días

14/12/23

0

Educación, valores y suicidio



La bomba de relojería


El ser humano tiene varias particularidades cognitivas. Nos centraremos en dos: que puede preguntarse para qué vive y que es consciente de que no tiene por qué vivir. Si a ello sumamos que la vida implica momentos de sufrimiento, el cerebro humano es una bomba de relojería, programada para concluir su propia destrucción.

 

Pero curiosamente, aquí estamos. La mayoría que aún resiste, quiero decir. Y es que la actualidad está marcada por un aumento de los suicidios, especialmente entre los más jóvenes, aquellos que precisamente tendrían que esperar más de la vida.

 

Ante esto, vemos a algunos convencidos, y a demasiados demagogos, proponer más y más acceso a los profesionales de la salud mental. Por no pensar de más, por no querer ver o por pretender decir lo que, superficialmente, la gente espera oír, ponen un parche en el barco y rezan porque eso les permita distraerse un rato más de la evidencia de que se está hundiendo. Y ríanse, pero convencidamente digo que estamos cerca de terminar normalizando la pretensión de disponer de un psicólogo de guardia, 24 horas diarias a nuestro lado, acompañándonos en cada frustración vital, con tal de no asumir que quizás no sea normal necesitarlo en tanta medida.


¿Qué demonios está pasando últimamente? Pues que quizás la enfermedad mental es la respuesta sana a una sociedad enferma. Y si la sociedad está enferma, ¿cuál es su achaque? A lo largo de todo el texto, voy a plantear mis hipótesis al respecto.


Yo lo llamaría avalorismo. Ausencia de valores, para los legos. De un tiempo a esta parte, avanza poco a poco la idea de que nada tiene realmente importancia suficiente para ser tomado en serio. Y esta idea es mortal.


Creer en algo para vivir

 

El riesgo existencial que supone esa conciencia de que la vida implica sufrimiento y que no es necesario vivirla queda anulado con un sencillo hackeo: dar valor a las cosas. Al menos, más que el que le damos a las afrentas de la vida. Si uno sufre, mal; pero cuando un militar lucha por la patria, un estudiante madruga por las notas o un padre trabaja por la familia, la afrenta pasa a un segundo plano. La patria es valiosa para ese militar, las notas para ese estudiante y la familia para ese padre.

 

Ahora bien, ¿de dónde viene ese valor que viene a salvarles? Entramos ahora en un complejo mundo emocional, y nos vemos obligados a usar palabras como honorresponsabilidaddeber, perseverancia, orgullo o amor. No por nada estas palabras se llaman "valores". Un autónomo levanta la persiana de su negocio porque el amor a su oficio vale más que la tentación de vivir de otra cosa. Un estudiante madruga para repasar porque así siente que cumple su deber, o porque al hacerlo siente orgullo por sus resultados.

 

Y a su vez, ¿de dónde viene el valor del deber? ¿Y por qué he de sentir orgullo al actuar de maneras que impliquen sacrificio? ¿Dónde está la parte valiosa de actuar con honor o con responsabilidad, tanto que haga que merezca la pena esforzarse? Al fin y al cabo, muchas veces a uno no le ocurre nada por no practicar estos valores; y otras tantas, prescindir de ellos incluso aporta una satisfacción inmediata.

 

Y sin embargo, sin estudiantes madrugadores, padres entregados y autónomos sufridores, el mundo no gira. Y alguien sin capacidad de perseverancia ni educación tiene muchas papeletas para padecer un futuro insufrible. De modo que, como decía antes, los valores nos dan fuerza para mantenernos vivos, y ahí está todo su valor, que no es poco. Pero queda claro, también, que el valor de estos valores (y perdón por las redundancias) aumenta con el tiempo y número de personas que los practiquen: en individual y en el momento inmediato, es prescindible y casi nulo. Esto es otra bomba de relojería, pues el diseño es contraintuitivo: uno ha de valorar estas cosas antes de comprobar que era importante que lo hiciera.


Y sin embargo, aquí estamos, con nuestros imperfectos pero semi-liberales regímenes de valores, con nuestro mundo girando, nuestras sociedades más o menos organizadas y productivas, muchos ciudadanos emparejándose y formando familias; en definitiva, con muchas personas dando importancia a las cosas que tienen y hacen en su vida, haciendo proyectos, perseverando. ¿Cómo se ha conseguido que toda esta gente interiorice valores que iban a dar fruto mucho tiempo después? ¿Cómo se ha vencido ese diseño contraintuitivo?

 

Pues contando historias.


Historias sobre el deber: interiorización de los valores


Si uno escucha desde su nacimiento palabras como "esfuerzo", "amabilidad" y "respeto" asociadas a relatos positivos, y escucha la carencia de las mismas asociada a relatos negativos, el condicionamiento clásico acaba funcionando.


De actuar por interés inmediato, se llega al día en que uno siente vergüenza al contestar mal a alguien, al mentir o no cumplir una obligación suscrita; y siente placer al hacer un favor, tratar con amabilidad o llevar una buena nota a casa. Llega el día en que uno está muy ilusionado con sacar su carrera, o en que siente mucha empatía por alguien a quien decide ayudar. En definitiva, llega el día en que la socialización de la persona triunfa y los valores se valoran por sí mismos, y en todo momento y circunstancia, independientemente del beneficio o perjuicio inmediato que supongan o no. Esto es una ilusión psicológica que va algo más allá de la realidad, pero que no es tan falsa; que nos permite a todos beneficiarnos, en sinergia, de un mundo más ordenado; y que es tremendamente más práctica y eficiente que pretender orientar cada acción individual que realicemos según la consecuencia que le calculemos.

 

En definitiva, los individuos exitosos de nuestra especie se han visto obligados a inventarse continuos relatos sobre nuestro papel en el mundo y todo lo que deberíamos y no deberíamos hacer. Y si yo fuera un suicida racionalista, vería esto como una estupidez supersticiosa; pero como escojo tirar hasta que se me acabe la cuerda, me parece perfecto. Creer en el valor y la importancia de cosas varias es parte de la psique de un ser humano sano. En contraposición, actuar por el interés inmediato es altamente peligroso, puesto que muchas veces el interés inmediato de un ser humano adulto es permanecer en la cama y no hacer absolutamente nada, cosa que de realizarse ininterrumpidamente lleva a la muerte.


Cuando un exhausto padre o profesor dice que hay que obedecerle "porque sí" suele referirse a todo lo que he escrito hasta aquí, lo sepa o no. No es porque sí: es que la creencia en conceptos de autoridad y deber es mucho más rápida, efectiva y amoldada al ser humano que la reflexión sobre cada acto, especialmente en etapas de formación.


El mundo necesita que la gente crea que debe hacer o no hacer unas cosas u otras, y necesita que lo crea y desee desde muy al principio de su vida.


Cronología del avalorismo juvenil

 

Desde hace tiempo, sin embargo, esto se está derrumbando. Como profesor, lo compruebo especialmente en los niños y adolescentes, reflejo perfecto de los nuevos tiempos.

 

Hace tiempo, si uno no hacía los deberes, se llevaba broncas. Además, cuando era uno solo quien no los hacía, sentía vergüenza en su aislamiento, de forma que no hacer los deberes era un fenómeno socialmente desfavorecido y aislado. Eventualmente, sin embargo, a medida que el avalorismo avanzaba, los alumnos descubrieron que las broncas no tienen más valor que el que ellos le quisieran dar, porque en realidad no tenían ninguna importancia intrínseca; y dejaron de dársela. Para más inri, al ser varios los enfermos de avalorismo, la falta de realización de la tarea dejó de ser un fenómeno aislado, y a día de hoy ha desaparecido el desincentivo de la vergüenza para quien no la haga, porque ya no puede ser señalado en particular. Hacer la tarea, por tanto, ya no vale lo suficiente frente a descansar o disfrutar de ocio continuo.

 

Otro recurso de los centros es el castigo, que consiste básicamente en poner al alumno en un aula a pasar las horas con una hoja de deberes y absolutamente ningún estímulo más. Huelga decir que gran parte de los reclusos no siente vergüenza por estar allí: también le han perdido el respeto a esa consecuencia. Observo allí diariamente a buena cantidad de alumnos que parecen satisfechos con esta situación. Estar en clase, participar con sus compañeros de las actividades, incluso salir al patio, caminar por los pasillos o ir a actividades extraescolares son también cosas cuyo valor han deconstruido, cuyo valor es pírrico en comparación con soportar el sufrimiento de abstenerse de molestar en clase, interrumpir, sacar el móvil o mostrar cualquier otro comportamiento antisocial que les haya llevado al aula de castigo.

 

Y aun así, esto no es lo que más me preocupa. Por último, el alumno que no se entere de nada puede suspender. Sin embargo, aquí ocurre lo mismo: si no se cree en el deber de aprobar, suspender es sólo el reflejo de que uno está mirando correctamente por sus intereses inmediatos, que son evitar el sufrimiento de esforzarse en estudiar. Así que muchos alumnos han perdido ya, también, el miedo a suspender.

 

Temo el día en que el avalorismo avance tanto que una masa crítica de alumnos apáticos tome conciencia de que mantenerlos dentro del instituto requiere en parte de su creencia en la autoridad del profesorado y, priorizando ir a casa a dormir, simplemente se amotinen y se marchen. Son más que el claustro de profesores, y nadie se lo podría impedir físicamente.


Las broncas no les producen vergüenza, el castigo no les moviliza y los suspensos no les causan respeto. 

 

Consecuencias


Pero como ya dije, los valores hacen girar al mundo, y es aquí donde empieza a ser un problema tangible: cuando las consecuencias de su falta llegan y es demasiado tarde para una persona o, de generalizarse, para una sociedad.

 

El avalorismo es suicida en pequeñas dosis. Los alumnos que han perdido el miedo a suspender Secundaria idean planes para hacerse una FP básica de lo que sea y ganar dinero. Cuando les digo que ahí también tendrán que esforzarse, y más en el trabajo que le sucederá, se encogen de hombros. Cuando les digo que tras el fracaso estudiantil viene el paro, después la caridad y finalmente la indigencia, puedo leer en sus ojos que si eso fuera así, están dispuestos a seguir sin poner de su parte, sea cual sea la consecuencia. La consecuencia de un gran sufrimiento, el de sacarse verdaderamente y por primera vez las castañas del fuego, para el que están tan poco preparados que puede que en ese momento prefieran tirarse de un séptimo. Y es que si quien valora en 10 la vida necesita un sufrimiento de 11 para quitársela, para quien la valora en 0 es suficiente un tropiezo.

 

Los que se quitan del medio se pierden una interesante travesía, y los que se quedan no están a gusto. Los jóvenes han puesto de moda la palabra disfrutón, pero se privan cada vez más de los medios para poder disfrutar de la vida en algún momento, al dejar en barbecho sus capacidades físicas, mentales, emocionales y afectivas. El sistema educativo, los políticos que lo parasitan, los docentes que lo permitimos, las familias que no ejercen como tal, los degradados medios de comunicación, estamos ignorando o incluso pisoteando todos los relatos que nos habían llevado a interiorizar esos más que justificados axiomas-porquesíes. Estamos privando a una generación entera del conocimiento de actitudes básicas como la escucha, el respeto y el esfuerzo. Y privándoles de estas herramientas, les estamos acercando al borde de un retraso mental de facto, con cabezas potencialmente capaces, pero en las que nunca se cultivarán habilidades básicas como la lectura, la escritura, la atención, la comprensión y la memorización.

 

Extensión social del avalorismo


Y en grandes dosis, el avalorismo es homicida. Hoy, la falta de valores comunes, e incluso la falta de todo valor en absoluto, se extiende también por la sociedad adulta (al fin y al cabo, desde ahí debió de pegarse a los jóvenes en un comienzo). Y la sociedad puede permitir vivir a un pequeño número de personas no productivas. Pero si la situación llega a tal punto que casi nadie hace los deberes, ¿quién mantiene a casi todos? Nos espera un sufrimiento generalizado por una incompetencia igualmente extendida.


Y oh, sorpresa: también entre los adultos y mayores son cada vez más quienes se quitan del medio.


¿Cuántos cobrapensiones podemos seguir soportando? ¿Cuántos asesores podremos enchufar de entre quienes no valen para trabajar? ¿Cuántos insultos podremos normalizar en la vida pública? ¿Cuánta indignidad tendremos que ostentar quienes agachamos la testuz y aceptamos ser funcionarios antes que profesores?


¿Cuántas mentiras más, hasta que descompongamos por completo la sociedad, la economía, la vida humana? ¿Enfrentaremos antes la causa de este drama o sus peores consecuencias?




13/12/23

0

Solipsismo


Si dormir es morir

hasta el día siguiente,

despertar no es nacer:

despertar es volver

a meterse en la tumba.

 

Si vivir es creer,

aun a contracorriente,

el soñar es de pie:

el soñar es de día

y no en la penumbra.

 

Si despierto de un sueño,

o en mis sueños despierto,

no sé si eso es morir;

o si nazco o revivo

al principio del fin.

 

Mas si sueño que vivo,

no viviendo mi sueño

no estaré más despierto

por poner tanto empeño,

por creer que es más cierto.

 

Y si sueño que muero,

o si muero soñando,

¿qué más da todo eso?

 

Soy inmune a la muerte,

soy inmune a la vida,

sólo tengo el presente,

sólo atiendo a mi mente

y lo que ella decida.



Jar with brain floating inside

0

Instrucciones para dormir

Dormir es un acto que inevitablemente todos nos vemos obligados a realizar tarde o temprano. Es, quizás, lo único en lo que todos los humanos estamos de acuerdo. Obsérvese lo curioso de esta acción: uno simplemente deja de hacer, ver o decir cualquier cosa hasta que revive inesperadamente tras un tiempo. 

Sin embargo, no todo sujeto quieto y con los ojos cerrados está durmiendo. Muchos están intentando engañar a su cuerpo para que crea que está durmiendo y, así, le conceda al fin cierto descanso tras un largo día. Otros están en un estado demasiado avanzado del sueño del que no se puede salir. La virtud está en el término medio, pero, como siempre, la virtud es un camino difícil. Dada la importancia capital del dormir, conviene considerar ciertos aspectos previos para dominar la técnica.

 

En primer lugar, se suele dormir en una posición horizontal. Esto no sólo es una cuestión de tradición social: dormir de pie es una práctica que sólo los astronautas dominan, pero es un reto tan cansino en la Tierra que intentarlo repetidamente le terminará haciendo dormirse y, cómo no, en posición horizontal.

 

En segundo lugar, uno ha de preparar el terreno. Siglos de observación parecen probar que las superficies ásperas o con pinchos son enemigas del sueño: este prefiere un colchón con ropa de cama. No basta con estirar mecánicamente las sábanas, sino que deben dejarse ciertas arrugas que sean pequeños refugios para las ideas que surgirán durante la noche.

 

Dispuestas la posición y el terreno, ahora sí, uno ha de impedirse la visión, normalmente recurriendo a dos tiras de piel que se superponen sobre los ojos y llamaremos párpados. Los párpados se utilizan mayoritariamente por su gran practicidad, dado que nunca se pierden, como sí puede ocurrir con un antifaz o un muro de cemento.

 

Una vez cegado, uno ha de esperar a que el tiempo pase. Esta suele ser la parte de más difícil ejecución en los tiempos que nos acompañan, caracterizados por la prisa y el constante estímulo. Se recomienda eliminar a toda oveja de la cabeza, pues cuantas más contemos, más aparecerán, y corremos el riesgo de pasar la noche entera trabajando como contables. Un breve grito mental será suficiente para echarlas de la mente.

 

Pasado el suficiente tiempo en las condiciones correctas, uno termina por dormirse. El éxito de esta parte del proceso nunca se puede comprobar, pero tal cosa no ha de preocuparnos: comprobar que uno revive inesperadamente será la prueba de que ha caído dormido en algún momento.


[Inspirado en Instrucciones para subir una escalera, de Julio Cortázar]

Bed made of clouds