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4/2/14

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Invita la casa

Hace pocos días, los medios de comunicación reventaron después de haberse hinchado anunciando un gran evento, probablemente desencadenante de un giro en la historia futura... Fue la convención del PP en Valladolid. Y yo, como siempre, llego tarde para analizarlo.
Sabéis que este "partido" ha perdido toda credibilidad para mí. El hecho de que muchos comedores trajeados se acurruquen en un edificio no parece muy agradable, y sin embargo, las imágenes nos muestran a un Rajoy sonriente, seguido por la risa de Cospedal y todos sus amiguitos.

Pero, ¿de qué se ríen exactamente? ¿Se ríen de felicidad? ¿Es de una broma? ¿O es...? Ah, espérate. De nosotros, ciudadanos cero a los que evitan la mirada o el habla cuando, de vez en cuando, caminan por la calle con las manos en los bolsillos y un revólver en el cinturón (por si acaso). Se ríen de felicidad también, aquella que les produce estar sorteando la crisis sin perder un céntimo, ni peces gordos, ni enfadar a contactos. Gracias a todo lo que sacan de nuestras casas, si nos dejan estas, unos y otros altos cargos pueden seguir gastando el sueldo de dos meses de un trabajador español en lucir un, eso sí, precioso reloj a juego con cada corbata, y por el lado femenino, ciudados peinados dignos de un maestro peluquero.

¿Crees que pensamos que este peinado se hace en casa, Soraya? ¿Y ese reloj? ¿Cuánto vale? Mejor no respondas, pero tampoco me eches de mi blog como si un Pedro J. fuese. Ya me callo, ya.
Volveré a hablar en un contexto general: ha habido una convención, entre cuatro paredes y por dentro, ya que afuera el estruendo de los manifestantes era ensordecedor.
Una convención, que, objetivamente, no deja de ser una quedada entre (aparentes) amigos, en la cual hincharse el uno al otro, hablar engoladamente de tus compinches esperando la misma respuesta. Todo programado para salir de allí con la cabeza vacía de nuevo, si es que algún ministro había tenido la desgracia de reflexionar sobre lo que está haciendo.
Una quedada, una reunión en el parque con pantallas de plasma y miles de carnets para todo el mundo. No los pagan ellos. Ni tampoco Rubalcaba, al que he empezado a sentir respirando en mi nuca mientras escribía estas líneas, atraído por mi repulsión hacia estos azules. Pero tampoco el rojo es mi color favorito, los siento. Le veo irse triste. ¡Casi lo consigues, hombre!

Bueno, me voy a lavar la nuca, que me pica.

Por último, me gustaría recomendaros, fuera del texto, un vídeo. Lo hago por que se parece a estos párrafos, pero todos sabemos que el lenguaje hablado es mucho más suelto.

2 comentarios:

  1. A un pincho de tortilla si es posible, Miguel.
    PD: soy Elena.

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    1. Sí, pero hay una delgada línea entre un pincho de tortilla y un ático de lujo...

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