20 años

20 años.

20 años desde el momento en que empezara mi gateo por el mundo.

20 años de risas y llantos, alegrías y bajones, amores y rupturas, paces y guerras, broncas y disculpas, caricias y golpes, compañías y soledades, dudas y certezas, hazañas y fracasos, cobardías y temeridades, orgullos y vergüenzas, esperanzas y pesadumbres. De ruido, música y silencio. De esto que llamamos vida.

Hoy salgo de la década en la que aún era niño, y todo refulgía con brillo de nuevo.

Desde entonces, muchas personas han moldeado quien soy hoy. Unos vinieron para quedarse, otros estuvieron de paso y alguno ya no está. A todos ellos, gracias. A los amigos, e incluso a los enemigos.  Todos ellos cumplen, o cumplieron, su función.

20 años son cuatro lustros. Poco para bastantes, mucho para algunos. Ambas cosas para mí. Hay días en los que me da por multiplicar mi edad y ver cuántos períodos más como este serán factibles. Otros, me levanto insultantemente joven y me siento eterno.

Sea como sea, esta historia continúa, y mientras haya días nuevos, habrá el mismo brillo en las cosas, en la gente que queda por descubrir, en los golpes de los que habrá que aprender, en todas las cosas que los avatares pongan ante mí, en este presente siempre diferente, efímero y, sin embargo, perenne.

Mientas tanto, no puedo sino estar agradecido a la extrañísima casualidad de la existencia. Al milagro de que exista un enorme universo que albergue, a su vez, un planeta donde yo pueda experimentar mi conciencia. Porque, en última instancia, la vida es levantarte cada día y comprobar el paso inexorable del tiempo.

La actitud ya es cosa tuya.