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28/6/13

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Ropa

Ya de pequeño me encantaba ir vestido con ropa formal. Tenía corbatas, camisas y mocasines. El día más feliz de mi vida fue aquél en el que, en una tienda que no recuerdo, compré, a los 12 años, una americana.
En cuanto un evento tenía la mínima importancia, iba hecho un pincel. Y no te digo nada del cumpleaños de mi abuelo, en el que fui hecho, no un pincel, sino un auténtico cuadro, pañuelo en bolsillo incluso.
¿Y todo esto por qué? Simplemente, en cuanto veía a un hombre con traje, en mi cabecita infantil se convertía en un hombre inteligente, honrado y trabajador. Y eso quería ser yo.
Habiendo pasado algunos años, me han bastado unos pocos telediarios para descubrir lo que muchos ya sabían: que los trajes son para engañar. Y tengo que hablar de los políticos.
Son tan achuchables... todos trajeados, sonrientes, la espalda erguida y las gafas un centímetro por encima de la punta de la nariz. Pero la elegancia ya no nos engaña. Puede que lo hiciera en su tiempo, pero ahora -por lo menos a mí- me dan cierto asco las personas con estas características, y no creo ser el único, ¿verdad?


Me pregunto si Bárcenas se quejará de las rayas horizontales... ¡Va a perder su buena imagen!

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