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19/10/19

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Cataluña: es necesario

(Queridos lectores: si sois más de ver que de leer, tenéis este artículo en formato vídeo. En mi canal de YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=s8XvDIBtnfA
Ahora os dejo leer.)

Hemos llegado a ese punto en que ya nadie tiene razón.
A ese estado de shock que paraliza y eterniza la búsqueda de una luz al final del túnel.


Unos, ciegos a los casos contrarios, trabajan por la causa independentista, y sensibilizan sobre los policías abusando de la violencia. Otros, ciegos a los casos contrarios, trabajan por la causa constitucionalista, y sensibilizan sobre los violentos reventando las calles.


Perdidos como estamos en las formas, hemos olvidado el fondo de este asunto, y cómo convivir con nuestras diferentes convicciones. Nuestra sensación de vivir en un permanente estado de sitio -independientemente de quién creamos que lo provoca- nos lleva a creer que podemos ser agresivos y categóricos de forma excepcional.


Pero no es momento de ser agresivo. Cuanto más difícil parezca hacerlo, más toca guardar las formas, mantener la calma y evitar sentirse tentado por soluciones mágicas basadas en el enfrentamiento y el extremismo. Así pues, voy a intentar explicar qué es lo que creo que pasa y qué se puede hacer, en mi opinión, al respecto.


En 2010, un evento dio comienzo a toda esta locura. Fue el efecto natural de ofrecer un caramelo a un niño y quitárselo nada más dárselo. El Estatut, que había sido aprobado cuatro años antes, fue cercenado por el Constitucional en un gesto justo pero impopular. En lugar de pedir una reforma constitucional que permitiera dar cabida al Estatut completo, los líderes catalanes comenzaron a agitar el fantasma de la independencia. A matar moscas a cañonazos. ¿Por qué? En parte, para tapar las vergüenzas de la incipiente crisis económica de 2008 y su gestión basada en los recortes públicos. El mismo Artur Mas que otrora tuviera que entrar al Parlament en helicóptero, esquivando a los manifestantes, era apoyado por ellos al convertirse en figura salvadora de la Nació.


Todo esto fue creciendo como una bola de nieve. Todos sabemos cómo se fueron desarrollando los eventos. Los líderes catalanes iban cambiando mientras la masa de descontentos crecía, subían las peticiones y el tono. Paralelamente, el Estado no tenía más estrategia que mantenerse en sus casillas y esperar a que la siguiente legislatura se comiera el marrón.
A los constitucionalistas se les vendió una solución mágica basada en repetir la ley muy alto y contundentemente. A los independentistas se les dijo que la comunidad internacional y la UE estaba con ellos -ambas cosas resultaron ser falsas-.


Eventualmente, llegó el 1 de octubre de 2017. Se malorganizó un referéndum ilegal y los jueces malhicieron los deberes que los políticos no habían hecho. El mandato era claro: impedir una ilegalidad, un referéndum para cuya contemplación del resultado no existía un marco legal. Al tratarse de una ilegalidad perpetrada por millones de personas, era físicamente difícil contener tal evento, y hubo que recurrir a la legítima violencia del Estado, que tiene -y no se oculta- el monopolio de la misma. Varios policías abusaron de su fuerza con esos pseudovotantes, llegando a un punto superior al necesario para el fin preciso.
Aquí la situación ya perdió todo sentido. Ninguna de las "soluciones" propuestas y ejecutadas por cualquiera de las dos partes pasaba por un acuerdo. Y es que no se puede llegar a ningún acuerdo cuando una parte habla dentro de la ley y otra, fuera de la misma, y ambas posiciones son inamovibles. Es un diagrama de Venn con círculos no coincidentes.


En 2019, los jueces siguen haciendo los deberes, y tal cosa no ha gustado. A raíz de la sentencia del procés, llevamos cinco noches de batallas campales en Barcelona.


Independentistas que piden un referéndum pacíficamente.
Independentistas que piden un referéndum mientras destruyen las calles.
Independentistas shockeados  que no se manifiestan.


Indecisos que piden un referéndum pacíficamente.
Indecisos que piden un referéndum mientras destruyen las calles.
Indecisos shockeados  que no se manifiestan.
Indecisos que piden mano dura legal pacíficamente.
Indecisos que piden fusilamientos y garrote vil.


Unionistas que piden un referéndum pacíficamente.
Unionistas que piden un referéndum mientras destruyen las calles.
Unionistas shockeados que no se manifiestan.
Unionistas que piden mano dura legal.
Unionistas que piden fusilamientos y garrote vil.


Gente que se aburre y sale a liarla, otros que hacen huelgas por no ir a clase y falsos constitucionalistas con la bandera preconstitucional, pidiendo taxis.


De todos estos grupos nombrados, cada uno está en diferentes proporciones en función de las circunstancias, el devenir político y el apoyo que encuentran.


En redes, demasiada gente irresponsable comparte imágenes de sólo algunos de estos grupos, haciendo ver que tales o cuales -aquellos que favorezcan a su teoría ideológica- son los mayoritarios.


¿Dónde esperan llegar con esto unos y otros?
¿Qué protegen las barricadas de los violentos?
¿Qué cambiará en el cerebro de los independentistas una aplicación del 155?


Yo, hoy por hoy, solo veo una solución.
Y me gustaría concluir con dos ideas.


En primer lugar, lo que es ilegal siempre será impedido mientras el Estado tenga capacidad física de hacerlo. Y debe serlo. Si no, se estaría otorgando a los eximidos, a efectos prácticos, el derecho de saltarse la ley. Y la ley, concretamente la Constitución del 78, es el único documento que ha impedido que en este península andemos a tiros como hemos hecho durante toda nuestra Historia. Ha coincidido con el mayor periodo de progreso de nuestro país e inclusión en la comunidad internacional. Así pues, toda solución debe pasar, necesariamente, por la Constitución.
A día de hoy, esta, guste o no, otorga a cada uno de los españoles el derecho irrebatable a decidir dónde empieza y acaba su país. Esto también fue refrendado en Cataluña, el territorio en que más votos afirmativos obtuvo la carta magna.


Cataluña, a día de hoy, no es sujeto de soberanía -la autodeterminación sólo está reconocida como derecho para las antiguas colonias, según la ONU-. No cuenta con una autonomía que le permita decidir su propio destino fuera del país del que es región, igual que mi bloque de pisos no goza de ese estatus. Así pues, el primer paso es reconsiderar esta situación. Yo estoy dispuesto a renunciar al derecho, que por hoy tengo, de hacer indivisible mi país. Creo que, por contexto, Cataluña debe poder tener acceso legal a un referéndum autonómico y vinculante, y que no hay motivo que baste para forzar a millones de personas a quedarse donde, a lo mejor, no quieren estar.
Eso sí: aunque tal razonamiento personal me pareciera lo más obvio del mundo, no significa que tal derecho hipotético a decidir deba ser automáticamente ejercido, pues no existe en la ley, y lo que no existe en la ley, no existe a secas. Quizás el resto de españoles, que son quienes, en forma de mayorías, tienen la última palabra, no piensen como yo.
El Artículo n° 1 de la Constitución establece que España es sujeto de soberanía, y el n° 2, que es indivisible. Su reforma pasa por un procedimiento agravado que cuente con el apoyo de dos tercios del Congreso y Senado y la mayoría del pueblo español -en referéndum nacional, a su vez-. Esta reforma, según cómo se plasme, podría conceder a Cataluña un derecho, por hoy inexistente, a realizar un referéndum autonómico vinculante sobre la independencia.


La segunda cuestión es cómo vamos a llegar a una situación tan ideal que permita el planteamiento de una reforma así.
Desde luego, así no.
Necesitamos el cese de la violencia de unos y otros -en esta línea, es evidente que si se dejan las barricadas, los incendios y los ataques a escaparates, la policía no tendrá ninguna contraoperación en la que sobrepasarse- y de la manipulación irresponsable de unos y otros medios. Tal vez para abordar el fin de estos problemas haya que investigar la raíz.
Y la raíz es el beneficio que sacan de todo esto los políticos. El conflicto les da trabajo, pues viven de solucionarlos. Si el conflicto se eterniza, tienen la vida solucionada. Actúan como una farmacéutica que, entre un medicamento efectivo y de toma única, y otro medio malo y para toda la vida, escoge este segundo para garantizar que seguirá ganando dinero.


Los votantes son el dinero de los políticos, e igual que es ingenuo pensar que las empresas pasan por favorecer el bien común para hacer dinero, pues hay atajos basados en la manipulación que les permiten ganar más con estrategias sucias, es ingenuo pensar que los políticos pasan por favorecer el bien común para atraer votantes, pues hay atajos basados en la manipulación que les permiten atraer más con estrategias sucias.
Esta situación no es fruto de la incompetencia de nuestros representantes públicos. Es fruto de su excesiva competencia para complicar la situación, y es que complicar la situación les seguirá siendo la acción más rentable mientras entremos en su juego y, con nuestros cerebros de cazadores-recolectores, sigamos uniéndonos a las masas, agitando banderas, pegándonos, insultándonos, haciendo cosas que, en el fondo, sabemos improductivas.


Necesitamos un líder político valiente que ceda el primero, impulse un proyecto de reforma de la Constitución en sinergia con un político decente en Cataluña y, en definitiva, impulse la única solución posible para los pobres ciudadanos que no sacamos ningún rédito de toda esta situación.
Y, mientras tanto, mente fría, siempre mente fría.


Citando Interstellar: no es imposible, es necesario.

3 comentarios:

  1. ¿Cómo convivir con diferentes convicciones?

    Tal vez sea este un mejor título para tu entrada. Con la que comparto muchas cosas, pese a que creo que llegas a una solución errónea. Argumentas que ninguna de las soluciones dadas por las dos partes (independentistas y constitucionalistas) pasan por el acuerdo. ¿Pero, debe ser así?

    Sería lógico pensarlo, si como siempre han argumentado desde el PSC, los de Ciudadanos (que al fin y al cabo, lideran al constitucionalismo en el Parlament) son la otra cara de una moneda que integrarían los independentistas. Opino que este tipo de afirmaciones son la mayor afrenta para la convivencia en Cataluña, ya que desde una supuesta equidistancia se legitiman posiciones de todo punto supremacistas.

    En democracia, se dicen y deben poder decirse barbaridades. Tanto es así que el Presidente de la Generalitat Quim Torra ha opinado públicamente que los españoles son “bestias con forma humana” o que “cuando se decide no hablar en catalán se está decidiendo dar la espalda a Cataluña”. Incluso Junqueras, ese político dialogante al que visita Iglesias en la cárcel, decía que “los catalanes tenemos más proximidad genética con los franceses que con los españoles, más con los italianos que con los portugueses; y un poco con los suizos.”

    El problema de Cataluña no son cargas policiales desproporcionadas. Al contrario, estas solo son fruto de políticos temerosos de la reacción de nacionalistas que siempre les han apoyado, y a quienes en el fondo, no quieren combatir. El problema de Cataluña es un nacionalismo excluyente con un componente xenófobo. Así ocurre también en el País Vasco, aunque ellos hayan entendido que la vía unilateral no es tan eficaz como apoyar investiduras a favor de financiarse a costa del resto de territorios. El problema, en definitiva, es de algunos catalanes que se creen dueños de todo el territorio, y están contra otros catalanes a los que se les está privando de sus derechos civiles.

    ¿Supone esto que es ilegítimo defender ideales independentistas? En absoluto, por eso la democracia española lleva protegiendo durante 40 años que esto sea posible. ¿Supone esto que el 47% de catalanes independentistas no puedan expresar su opinión? Tampoco. Pero lo que no podemos hacer, es actuar como si sus ideas fueran inocentes o bienintencionadas. Porque, ¿cuántos derechos, qué ventajas, obtendrían los ciudadanos catalanes en un nuevo Estado independiente? Cero. Es una demanda únicamente identitaria.

    La solución al problema catalán, que lleva arrastrando España desde hace 200 años, no puede ser un referéndum. Los referéndums sobre decisiones tan cruciales solo son un símbolo de la rendición de la democracia representativa. Véase la incapacidad del histórico Parlamento Británico a la hora de implementar el Brexit. Se votó que sí a que Reino Unido saliera de la UE, pero ya cómo se haría o las consecuencias de ello, eso, no se votó. Como nosotros, los políticos, no aceptamos la realidad, vamos a pasarles el muerto a los ciudadanos, para que se dividan en dos grupos. Los del sí y los del no. Los europeos y los aislacionistas. Los catalanes y los españoles. Como estamos divididos, vamos a confirmarlo con nuestro voto, y si podemos separarnos, pues mejor.

    Convivir no pasa por expulsar a aquellos que quieren seguir siendo españoles y catalanes. No pasa por dar una oportunidad a aquellos que quieren imponer una sola lengua, una sola visión de la historia y una única bandera para que expulsen a los ciudadanos de un Estado descentralizado que reconoce la diversidad de sus regiones y nacionalidades. Convivir pasa por primero, desmontar las mentiras supremacistas y después, por tratar de convencer a aquellos decepcionados con su país de que España es una gran democracia.

    España no son sus políticos, ni su bandera, ni solo los errores de su pasado. España es una herencia que afortunadamente nos ha tocado vivir, y que ha quedado reflejada en un Estado Social y Democrático de Derecho del que solo puede decirse, y así es cuando uno observa a los países de nuestro entorno, que es envidiable.

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    1. ¡Buenas tardes!
      Ante todo, muchísimas gracias por tu elaborada respuesta, que, sin duda, me ha planteado cuestiones de gran profundidad e interés.
      Comenzaré respondiendo a las cuestiones que me planteas sobre mi aparente equidistancia y los antecedentes del problema catalán. Ya en el momento de publicar esta entrada, era consciente de estar dejándome muchas cosas en el tintero. Decidí asumir tal carencia (quizá por salvar el orden, la legibilidad, la instantaneidad) y las posibles consecuencias de la misma, como que, por ejemplo, tú me estés diciendo ahora que mi actitud es equidistante. No es así.
      Esta entrada muestra mi opinión sobre la legitimidad y formas posibles de adquisición de una hipotética independencia catalana. Parte de ahí, asume como axioma la voluntad de lograr una independencia.
      El hecho de que no haya escrito sobre la conveniencia o no de tal escisión no es excluyente de que tenga, del mismo modo, una opinión sobre ello. No te culpo de no haberlo sabido, pues no tenías por qué. Quizás en el futuro escriba sobre estos asuntos, que tienen igual importancia. Mientras tanto, intentaré desarrollártelo brevemente en esta respuesta, con dos ideas clave.
      La primera es que no se me escapa el hecho de que el nacionalismo es (siempre generalizando) excluyente, cerrado, conflictivo, demagogo, falaz, y, sobre todo, contraproducente, especialmente en un caso como es el nuestro: una comunidad autónoma de un estado moderno integrado en un espacio democrático y de Derecho. Una escisión supondría problemas para España, pero sobre todo para la recién nacida República Catalana. Ya se podrían ir olvidando del reconocimiento internacional y del comercio, del euro y, probablemente, del Estado de Bienestar y la estabilidad social. En este sentido, me ha gustado que pongas el ejemplo del Brexit: es el que, cuando debato sobre este subtema en concreto, utilizo constantemente, para definir lo mucho que se complicaría la situación.
      Por otra parte, es innegable que (generalizando, nuevamente) existe un elemento de exclusión identitaria, y las declaraciones de Torra y Junqueras son una buena prueba de ello (y sí, coincido en su derecho a proclamar cualquier burrada).
      El caso catalán es, por tanto, y a grandes rasgos, una historia de manipulación interesada, y le espera un futuro de problemas varios, más aún si se lograra su voluntad. Mismamente, los razonamientos que amparan que su economía iría mejor en soledad brillan por su ausencia. Todo pasa por una especie de magia que intercedería y les premiaría por haberse independizado. Cambiando un poco a Churchill, el mejor argumento en contra del independentismo es una conversación de cinco minutos con el independentista promedio.

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    2. Sin embargo, y con esto nos vamos a la segunda idea, ser capaz de ver esto no me impide apoyar el siguiente concepto: si lo que quieren los independentistas catalanes supusiera irse al garete, están en su derecho de irse al garete. Así es la democracia, y tratar de hacer primar la aparente conveniencia de unas u otras medidas por encima de una decisión soberana sería excesivamente tecnócrata.
      La solución no puede estar fuera de la realidad. Tú lo has dicho, llevamos siglos arrastrando este problema. Los políticos no han sabido, saben ni sabrán (¿o querrán?) solucionar esto. Las mentiras influyen en los deseos de la gente y hay que tenerlas en cuenta. Es triste, pero la realidad es tozuda. En el contexto actual, sigo viendo necesaria la solución que planteé: tratar de poder votarlo, previo ajuste constitucional. Esto ya es suficiente reto político.
      Nada de esto significa que no se puedan, y deban, desmontar las mentiras y seducir a los indecisos con nuestro país. Pero, mientras tanto, debemos caminar hacia eso. Y caminar hacia una reforma constitucional, que, de paso, podría dar cabida a más cosas, también es seducirles.
      Respecto a las cargas, a la violencia, a las dos caras y las monedas. Cayendo en una de tantas frases hechas: hay de todo. Y también he visto imágenes que muestran claramente que a algunos policías se les calienta la mano más de lo reglamentario. Menos que a los chavales en las barricadas, pero también (y la palabra importante no es "menos", sino "también"). También mienten, un poco menos, tal vez, los constitucionalistas (por una causa más noble, si quieres). No son solo unos quienes tratar de imponer una sola lengua, una sola visión de la Historia y una única bandera.
      Esto, nuevamente, no significa que pase a ver dos partes enfrentadas en igualdad de condiciones. Probablemente los independentistas lleven menos razón, y así es como me posiciono. Con esto, espero haberte podido hacer ver que la equidistancia no es mi punto de partida, sino mi conclusión, y tampoco del todo.
      Ante el riesgo de desestructurar mi comentario o hacerlo demasiado lioso, lo voy a dejar aquí, sabiendo, cómo no, que me dejo cosas por escribir y pensar. Reitero mi agradecimiento por encontrarme un comentario tan constructivo y te animo a contestar, comentar más y, si quieres, debatir de lo que sea, aunque no sabré distinguirte si comentas en anónimo...
      Feliz Jágüelin.

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