días

8/9/15

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Buenos días

Hoy sería capaz de rellenar con saña varias hojas de reclamación. Pero como la sociedad en general no tiene hoja de reclamación, os lo cuento a vosotros para que os traguéis mis problemas y actuéis de psicólogos para desahogarme.
Todo empezó un día en el que, decididos a ganar el primer premio de un concurso de composición musical (o al menos decididos a intentarlo), mi amigo Luis, gran pianista y creativo ideador de melodías, y yo mismo, nos juntamos con el objetivo de crear algo que no dejara indiferente al jurado. Y compusimos.
Factor sorpresa. Ese fue nuestro arriesgado recurso aquel día de Mayo en que lanzamos "El buscador de hoteles", nuestra creación. Y el factor sorpresa hizo su trabajo sin decepcionarnos. El palo de lluvia y aquél rasgueo de cuerdas del piano desfilaron ante las ardientes pupilas del jurado como un becerro de oro al que pronto adoraron.
Pero todo esto lo ignorábamos cuando, nerviosos y temblorosos, estábamos ejecutando las notas musicales de una partitura cuyo éxito no esperábamos. Como digo la obra había triunfado entre aquellas otras que también presentaban un nivel muy alto y pronto nos encontramos alzando en el aire nuestro diploma de primer premio de nuestra categoría.
Cuatro meses después, Luis recordó las palabras de nuestra profesora, que se abrió paso hacia nosotros y nos felicitó: "Muy bien, chicos. Tenéis que registrar esta obra".

Pues bien. Ayer alrededor del mediodía nos encontrábamos ante el gran edificio que se yergue sobre la ciudad de Santander: la biblioteca central de Cantabria. ¡Y cómo molaba su puerta giratoria...! Perdón. Es que fue lo mejor del "viaje".
Como decía, armados con un taco de papeles que pecaban de burocráticos en exceso y con nuestro formal "Buenos días" nos fuimos abriendo paso hasta encontrar, tras una puerta que creíamos cerrada, la sala de registro de la propiedad intelectual.
Allí nos atendió, y cordialmente, todo hay que decirlo, una encargada que desconocía la regla de oro del silencio en una biblioteca. Sea como sea, estuvimos unos minutos revisando los papeles, y cuando creíamos que con el DNI, el libro de familia y nuestras respectivas direcciones... Vamos, cuando nos habían registrado hasta los orificios de las caries, como dijo el gran Leslie Nielsen, tampoco era suficiente.
Lamento el momento en que se me escapó decir que somos menores. Pues ahí empezó una reacción en cadena que inutilizó la forma en que habíamos rellenado los papeles. Nuestro representante no podía ser mi madre, ya que Luis y yo no somos hermanos, los mismo que necesitábamos una autorización paterna o materna cada uno, por escrito y firmado.
"Puede que incluso haga falta que sea firmado por los dos padres, no lo sé"
"No me extrañaría", le dije. Así que habíamos hecho el viaje para nada, y por culpa de la maldita burocracia íbamos a tener que hacer un segundo viaje para completar el proceso; registrar una simple partitura.
Pues bien. Decidimos bajar a buscar a mi madre, que estaba abajo en el coche esperándonos. Por el camino compensé las molestias robándoles sutilmente un periódico.
Subió mi madre a negociar. La pobre mujer empleada allí estuvo un rato larguísimo redactando un párrafo en el que mi madre debía firmar para garantizar su consentimiento. Pero ese papel solo me cubría a mí.
La empleada dijo que necesitaba otro papel así con la madre de Luis. Le imprimió otro modelo, selló como "Original" y "Copia" los respectivos papeles y al fin cedió a que la autorización la enviara otro día por correo ordinario su madre y así no tuviéramos que volver.
"Gracias, buenos días".
Así salimos del lugar y prosiguió nuestra odisea buscando una caja en la que depositar los 13,20€ que te cobran vale hacer el registro. Entramos en el primer banco que encontramos y, poco acostumbrados a esos entornos, intentamos hacer el pago en una mesa de atención al cliente. El hombre allí sentado nos indicó que el pago debía ser en la caja.
"De acuerdo, lo siento. Buenos días"
Me pareció ver mientras daba la vuelta un rictus de sonrisa. Sí, se reía de nosotros.
Al fin esperamos la breve cola de la caja y entregué un billete de veinte y el recibo a la dependiente de la caja. Me devolvió un papel traspapelado (valga la redundancia) con cierta sorna. Me disculpé.
Pero me cansé de disculparme cuando se produjo la siguiente situación: ansioso por recibir la vuelta, tal vez con miedo por no volver a ver mi dinero nunca más (recordemos que estaba en un banco), me precipité y le apremié aprovechando una mirada que echó fuera de la pantalla de su ordenador. "¿Y ya está?" Su respuesta fue un exagerado no cargado de escarnio.
Señores empleados del BBVA de Santander, puede que no sepa cómo funciona un banco tan bien como ustedes, pero sé distinguir una burla de un trato amable, y espero que no sean así todo el día  con sus familiares y conocidos
"Buenos días" dije largándome de aquél indeseable lugar.
Podría seguir escribiendo ya que estas cosas no acabaron ahí. Podría explicaros con qué poca amabilidad el conductor del autobús que en la pantalla decía que iba a partir hacia Torrelavega me indicó que no era ese, sino el vehículo de atrás, el que iba a mi ciudad.
Al fin volví a casa odiando un poco al mundo en general y preguntándome de qué sirve decir "Buenos días" si detrás de eso no hay modales.
Y volviendo al primer tema, no me extraña que la justicia sea tan lenta en este país si hacer un registro y un ingreso exige tanta pomposidad.
En fin. Querido lector, que tengas un buen día.

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