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30/10/19

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Pórtate bien


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Todos hemos reflexionado alguna vez sobre la siguiente cuestión: ¿cuándo comenzamos a ser adultos? ¿A los 18 años, a los 20, 22? ¿25, tal vez?

No es este un tema baladí, ni de fácil solución. Tratar y ser tratado como un adulto responsable o, en cambio, como un inmaduro adolescente, suscita numerosos problemas y malentendidos en toda familia, grupo o centro educativo a lo largo del mundo. Un buen ejemplo es el mío: el Conservatorio Superior de Música del Principado de Asturias.

Y es que mientras nosotros, pobres mortales, nos rompemos la cabeza con esta cuestión, mi conservatorio tiene ya la respuesta: nunca somos adultos.

Comencemos hablando de la asistencia y la puntualidad.
No podemos superar las 9 faltas a lo largo del curso. A la décima, el profesor avisa al Jefe de Estudios, que nos pedirá justificar nuestras ausencias. Si no, perderemos el derecho a la convocatoria ordinaria, pasando directamente a Julio. Del mismo modo, está prohibido faltar a más de 4 clases seguidas de la misma asignatura, generándose el mismo proceso en caso de permitirnos quebrantar la norma.
Tampoco está permitido entrar tarde si eres alumno. Recalco “si eres alumno” porque algunos docentes parecen tener bula con esto. Si llegas más tarde que lo tarde que ha llegado el profesor, atente a las consecuencias.

Estas reglas se aplican en las asignaturas de conjunto (véanse, por ejemplo, banda y orquesta), en las que la ausencia de los miembros, efectivamente, perjudica al resto de integrantes; pero también en aquellas de aprendizaje individual (Inglés, Análisis, Historia de la música), en las que el único damnificado por la ausencia es, en tal caso, el propio alumno.

Llevo dos años conviviendo con estas normas. Nunca he sido de hacer pellas, así que estas reglas no me han supuesto un problema, más allá de lo que pueda pensar de ellas. Sin embargo, este curso he encontrado dos nuevos obstáculos, dos nuevas ocasiones en que he sido tratado como un niño, un recluso, tal vez ambas cosas, llegando a extremos surrealistas.

En Tecnologías aplicadas a la música, tenemos que grabar un vídeo de promoción del conservatorio. Para esto, necesito grabar el desarrollo de otras clases. Y coincide que estas clases se dan a la vez que las mías. Es una cuestión de lógica, teniendo en cuenta que el centro solo da clases por la mañana.
Así pues, tuve el detalle de avisar a mi profesor: “Hoy saldré diez minutos en medio de la clase y luego vuelvo”. Con 20 años, no creí necesaria mayor explicación. Bueno, pues no fue suficiente. Tuve que explicar detalladamente por qué y, por respuesta, recibí un “vale, pero solo por hoy”.

Hasta aquí el primer fenómeno surrealista. Vamos con el segundo, mejor aún si cabe. Ocurrió hace un par de semanas.

En Inglés, consideraba saber ya lo que estaba explicando la profesora. Así pues, me dediqué a otras cosas y, cuando la profesora me sacó a la pizarra para corregir el ejercicio, le dije, simple y llanamente, que no lo había hecho. Tras una bronca moralizante, que ya sobró, sobre si a Inglés se va a atender o no, me dispuse a sentarme en mi silla de nuevo. Por el camino, la profesora me preguntó “¿Cómo era tu nombre?”.
Y sí. Me apuntó una falta de actitud.

Y es que, amigos, a riesgo de demostrar que es posible sacar ciertas asignaturas y/o contenidos sin ayuda del profesor, es preferible obligar a asistir y poner buena cara, de modo que tal hipótesis nunca se pueda comprobar.

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