(En vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=GUz3RJ5axJY)
Todos hemos reflexionado alguna
vez sobre la siguiente cuestión: ¿cuándo comenzamos a ser adultos? ¿A los 18 años, a los 20, 22? ¿25, tal vez?
No es este un tema baladí, ni de
fácil solución. Tratar y ser tratado como un adulto responsable o, en cambio,
como un inmaduro adolescente, suscita numerosos problemas y malentendidos en
toda familia, grupo o centro educativo a lo largo del mundo. Un buen ejemplo es
el mío: el Conservatorio Superior de Música del Principado de Asturias.
Y es que mientras nosotros, pobres
mortales, nos rompemos la cabeza con esta cuestión, mi conservatorio tiene ya
la respuesta: nunca somos adultos.
Comencemos hablando de la
asistencia y la puntualidad.
No podemos superar las 9 faltas a
lo largo del curso. A la décima, el profesor avisa al Jefe de Estudios, que nos
pedirá justificar nuestras ausencias. Si no, perderemos el derecho a la
convocatoria ordinaria, pasando directamente a Julio. Del mismo modo, está prohibido
faltar a más de 4 clases seguidas de la misma asignatura, generándose el mismo
proceso en caso de permitirnos quebrantar la norma.
Tampoco está permitido entrar tarde
si eres alumno. Recalco “si eres alumno” porque algunos docentes parecen tener
bula con esto. Si llegas más tarde que lo tarde que ha llegado el profesor,
atente a las consecuencias.
Estas reglas se aplican en las
asignaturas de conjunto (véanse, por ejemplo, banda y orquesta), en las que la
ausencia de los miembros, efectivamente, perjudica al resto de integrantes;
pero también en aquellas de aprendizaje individual (Inglés, Análisis, Historia
de la música), en las que el único damnificado por la ausencia es, en tal caso,
el propio alumno.
Llevo dos años conviviendo con
estas normas. Nunca he sido de hacer pellas, así que estas reglas no me han
supuesto un problema, más allá de lo que pueda pensar de ellas. Sin embargo,
este curso he encontrado dos nuevos obstáculos, dos nuevas ocasiones en que he
sido tratado como un niño, un recluso, tal vez ambas cosas, llegando a extremos
surrealistas.
En Tecnologías aplicadas a la música, tenemos que grabar un vídeo de
promoción del conservatorio. Para esto, necesito grabar el desarrollo de otras
clases. Y coincide que estas clases se dan a la vez que las mías. Es una
cuestión de lógica, teniendo en cuenta que el centro solo da clases por la
mañana.
Así pues, tuve el detalle de avisar
a mi profesor: “Hoy saldré diez minutos en medio de la clase y luego vuelvo”. Con
20 años, no creí necesaria mayor explicación. Bueno, pues no fue suficiente.
Tuve que explicar detalladamente por qué y, por respuesta, recibí un “vale,
pero solo por hoy”.
Hasta aquí el primer fenómeno
surrealista. Vamos con el segundo, mejor aún si cabe. Ocurrió hace un par de semanas.
En Inglés, consideraba saber ya lo
que estaba explicando la profesora. Así pues, me dediqué a otras cosas y,
cuando la profesora me sacó a la pizarra para corregir el ejercicio, le dije,
simple y llanamente, que no lo había hecho. Tras una bronca moralizante, que ya
sobró, sobre si a Inglés se va a atender o no, me dispuse a sentarme en mi
silla de nuevo. Por el camino, la profesora me preguntó “¿Cómo era tu nombre?”.
Y sí. Me apuntó una falta de
actitud.
Y es que, amigos, a riesgo de
demostrar que es posible sacar ciertas asignaturas y/o contenidos sin ayuda del
profesor, es preferible obligar a asistir y poner buena cara, de modo que tal
hipótesis nunca se pueda comprobar.
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