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31/8/23

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¡Extra, extra!

¡Escándalo! Nuevas imágenes confirman que Rubiales besó a Hermoso con un 5,3% de consentimiento (como el dato de inflación de la eurozona en agosto).

¡Increíble! Cómo perder esos kilos que se resisten a irse (como nuestro PIB per cápita, que lleva 20 años estancado).

¡Novedades! ¿Running, footing o jogging? Cómo decirlo para estar a la última (no como nuestro IRPF, que no se indexa a la inflación desde 2008).

¡Humillación! Influencer se queda solo tras su cancelación pública (como el 13% de los estadounidenses que reconocen no tener un solo amigo, frente a un 3% en 1990).

¡Escalofriante! Muere a manos de la expareja de su primo de una forma lenta y dolorosa (como las asociaciones vecinales y similares, reemplazadas por vecindarios que no se conocen).

¡Indignante! Un alcalde cambia el nombre de 11 calles (como la edad media de iniciación al consumo de porno, que ya baja a los 11 años).

¡Exclusiva! Todas las claves sobre el primer hijo subrogado de una famosa que no te importa (mismo puesto que el que ostenta España como consumidora mundial de tranquilizantes).

¡Polémica! Enfádese viendo lo incómodo que está un señor por la respuesta a una citación de un tuit en un comentario de un vídeo insertado en un post (como el 51% de los jóvenes, que dice estar más incómodo en la realidad que en las redes sociales).

¡Zasca! Se confirma que Sánchez y Feijóo se han insultado en su reunión 4 millones de veces (como el número de españoles con depresión este año).

¡Vergüenza! Greta Thunberg reemplaza su desayuno a base de agua por uno con huella de carbono (como los adolescentes y niños, que están reemplazando el ocio activo por uno sedentario).

¡Peligro! Baja el número de personas que se identifican como protodo y antimaldad (como la esperanza de vida, que lleva años bajando en EEUU y la UE).


Quizás estos titulares capciosos sean la única forma de llamar la atención sobre las muchas aristas de un problema que avanza silenciosamente a nivel global: cada vez estamos más empobrecidos, más solos, más perdidos en la vida, más alejados y desconocedores de nuestras propias prioridades, y menos realizados espiritual, física e intelectualmente.

Una amenaza para la vida misma que obedece a una tecnología de avance despiadado a su propio servicio, así como a una sociedad líquida y aceleradísima.

Una realidad, en fin, que cuanto más evidente se hace, más se esconde en las pequeñitas esquinas de los diarios, precedida de grandes titulares infantiles y vacíos, chillones y distractivos.

Este, y no otro, es el verdadero escándalo de nuestros días.

16/8/23

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El revelado



Nos están robando el espacio-tiempo.
 
1. La cámara que empezó todo
 
He rescatado una cámara de fotos analógica que andaba por casa. He girado una pila que estaba al revés, comprobado que el piloto se encendía, el flash funcionaba y el obturador sonaba, puesto un carrete de 36 fotos y comenzado a disparar.
 
Mis primeras reflexiones fueron que cada foto me costaría 41 céntimos, más el revelado posterior; y que tendría unos tiros limitados, teniendo que esperar a acabarlos todos para poder verlos. Problemas varios que habrían de revelar (nunca mejor dicho) la superioridad de lo digital, de utilizar el móvil, como siempre hasta ahora. Y, sin embargo, mi emoción por utilizar esta cámara no menguaba con cada reto, sino al contrario. ¿Por qué? ¿Qué sabía mi subconsciente que yo no era capaz de verbalizar más allá de “me hace ilusión”? Me he propuesto escribirlo.
 
2. Pantallas
 
La clave, tras haberlo pensado, es que puede que la tecnología se esté haciendo superior en áreas que no necesariamente proporcionan más satisfacción. Puede que estemos inmersos en una carrera a ninguna parte, en la que ya hace tiempo que dejamos a un lado la línea de meta, pero seguimos corriendo, pensando que está por venir más adelante.
 
La digitalización, y las pantallas como soporte de ella, tienen una capacidad enorme para optimizar y facilitar procesos. Y quizás la optimización sea el ideal del mercado y del progreso material; pero no es el ideal supremo de la realización vital, y no ha de intentarse extender a toda experiencia humana.
 
Se piensa que una pantalla es un lugar donde se puede tener todo a la vez. Pues bien: ni se tiene todo, sino una simulación del todo; ni se visualiza a la vez, sino sólo una cosa al tiempo.
 
Las pantallas sólo se aprovechan con el sentido de la vista, y si añadimos los altavoces, con el oído. La manipulación táctil es más un medio que un fin, y tan simple que no se puede decir que el tacto esté involucrado. De modo que faltan tres sentidos, y otros tantos si añadimos la propiocepción, el equilibrio, etc. Sentidos igual de importantes a los que ningún contenido digital deja lugar. Todo eso son conexiones que no se realizarán, emociones que no se despertarán, recuerdos que no se almacenarán, aprendizajes que no se darán e instintos que no se satisfarán.
 
¿De verdad es un capricho naif querer notar el papel de un libro? ¿Me convierte eso en Amélie? No: somos Homo sapiens que durante decenas de miles de años han conservado un detallado sentido del tacto y ahora necesitan utilizarlo tanto como siempre lo han hecho. Hemos interactuado históricamente con superficies variadas y objetos que requerían de fuerza y manipulaciones específicas y distintas, no sólo para el trabajo, sino para cualquier actividad cotidiana u ociosa. Como ejemplo al caso, pensemos en el proceso que suponía cargar el carrete de una cámara, rebobinarlo al terminar, apretar un botón para sacarlo, ir a la tienda de fotografía, entregar los negativos, volver a buscar las fotos y meterlas una por una en la funda de un álbum, escribiendo un texto que las acompañara. No es creíble que, de pronto, deslizar un solo y mismo dedo por una sola y misma superficie suave sea equivalente. Ese proceso destruido también formaba parte de la realidad de la fotografía.
 
3. Menos es más... y más es menos
 
¿Y qué se gana al optimizar un proceso?
 
Bueno, se gana tiempo. ¿Y qué se hace ahora con ese tiempo ganado? Cuarenta fotos del mismo momento, buscando perfeccionar detalles que nunca antes importaron, como el encuadre o los ojos abiertos; cuarenta fotos que se revisarán después, una a una, para seleccionar la mejor. Es decir, que como el proceso es más corto, se puede hacer más veces, y sólo porque se puede, se termina empleando el mismo tiempo en repetirlo, buscando una perfección propia del mercado, y no de una actividad recreativa. Tenemos más y mejores fotos, cuando ya hace tiempo que seguir sumando calidad y cantidad no aporta nada. No me refiero a un fotógrafo profesional, sino a una persona cualquiera que sólo quiere dejar recuerdos impresos. Quizá por ello compartamos tantas de las fotos hechas: porque sería manifiestamente ridículo trabajar tanto para guardar el resultado final en un álbum que se desempolve cada cinco años. ¿Y qué pasa si uno, aprovechando la optimización, es capaz de hacer una sola fotografía digital cada vez y así libera mucho tiempo para otras cosas? Entonces, no veo cómo puede disfrutarse del tiempo liberado si también se aspira a reducir la parte del mismo que se emplee en cualquier otra actividad. ¿Qué haremos si no hay nada que hacer con las horas? Dado que estamos obligados a existir las 24 horas de cada día y tener conciencia de ello mientras estamos despiertos, no podemos no hacer nada, sólo podemos pasar a hacer otra cosa con ellas. Pero ¿queríamos acaso hacer otra cosa? La clave no está en liberar ni llenar horas acríticamente, sino en que lo que se haga con ellas tenga un significado. Y la optimización tecnológica que causa y acompaña esta liberación no ayuda con eso. La cantidad agregada de horas sobrantes desperdiciadas por la gente en actividades como scrollear entre contenidos insulsos, presos de los algoritmos de recomendación de contenidos, es mucho mayor al tiempo liberado empleado en estudiar, meditar, descansar o cultivar aficiones.
 
Por otra parte, se ahorra dinero. Pero no sé para qué quiero dinero que no utilizar si no pretendía ahorrarlo; y si lo voy a gastar, no veo por qué no era bueno hacerlo en un proceso plenamente disfrutable, aunque largo.

La llamada paradoja de Jevons ya estableció que el incremento de eficiencia en el uso de un recurso aumenta el consumo del mismo a largo plazo. Es decir: ahora puedo tener lo mismo con menos (tiempo, espacio, esfuerzo), pero ¿por qué parar ahí? También puedo tener más con lo mismo que antes; o incluso puedo tener mucho más que lo que antes podía soñar con un poco más que antes. Fotos perfectas cuya perfección no te satisface más, logradas con un tiempo que sigues desaprovechando y despreciando.
 
También se ahorra esfuerzo, es cierto. Pero pongamos ahora que se crea una IA que genera automáticamente un álbum de fotos realista basado en tu historia vital. ¿Es bueno que no hayas tenido ni siquiera que sacarlas? Por poder, podríamos optimizar digitalmente cada actividad, primero en sus partes más “sobrantes”, después en las segundas más “sobrantes”, y así a medida que la tecnología progrese. Pero la vida es hacer cosas, amigos. Y quizá haya quien piense que habría un suelo de actividades irreductibles que nunca se eliminarían, algo así como la “verdadera actividad”, un “de acuerdo, ya no tengo que fabricarme mis pinturas, pero yo pinto el cuadro y además tengo más tiempo y facilidad para hacerlo”. Pero no es así. Hoy día, los correos electrónicos tienen herramientas para dar respuestas automáticas sin haberse leído, los influencers compran bots para simular ante unos algoritmos que tienen popularidad social, Netflix te recomienda las series para que no tengas que pensar cuál ves, hay amigos que prefieren interactuar viendo los emoticonos que el otro le envía antes que su cara, y existen herramientas que piensan por ti cuáles son los mejores promts para que una IA haga una ilustración bonita que, oh, vaya, puede acabar siendo apreciada en redes por un ejército de bots. Así que no, no hay parte de ninguna actividad que escape a este paulatino ciclo de optimización. Daos cuenta de que, en todo esto, el humano sobra.
 
Luego está el tema del espacio que se ahorra. Qué bien, en un solo dispositivo tengo miles de archivos que antes eran analógicos. Ya no necesito estanterías, cedés, álbumes, carretes, cintas; en definitiva, no necesito metros cuadrados. Esa es la idea que estamos comprando. Así, podemos ver gente viviendo en pisos de una sola habitación en áreas masificadas de Japón; o, quedándonos más cerca, salones cada vez más pequeños en los hogares españoles (porque sí, yo lo veo), en los que el salón empieza a ser el cuarto de sentarse a ver la tele, y no un lugar que exprese el alma e intereses de quien vive allí y donde recibir a otras personas, un espacio que significar, un espacio de recreación, descanso y socialización. Una sala de estar.

Hay un engaño que nos dice que lo más práctico es mejor. Pero hay que preguntarse para qué y quién es algo práctico, y en este caso, lo es para un ahorro que no tenemos por qué desear en absoluto, y quizás más para los concejales de urbanismo y las empresas constructoras que para los habitantes de los hogares. Una silla y una pantalla ocupan muy poco sitio, pero todo lo que se puede hacer en un salón es muy superior a lo que se hace en una silla con una pantalla (incluso con dos). Puedo querer un salón con un par de butacas, una mesilla central, una alfombra, una lámpara con una estética que diga algo, una planta y una estantería bonita al fondo; un salón, en definitiva, que proporcione una experiencia mucho más rica que la que una pantalla me pueda ofrecer. Y sin metros cuadrados, no puedo tener nada de eso.
 
4. Ocupamos espacio, tardamos tiempo
 
En definitiva, todo lo que tarde tiempo es un estorbo para la digitalización; y todo lo que ocupe espacio, también. ¿Y dónde vivimos las personas, dónde aprendemos, nos desarrollamos o somos felices, sino en el tiempo y el espacio? ¿Existimos en un servidor, o respiramos el aire de la troposfera y gastamos el pavimento de las calles cuando lo pisamos? ¿Cuánto tiempo seguido podemos fingir que sólo somos un personaje de Fortnite antes de hacernos nuestras necesidades en la silla en la que tenemos el trasero? Queda claro, entonces: la propia persona es un estorbo para un impersonal proceso de optimización que se apoya en lo digital. Somos una parte de un proceso de mercado, una parte que además empieza a quedar obsoleta: de clientes, hemos pasado a producto, y de ahí, a medio de producción.
 
Ahí está el engaño que nos roba el espacio-tiempo. Hay un mercado ganando con el hecho de reducir los recursos utilizados por las personas, pero para hacerlo se necesita convencer a la gente de que ocupar y tardar menos es también su interés, cuando, genuinamente, no lo es. Este engaño opera identificando la idoneidad que la optimización, de la mano de la tecnología, tiene para el progreso material, con una supuesta idoneidad de la misma optimización extendida a nuestras vidas, siendo este un área completamente distinta. También se vale, el engaño, del potencial adictivo deliberadamente introducido en estos dispositivos digitales que nos roban silenciosamente metros cuadrados alrededor mientras nos mantienen mirándolos. El mismo dispositivo con que tienes que interactuar para pagar la factura de la luz tiene la puerta a un mundo infinito de vídeos cortos y adictivos.
 
Zuckerberg nos propone vivir en el metaverso y a muchos les parece una locura. Y lo es: es un triste sucedáneo de realidad, lo suficiente realista para calmar la ansiedad de quien no quiera enfrentarse al mundo pero tampoco sentirse solo, pero lo suficiente falso para no proporcionar una experiencia real que nos realice. Una buena solución para quitarse el estorbo de que las personas tengamos un cuerpo físico (al menos hasta tener que ir a comer o al baño). Sin embargo, yo sé que ya ha habido veces en las que tristes sucedáneos de socialización, como conversaciones intermitentes de Whatsapp, han sido pobres, pero suficientes, para cubrir la necesidad de socialización del día de algún amigo y quitarle parte de sus ganas de salir a dar una vuelta a la calle conmigo. Leer unas letras ha sido suficiente para que no salga a la calle conmigo, pero insuficiente para afianzar o disfrutar nuestra amistad a medio plazo. Andar por la calle empieza, poco a poco, a convertirse en "la opción analógica”.
 
5. La rebelión analógica
 
Utilizar lo analógico, aunque no sea necesario, aunque sea incómodo, y siendo desincentivado social o legalmente, es un acto de rebeldía. Y, si se hace desde la consciencia, se siente bien, porque es un acto correcto: vivir, ocupar espacio y tardar tiempo, no son caprichos ni estorbos. Es lo que somos.
 
En nuestros dispositivos, tenemos interfaces llenas de iconos que los nativos digitales comienzan a no poder asociar con algo tangible. Por algún motivo, pensarán, el símbolo del email es un rectángulo con un triángulo dentro; por alguna razón, el símbolo de Whatsapp contiene una especie de plátano ensanchado en los extremos; a saber por qué, quizás sólo para diferenciarse de otros, el icono de la aplicación de cámara es un cuadrado con un círculo en medio y una luz en una esquina. Que los iconos necesiten remitir a objetos analógicos, por mucho que se olviden, demuestra que el significado está en ellos: en esa carta que se abre, ese teléfono que se descuelga o esa cámara que pesa. Porque si hubiera que hacer un icono que representara la realidad digital, que representara lo que vas a encontrar en la aplicación, todos serían rectángulos: el rectángulo de la pantalla.

Que los procesos se optimicen ha ocurrido durante toda la historia y, efectivamente, está muy en entredicho su idoneidad y utilidad para mejorar el bienestar percibido entre distintas épocas históricas. Antes, la fuerza era necesaria en la mayor parte de trabajos: ahora que hemos logrado que no lo sea, es necesario ir al gimnasio y levantar pesas sin causa directa para mantener la salud, porque la fuerza, como tal, sigue siendo parte de lo humano. Antes, había que ir a lavar al río, y ahora que la lavadora libera tanto tiempo, este se emplea igualmente en otras ocupaciones con las que ganar más dinero.

Lo que no ha ocurrido siempre es que el ritmo de optimización sea tan acelerado, implacable y universal; ni, sobre todo, que, apoyado fundamentalmente en las pantallas, reemplace todos los procesos anteriores por unas actividades falsas, intangibles, desprovistas de significado y de pobre experimentación y contribución a la autorrealización. Es por ello que, de un efecto positivo o neutro del desarrollo tecnológico, se está pasando a uno negativo.
 
Tenemos que entender que la digitalización no nos interesa, al menos en todo aquello relacionado con el disfrute y la calidad de vida. Sólo así podremos salir de este bucle que nos roba las tres dimensiones y el tiempo en que se desarrollan, que nos roba nuestra propia existencia física y sentido vital. Mientras tanto, yo voy a llevar encima una cámara si me apetece, voy a disfrutar del tiempo y dinero empleados en revelar las fotos, y voy a llenar álbumes con ellas mientras tenga sitio donde colocarlos. Voy a llevar monedas encima e insistir a mis amigos para que acepten efectivo cuando les deba dinero. Voy a recopilar, poco a poco, una biblioteca personal que algún trasladaré a las estanterías de mi futura casa. Voy a existir de verdad.

Hoy, revelarse se hace con uve.

Cámara Analógica: Guía de Compra 2023 | Blog del Fotógrafo