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4/8/20

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Muerte al 1.3

Casi todos nosotros, terriblemente humanos, tenemos una tendencia natural a juzgar personalmente las acciones de otros, en lugar de entender los incentivos que tuvieron como consecuencia que actuara de una u otra manera. Si los precios de algo suben, no es porque (p. ej.) la demanda ha aumentado y la gente está dispuesta a pagar más por algo que de todas formas va a escasear; es por la avaricia de los empresarios. Si un Gobierno aprueba un decreto manifiestamente estúpido, no es porque calcule que para conseguir el voto estratégico de un sector de votantes que renovará su mandato necesitan aprobarlo aunque vaya en perjuicio de la mayoría; es porque son estúpidos.
Del mismo modo, cuando un rey al que un dictador ya muerto ha transferido todo su poder en 1975 decide impulsar con tal poder una transición democrática, la gente comienza a cultivar un sentimiento de agradecimiento hacia él, cuando lo único que realmente ha hecho es tomar, inteligentemente, eso sí, la única decisión posible en ese contexto y sustentable en el tiempo, también para su cargo.

Si hablamos en un sentido poético, a Juan Carlos le debemos mucho. Pero en un modo más realista, por lo menos yo no le debo demasiado. Imaginad, pues, lo que considero deberle a su hijo y menos aún a su nieta.
Considero que la monarquía se está ahogando en un mar de escándalos y anacronismo. Y el único salvavidas que la mantiene a flote, aparte de los cuatro exaltados de siempre, es su contraposición como mal menor ante otros fanáticos que simplemente odian al Rey y se inspiran para la 3ª República en una nefasta 2ª, confundiendo deliberadamente República con Estado socialista, pero siendo ignorantemente más anacrónicos que el propio Rey.

Volvamos a comparar incentivos y personalismos. Si un Jefe de Estado oculta millones al Fisco, no debemos pensar que es millones de veces odioso. Simplemente es el resultado natural de convertir a un ciudadano en jurídicamente inviolable durante 40 años. Nada nos garantiza que Felipe VI no haga lo mismo, o que no salga mañana con un bazooka a la Plaza Mayor de Madrid y se ponga a disparar a gente sin que se le pueda detener. La arbitrariedad es excesiva, y aunque probablemente un espéctaculo gore tal nunca se produzca, hacer inviolable es llamar al delito de guante blanco. Llamar al delito, además, por parte del Jefe del Estado, que ha de ser todo ejemplaridad.

Por este y tantos otros motivos que no se arreglarían ni siquiera retirando la inmunidad, no deseo la monarquía y sigo abogando por una República, aunque sé que va para largo, y es por eso precisamente que no me precupa que tome el mando el republicanismo más fanático e irracional, haciendo que pase a merecer más la pena ser felipista.

Sólo hay que ver el procedimiento constitucional necesario para cambiar la jefatura de Estado. Si algún día 2/3 del Congreso y Senado se ponen de acuerdo en la reforma de la Carta Magna, se disuelven las cámaras, se convocan elecciones, las nuevas cámaras ratifican la reforma por mayoría simple, redactan un nuevo texto constitucional, este es aprobado por 2/3 de cada nueva cámara, se somete este modelo constitucional republicano a referéndum y gana, este país estará en tal nivel de estabilidad política y racionalidad colectiva que va a ser una República ejemplar.
Resumiendo: no busquemos los problemas y soluciones en la actitud de la gente, sino en el marco jurídico y sistema de incentivos que causa su comportamiento.

Yo no odio al Rey. Sólo odio la monarquía. ¡Muerte al Artículo 1.3!

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