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3/3/20

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Rectificar ya no es de sabios

Este año tengo una asignatura de sociología. En ella, abordamos temas económicos, culturales, ideológicos, sociales... es decir, que estoy en mi salsa.

En concreto, el otro día trabajamos sobre la siguiente cuestión:

"Valoración del marxismo y su aplicación político-económica"
Aquí tenéis mi respuesta, y, tras ella, una reflexión amarga.

«Se puede acusar al marxismo, y a pesar de su exhaustividad, de ser una teoría simplista (y emocional, más que objetiva), que no tiene en cuenta las particularidades de cada individuo.
El hecho de explicar toda la Historia de la Humanidad y predecir/configurar su comportamiento en función de unos pocos términos (burgueses, capital, trabajo, proletariado, plusvalía) lleva a confusiones, y a la posibilidad de manipular estos. Se acaba creando una clase que, en nombre del proletariado, goza de los mismos privilegios que el más común de los burgueses.

En palabras del historiador libanés Amin Maalouf (en su libro "El desajuste del mundo"):
"Como la Historia se compone de infinitos acontecimientos singulares, no encajan bien en ella las generalizaciones. Para intentar no perdernos, necesitamos un manojo de llaves; y aunque es legítimo que un investigador quiera añadir la que ha forjado personalmente, no es sensato querer sustituir todo el manojo por una sola llave, una 'llave maestra' que abra, supuestamente, todas las puertas.
El siglo XX recurrió profusamente a la herramienta que proponía Marx, y ahora ya sabemos a qué descarríos condujo. La lucha de clases no lo explica todo."

El comunismo de Marx acusaba la desigualdad social de su época, y criticaba sus consecuencias. Pero Marx no tuvo (no podía haberlo tenido) en cuenta el progreso científico y social que el futuro nos tenía guardado a la Humanidad.
Un sistema en que se divide, hoy, entre propietarios de los medios de producción y trabajadores, es desigual, pero sigue siendo tan eficiente que, una vez pasado por los impuestos de turno y revertido en bienes y servicios asequibles, el beneficio social de este sistema supera con creces al beneficio que pudiera tener el reparto entre los medios de producción y el responsabilizar a cada uno de sus medios.
Una doctrina que es ya anacrónica, y que siempre que empieza a aplicarse acaba vendida a la manipulación y la tergiversación, está abocada al fracaso.
La solución, en tanto nos refiramos a ella como un sistema que permita el progreso material del ser humano, pasa por pequeñas reformas y modificaciones continuas del sistema mixto actual. Se trata de un poco emocionante término medio que lo tiene difícil para ganar adeptos, pero, aún así, se impone en todo el mundo por su efectividad.»

A raíz del debate generado por este texto, decía una alumna de la clase que vivimos en el supracapitalismo. Esto no puede ser cierto, le contesté, cuando alrededor de la mitad de la economía es estatal, pública.
Decía, de igual modo, que este exceso de capitalismo está causando un aumento de la desigualdad y la pobreza. Ni la premisa ni el supuesto efecto son ciertos, le hice saber. El Índice de Gini [y sé que ya lo saqué hace cuatro entradas] muestra una mayor igualdad de ingresos a nivel mundial a medida que avanza el tiempo (y está previsto que continúa), y la pobreza extrema continúa disminuyendo.

Resultado de imagen de indice de gini mundial
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A tenor de estos datos, la alumna reculó entre dientes. Admitió la falsedad de sus argumentos, pero no la consecuente falsedad de su conclusión. ¿Basta con eso? ¿No pasa nada por basar tu ideología en pensar, entre otras cosas, que el sistema actual genera pobreza, y proclamar (admitir, mejor dicho) lo contrario al minuto siguiente sin mover un ápice tus conclusiones? Pues no. No pasa nada cuando tu teoría es:

  • Vivimos en un capitalismo salvaje.
  • Capitalismo, caca.
Muchos adeptos de teorías, generalmente, izquierdistas (pues la coyuntura ha hecho que sea así en el momento actual) se permiten, tranquilamente, mantener su forma de pensar independientemente de la coyuntura del mundo real, de la que se guarecen.
Nos resulta tan cómodo pensar lo que nos hace sentir bien con nosotros mismos que no cambiamos de opinión si notamos cierto riesgo. Nos quedamos con teorías que, en nombre del progreso, producen retroceso, y preferimos eso (incluso intuyendo las consecuencias de lo que apoyamos, en el peor de los casos) a saltar el abismo, los prejuicios, la presión social, y escoger las verdaderamente progresistas. Lo peor de todo, tal vez, es que el sistema conoce este proceder psicológico mayoritario y no hay, prácticamente, político que no se aproveche de ello.

Dicho de otro modo: "Déjame tranquilo con mis creencias. Seguro que funcionan, y si no, me da igual"

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