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14/5/13

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Con lo especial que era...

Hoy en clase, nuestra profesora de lengua insinuó nuestra falta de talento para redactar un texto de forma artística (generalizando, no es que me ofenda ni nada). Sarcásticamente nos sugirió escribir sobre el patio del colegio. Y yo me acordé de ese hueco del mismo patio en el que pasé tantas horas en los recreos del comedor. Y escribí.

Este es el resultado:

"Hoy, amigos y amigas, quiero hablar de algo que nos importa a todos: una pared.
Olvidado, en una esquina del patio pero sin renunciar a su misterioso brillo, se halla un rincón con varios años de antigüedad. Cualquiera que lo observe por primera vez dirá que se trata de un rincón normal y corriente; pero no.

Por él han pasado cientos de almas que han matado sus horas de tiempo libre (y no tan libre) apoyados contra la pared, meditando, leyendo, hablando o durmiendo. ¿Y por qué no jugando? La respuesta es sencilla.
A pesar del reducido tamaño, en la entrada siempre había dos o tres personas que impedían la entrada de elementos molestos: balones, pelotas, y, sobre todo, niños de 5º para abajo. Con alguna excepción.
Era entonces cuando, libres de miradas y testigos, los ocupantes del rincón dejaban su recuerdo para generaciones futuras: una firma o un nombre sobre la isla originalmente dibujada, bajo el agua o en las nubes, añadiéndose en algunos casos una pequeña ilustración.
Pero un día, unas blancas pinceladas crueles cubrieron todo eso. Tantos años de nombres acumulados bajo una capa de pintura. Y la entrada se cerró con barrotes.
Con el tiempo los jóvenes se vieron obligados a emigrar a la cristalera, pero no estaban cómodos: ese no era su lugar natural, y ya estaba habitado por los profesores que rondaban las escaleras.
Para cuando unas formas geométricas comenzaron a germinar en la pared, ya era demasiado tarde.
El rincón estaba olvidado."

¡Rincón abierto ya!

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