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12/3/20

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Calma y jabón

(Si prefieres ver esto en vídeo, acude a https://www.youtube.com/watch?v=9O4L1DPIZt4)

Ya no queda ser humano en la Tierra que desconozca que estamos en una pandemia mundial por un virus llamado Covid_19, aunque en adelante lo denominaré "coronavirus". Desde que un ciudadano chino bebiera sopa de murciélago, a finales del año pasado, hasta que hayamos llegado a este estado, han pasado muchas cosas.
Las medidas de contención, más o menos agresivas, están revelando una serie de cosas muy interesantes. En primer lugar, nuestra gran dependencia del gigante asiático, 12% del PIB mundial y exportador de productos intermedios clave en la cadena de producción de los bienes de Occidente. También una gran interdependencia global, que ha sufrido los efectos de las restricciones en los movimientos de personas y mercancías; una interdependencia con muchas ventajas pero cuyos potenciales riesgos hemos ignorado sistemáticamente. Hablando de restricciones, todos recordamos las salvajes medidas que tomó China nada más el virus comenzó a expandirse: cierre de eventos, restricción del movimiento, acordonamiento de ciudades enteras. Medidas que algunos mirábamos con recelo y paternalismo desde nuestras democracias liberales, lamentándonos por el autoritario régimen al que esos ciudadanos se someten. Pues bien, resulta que ahora estamos en las mismas. Lo impensable está ocurriendo también aquí y, de algún modo, los gobernantes están pudiendo poner a prueba la capacidad de la ciudadanía para tolerar toques de queda y recortes de libertades nunca vistos. Lo peor es, me temo, que se va a revelar sencillo y eficaz, sentando con ello un precedente.
Por la parte medio llena, el coronavirus ha suspendido clases y bajado la contaminación. Por la medio vacía, a día de hoy, el patógeno lleva unos 125.000 positivos y 5.000 muertos a sus espaldas. Se trata, en fin, de un evento que está mostrando las cartas de la situación político-económica mundial.
Entre otras cosas, está poniendo a prueba la eficacia de nuestros sistemas sanitarios y la seriedad de los Gobiernos. Y es en esto último en lo que me quiero centrar.

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En España somos muy de dejar las cosas para el último momento. Forma parte, en cierto modo,  de nuestra identidad, y sería una anécdota graciosa si no afectara a la salud pública. A comienzos de marzo, ya teníamos un vecino europeo pasándolo mal: Italia. Ellos ya estaban tomando medidas muy restrictivas y, aún así, sus casos se han seguido desmadrando hasta el punto de tener que ponerse el país entero en cuarentena y cerrarse todos los comercios menos las farmacias y los supermercados.
Mientras tanto, en España la situación era bastante mejor, pero no dejaba de ser la de Italia hacía unos días, y los casos aumentaban sin pausa. ¿Medidas a adoptar? ¿Tal vez adelantarnos y evitar el mismo destino? No, ninguna. Solo se hablaba de calma y de jabón.

Calma y jabón, calma y jabón y más calma y más jabón hasta el 9 de marzo. Ese día, el criterio del Gobierno cambió completamente. Se cancelaron las clases a todos los niveles en la Comunidad de Madrid, y ese fue solo el comienzo de una serie de medidas que, a día de hoy, siguen ampliándose a buen ritmo: cierre de museos, teletrabajo, cancelación de las Fallas, de las reuniones de más de 1000 personas, etc.

¿Y qué pasó para que todo esto se hiciera desde el 9 de marzo? Es cierto que hubo un gran incremento de los casos positivos en las 24 horas que dieron paso al día 9, pero fundamentalmente, lo que pasó es que dejó de ser 8. Y el 8 de marzo era intocable. El Ministerio de Igualdad no iba a haber estado haciendo un desastre de anteproyecto de Ley de Libertades Sexuales, aprobada sin la lectura de todo el Consejo de Ministros, sin revisión, con graves fallos y contradicciones, para no poder después impregnar con ella las multitudinarias (un festín para cualquier patógeno) manifestaciones del Día de la Mujer. Había que ponerse la medallita, y había que hacerlo a todo coste. Incluida la salud pública. Incluida la posibilidad de que se infectaran numerosos ciudadanos y, especialmente, mujeres, a las que tanto dicen proteger.

Hay varias cosas que evidencian que no fueron inocentes, que el 9 no despertaron de un sueño en que la enfermedad se controlaba sola, sin hacer nada. Las medidas que están tomando desde el día siguiente evidencian la pretensión de cortar el daño hecho en las manifestaciones. Algunas ministras se dejaron ver con guantes en las mismas. Irene Montero, ministra de Igualdad, ha dado positivo, y es posible que ya acudiera con síntomas, aunque esto no se puede asegurar y, de ser así, nunca saldría de su boca.

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  • El otro día, aún 7 de marzo, hablaba con una amiga sobre sanidad pública frente a privada. Ella me dijo que en la privada, los intereses económicos priman sobre la recuperación de los pacientes, y yo no lo negué, pero le recordé que el Gobierno y las entidades públicas también aprovechan su objeto de gestión para favorecer sus intereses personalistas. Su respuesta fue que eso no pasaba, que sólo miran el el bienestar de la ciudadanía. Mi carcajada fue considerable.
  • El 9 de marzo, vistas las medidas emprendidas por el Gobierno, yo ya me estaba oliendo la tostada y comenté con un amigo que el Gobierno estaba tratando de compensar el daño hecho por las manifestaciones que necesitaban para retroalimentar su ideología, apurando la fecha al máximo, y que sabían que los casos iban a aumentar más como lo hicieron desde ese día. Su respuesta fue que probablemente el Gobierno no tenía herramientas matemáticas para predecir el aumento de casos.

¿Hasta dónde va a llegar nuestra inocencia y nuestra permisividad?

Ahora sí dice que lo del 8M fue una chapuza en términos sanitarios. Pero yo quiero ir más allá. No ha sido una chapuza. Ha sido un coste que han considerado asumible con tal de seguir con su relato. Porque quien es dueño del relato, es dueño de los votantes, y la izquierda mediática es dueña del relato desde hace años. Pero claro, para mantenerlo hay que hacer manifestaciones y eventos periódicos. Caiga quien caiga.

Resumiendo:
Quisieron promover el 8M sí o sí.
24 horas después, todo eran medidas de prevención y prohibición de las reuniones, lo que evidencia que conocían las dimensiones de la epidemia (aunque yo creo que las siguen infravalorando actualmente).
Decidieron que dispersar la enfermedad entre Dios sabe cuántas personas era un riesgo asumible.
Antepusieron la necesidad de retroalimentar su ideología, de cuadrar su atropellada Ley de Libertades Sexuales con la mani, para la que fue concebida en mucha parte, a la salud pública y, de paso la economía.
Y hete aquí las consecuencias.
La ministra, contagiada. Las personas besadas por la ministra, contagiadas. El círculo de estas, contagiado. Las que estaban hombro con hombro sosteniendo las pancartas, contagiadas.

El Gobierno está en cuarentena. Ya que no nos lo piden, quizá todos los demás ciudadanos también debamos ponernos en cuarentena y, de paso, aprovechar para reflexionar un poquito.
Y recuerden: mantengan la calma y usen jabón. Sobre todo las mujeres.

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