivir.

Fuente

18. Y, cuando vayas a expirar, rodeado de tus nietos, farfulla: "El tesoro... está... en..."
No voy a poner una imagen de un muerto.

Y, por supuesto, recuerda hacer todo esto con una sonrisa en la boca... tendrá más sentido.

25/1/14

1

Roberto en su galeón

Después de disculparme por pasar tanto tiempo sin ocurrírseme una buena idea para escribir, os voy a contar una emotiva historia para mí.

Yo era un niño feliz. Viví una buena infancia rodeado de amigos y felicidad, en la que aparentemente nada me faltó nunca. Sin embargo, había algo que comencé a ansiar, algo que le provocó varios dolores de cabeza a mi madre, y es que yo quería una mascota. Fuera perro o fuera gato, algo de lo que fardar en clase.
Acabé elaborando una encuesta sobre quién tenía mascotas en casa, y descubrí que en mi clase pertenecía a una minoría sin amigos perrunos ni tiernos mininos. Insistí, e insistí tanto que mi progenitora se dio por vencida. Me propuso un buen plan: yo seguía con buenas notas y ella me compraría, por fin... ¡Peces!
No lo iba a fastidiar en aquel momento, y aunque esperaba algo mejor, no lo rechazé. Las calificaciones me permitieron, meses más tarde, entrar a la tienda de animales de la mano de mi madre. Al frente ocupaban la pared varias peceras. De ellas saqué dos peces.
El primero era naranja y se llamaba Calipso (nombre concebido de mi imaginación).
El segundo, amarillo como el Sol, se llevó un nombre más humano: Roberto. Todo viene de este anuncio.


Y bueno, ese el el principio. Yo me sentía satisfecho con los dos peces coleteando contra la pared de la pecera. Roberto no paraba quieto, y Calipso era más tranquilo... Tan tranquilo que se murió y me partió el alma. Quise que tuviera dignidad y le pedí a mi padre que le hiciera una cajita de cartón, donde a modo de ataúd entró Calipso. Fue enterrado debajo de las piedras de un jardín.

A los dos días de conseguirlos, solo me quedaba un pez: Roberto, que parecía ajeno a mi dolor, nadaba y dormía sobre su palmera artificial, hasta que me hizo olvidarme de que un día hubo otro inquilino ahí y volví a ser feliz admirando los elegantes largos que se marcaba de un lado a otro de su humilde casa. Sin embargo, en uno de estos, y un par de años más tarde, debió de herirse. Tenía un pequeño corte que le surcaba un lateral. El problema se agravó. Lo intenté todo, pero ni enriqueciendo el agua con productos: el corte ya era importante, y este momento coincidió con mi partida a un viaje. Tuve que dejar la pecera y una carta de instrucciones a mi primo.
Yo no estaba para cuidarle, y finalmente, cuando volví a recogerle... Me encontré con un trozo de carne tirado sobre la arena falsa. No movía los ojos. No respiraba. No se retorcía. No coleteaba. Estaba muerto.

Roberto me acompañó más tiempo en mi vida: merecía algo mejor que un triste entierro. Así que mi padre rescató un cuadro pintado por él. En él aparece un imponente barco luchando contra las olas de una furiosa tempestad. Le hizo un marco al cuadro y colgó de él, con un anzuelo, a Roberto, recordándolo para siempre.
Ese cuadro está expuesto en un bar, permitiendo la eterna memoria de Roberto.

Próximamente: Pepa, el hámster.

16/1/14

0

Hipocresía

Ayer se desató una tertulia a la hora de la comida. Tres personas discutiendo la tauromaquia, y una conclusión...

"Los toros se han convertido en el ejemplo de crueldad más espantoso perpetrado por la raza humana, miles de sensibles almas abogan por su desaparición, por ser cruel, denigrante, patético e inhumano, entre docenas de adjetivos, y en esa especie de psicosis colectiva, deseando algunos ver antes la sangre del torero que la del toro. Torero, ese ser mezquino y carente de escrúpulos que disfruta con el martirio del bruto. Hay otras almas que acuden también a las plazas a presenciar también la otra parte del espectáculo, las bellas damas con sombrero, los señores con sus purazos, la apostura de los toreros, la alegría de los pasodobles, la tertulia, los enfrentamientos por orejas y rabos. Y la lucha de los contendientes, tampoco carente de riesgo para el torero, es un espectáculo cruel y a la vez hermoso.
Pero yo no veo nada de belleza en el mantenimiento de grandes simios con inteligencia comparable a la humana en cubículos de cristal blindado en compañía de un mugriente neumático colgado de una cuerda. Mirándonos desde dentro con ojos grandes y tristes. Preguntándose qué les ha llevado allí, cuál es su delito y quién les juzgó.
Tampoco lo veo en ubicar a orcas y delfines en ridículas piscinas, sometidos a malos tratos psico-físicos que merman sus vidas en varios años y les llevan a la locura. Ni en cebar a las ocas con embudos hasta que su hígado enfermo e hipertrofiado sirva para entrar en la cadena de alimentos en forma de caros patos y foies.
No veo nada noble en separar a un lactante lechazo de mes y medio y adornarle con lechuga y patatas.
Matar cientos y miles de ratas en los laboratorios, inyectándoles tóxicos y provocándoles la muerte, encerrar a osos, lobos y demás animales acostumbrados a recorrer kilómetros cada día en bonitas perro pequeñas maquetas de la realidad. Estoy seguro de que, si pudiera escoger, ese simio preferiría antes la muerte que la vida tal como es para él. Él, que ni siquiera tiene la libertad de luchar por su vida como el toro."

13/1/14

2

Democracia planetaria

Pues he aquí un día de suerte: siete jornadas sin escribir y sin saber qué hacer en la próxima entrada, hasta que me la escriben a mí. El otro día soñé algo bastante loco, y, como si de un relato se tratara, voy a intentar contarlo aquí.

ADVERTENCIA: Hay partes no del todo lógicas. No olvides que el autor de esta historia es un cerebro en estado REM.



"Todo comenzó en mi clase. Los pupitres estaban ordenados en pequeños grupos, en vez de trazar filas. En uno de esos grupos estoy yo con una amiga mía, que estaba mascando chicle y había dejado un cubo de chucherías encima de la mesa.
Por lo visto, el profesor de Sociales (nadie a quien conozca realmente como tal) estaba de muy mala leche y oía el chicle.
-¿¡¡¡¿Quién está comiendo?!!!?- bramó, mientras registraba visualmente la clase.
No pareció ver el bote de chuches, pero sí a mi compañera mascando chicle al lado mío, con lo cual volvió a ladrar:
-¡Fuera de clase! ¿Alguien más?
Por un motivo o por otro, yo tenía otro chicle en la mano, así que... tuve que confesar.
-Yo...
Entonces el profesor nos echó y, con nosotros, al resto de la clase. Acabamos en en hall de entrada.

Por aquel entonces el Sol se había convertido en una Gigante Roja y la Tierra era cada vez más peligrosa: terreno yermo, radiación, calor... y cada día peor. De hecho, si mirabas al cielo se veía la esfera triplicada.
Así, ¿qué mejor momento para hacer de guía a mis compañeros de clase en un paseo por la ciudad? Eso hicimos, dar una vuelta bajo el Sol abrasador.
Finalmente, me cansé de estar en el planeta Tierra. Por suerte, habían construido otro planeta para que unos pocos pudiesen salvarse de aquel apocalipsis.

 Esos pocos eran elegidos al azar, y yo uno de ellos. De modo que cogí una nave espacial y subí a mi planeta fresquito.
Nada más pisar ¿tierra? me arrepentí: no había tenido suficiente tiempo para despedirme. Pensé:
"Antes de que sea un infierno, bajaré por última vez a la Tierra". Y bajé.
Aparecí en una calle italiana frente a una vieja pizzería. Entré y pedí una margherita mediana, antes de percatarme de que solo tenían dos mesas, dos sillas en cada una.
En la primera mesa estaba una buena amiga con otra compañera suya comiendo. Las saludé efusivamente.
En la segunda mesa, mi padre tomando un blanco. Me alegré de verle y me senté con él a charlar mientras poco a poco limpiaba el plato.
Luego decidí que el paseo había terminado. Entre sudores y picor de piel, pensé en subir a la nave espacial para ir a mi nuevo planeta, pero no todo estaba a mi favor... tres macarras me empezaron a seguir, buscando solo juerga y queriendo molestar. Se colaron en la nave y en el planeta, aún sin autorización.
El astro consistía en un pequeño pueblo con un kiosko y un bar.
En el pueblo había elecciones. Se iba a decidir el alcalde, que por el momento era una tal Amelia, también dueña del kiosko, con lo cual era pluriempleada (permitido en el poblado). Mi desesperación llegó cuando descubrí que los tres tipos que me habían seguido hasta el planeta se presentaban también a gobernar:
"Como salgan estos... entre que ya estamos mal y con recursos limitados, vamos a durar un telediario", razoné.
Debía evitarlo como fuera.
Entre como un rayo al bar del pueblo, donde estaban todos los habitantes absortos en la pantalla de la televisión: una película de Antena 3. En sus rostros leía esperanzas perdidas, tristeza y hasta indiferencia. Aún así lo intenté:
"¡Tenéis que votar a Amelia! ¡No podéis votar a los otros! ¡Que no vamos a poder sobrevivir!"
Nadie me escuchó. Me puse delante de la tele y lo repetí, y ahí fue cuando se fueron animando a hacerme caso, a votar a Amelia.
Los resultados se representaban con tres latas de Coca-Cola. Según lo abolladas que estuviesen, representaban el primer puesto (alcalde), segundo más votado o tercero. Y en esto se basaba mi plan B por si salían quienes yo no quería:
Por la plaza del pueblo, donde en una tarima se realizaban las elecciones y entrega de latas (para lo cual me había pedido voluntario yo), pasaba un canal artificial para que bajase el agua al llover mucho, y estaba bien cargada. Si los gamberros ganaban, tiraría las latas al río rápidamente para que no pudieran gobernar (¿?). El plan B me daba un poco de miedo, ¿y si me mataban al momento? Por esto, se lo propuse a mi padre, que de alguna manera había acabado al lado mío. Rápidamente me mostró su rechazo (el tampoco quería morir, claro). Además, hubo un detalle que nos echó para atrás: vimos en el parque del pueblo a un niño bomba. Llevaba dos globos pegados a la espalda, y por lo visto, en mi mundo de sueños, aquello eran bombas. ¡Seguro que las explotaban si les impedíamos gobernar! Finalmente me rendí.
"Que sea lo que Dios quiera".
Cuanto me quise dar cuenta, las elecciones se realizaban lanzando una jabalina, y ganaba uno u otro según dónde cayese. La lanza salió de la multitud, se clavó en el suelo. Hubo un breve silencio, y a continuación, un grito solitario:
"¡Amelia! ¡Amelia alcaldesa!"
Entonces todos gritaron su nombre, felices, y la llevaron en volandas hasta su kiosko, mientras lágrimas de felicidad y alivio brotaban de mis ojos..."

Tal vez esto sea producto de mi impaciencia por la próxima legislatura...