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7/5/15

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Un ensayo

Traspaso las puertas del salón de actos y me fijo en una de las violas. Un tipo joven, algo nervioso. Sonríe preparado para tocar. ¿Su especialidad? La viola.
No es de los primeros en parar de calentar cuando David sube a la tarima de dirigir y grita "Karelia". "Karelia, ya".

Y Karelia llega tras haber afinado el viento, tornando desagradables muecas en las caras de los músicos más cercanos al flautín. La, sib, la, re, sol, do. O eso quisiera distinguir entre un torbellino de timbres y colores a cuyo daltonismo sólo escapamos los músicos profesionales.
Unos golpes con la batuta y un estornudo dan comienzo a la obra (no, el estornudo no estaba en la partichela).

El aire se llena de una rica armonía. Mejor que un hilo musical. Mejor que una discoteca. Lo mejor que puede flotar en el aire después del olor a fritanga.
Y es que solo la música clásica, la original, la pura música, es capaz de despertar el cerebro de los músicos y oyentes de tal manera, desde el profundo cerebelo hasta los territorios colindantes con el cráneo. Siempre que el oído esté bien educado, claro.

Tras un par de minutos de melodía ininterrumpida, unos problemas con la figura redonda hacen repetir un trozo. Saliendo de mi trance, recuerdo que esto es un ensayo y no un concierto para mí.
De hecho, yo soy el único y más discreto público en esta sala. Sentado en una esquina y guardando silencio, solo llaman la atención mis continuas miradas hacia los músicos, para anotar después estas palabras en mi cuaderno.

Pero dejemos de hablar de mí y hablemos de ella. De la música.
La que en estos instantes es propiedad de unas potentes y graves cuerdas, y de una tonalidad menor. Siempre me lo he preguntado: ¿cómo un semitono puede marcar la diferencia entre una obra jocosa y la composición más triste del mundo?



Una modulación me transporta a acordes más agradables, coincidiendo con la entrada de un rayo de Sol. Pero recordemos: no es Dios, sino Sibelius.
Y fin. Ha terminado Karelia dejando mono de más. ¡Y hay más! Empiezan las correcciones del director, que derivan, como siempre... en cellos y contrabajos. En cellos y contrabajo. En cellos.
Problemas con los seisillos del acompañamiento. Bronca con sabor a chiste y siguiendo. "1, 2, 3, 1, 2, 3..." "¡No es un trémolo, no es un trémolo!" "Escucha a los violiiiiines..."
Según estas frases que oigo, me he equivocado. No van a avanzar, están estancados.

Cuando anuncia que toquen todos unos compases más adelante, se me hace la boca agua; y es que la música da sed, y nada mejor que una segunda parte de la obra para saciarla.
Cabe destacar que hace tiempo que no escucho esta obra y me ocurre al igual que con los chistes: ahora, para mí es nueva.

La música sigue avanzando. ¿Qué habrá un compás más allá? ¿Y dentro de un sistema? ¿Qué nuevos acordes me depara el destino dictado por Sibelius?
Oh, no. Cellos y contrabajos otra vez.

[Música de espera].

Es evidente que estoy escribiendo esto con cierto retraso, porque la música es más rápida que mi lápiz (sí, ¡la culpa es del lápiz!). Una de cada dos cosas que puedan pasar aquí no será reflejada. Por tanto, hace rato que la orquesta ha vuelto a tocar y yo aún no os he avisado, lo siento. Me dicen que me enrollo como las persianas, y puede que sea verdad, porque... En fin, me callo.

Pero ¿qué oyen mis oídos?
Es imposible no reaccionar al chirrido del viento madera cuando se les hace tocar por separado. Especialmente, a las flautas. Y lo digo con todo el cariño del mundo hacia un gremio que también es el mío. Pero Dios nos permitió crear un instrumento tan agudo y penetrante, y hay que saber apreciarlo para no pensar simplemente "¡qué chillón es!".

Una vez solucionado el problema de las flautas (silenciando dos de tres en ese traicionero pasaje), el conjunto de los músicos vuelve a tocar y recuerdo timbres que creía olvidados. Es... es un oboe, confirmamos. No es, ni de lejos, mi instrumento favorito; es demasiado difícil para permitirse sonar así. En mi opinión, es comparable a un gato moribundo entre una manada de tigres. Como sé que estos comentarios pueden herir sensibilidades, podéis insultar mi instrumento.

El oboe ya ha dejado de sonar, perdiéndose en un mar de violines, literalmente. ¿Nunca os habéis fijado en la similitud de los arcos moviéndose al compás con un mar en movimiento, cuyas más embravecidas olas coinciden con los picos de la melodía?
Un móvil interrumpe la progresión de la obra. ¿Quién es el maldito responsable de tal falta de cuidado y respeto? ¿Quién está situando a su móvil por encima de los músicos y el Sr. Director?
Ups, llamaban al director. Cambiemos de tema.

Me quedan tres hojas y aún tengo mucho que escribir. Me duele la mano y no tengo la suerte de ser ambidiestro. ¡Cruel destino! ¿Acabará aquí este relato?
El último acorde de Karelia acaba de responder a mis dudas, cerrando la obra, el ensayo y este escrito.
Ha sido un placer relataros mis cavilaciones cuando asisto a un ensayo de orquesta. Y lo siento pero por haberse tragado todo este texto no hay premio. ¿O sí?
¡Nos vemos en la próxima entrada!

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