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8/8/20

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Por qué no soy (del todo) liberal


GYUB Bandiera Cantiere I Specifically Requested The Opposite of ...

1. Introducción

Empezaré esta entrada dando una definición general del liberalismo. Lo definiré en su concepción ideal como sistema político-económico. Es decir, no entraré en su aplicación real ni mucho menos en las tendenciosas y extremadamente sesgadas acepciones que se dan al término en el debate actual. Por ello, ruego al lector que se abstenga de interpretar esto como una propaganda a favor de este sistema. Todos sabemos que las concepciones ideales no se cumplen, pudiendo llegar a sonar irónicas. Pero necesito ir a la raíz del término, a casi su principio fundacional, y si lo voy a hacer, es para someterlo a crítica más tarde.

El liberalismo es un sistema político-económico que trata de colocar al individuo en el centro de sus prioridades, en el punto de partida a partir del cual surgirá todo el sistema de ideas de esta doctrina. Se entiende al individuo como un sujeto, y no un objeto, de derecho, con licencias frente a lo colectivo, y no con obligaciones para con esto. De esta concepción de cada persona como libre parte que cualquier asociación de personas (familia, ciudades, Estado, empresas, clubes de golf) debe conformarse por libre asociación y siempre con posibilidad de desasociación como mecanismo básico para garantizar que la agrupación en cuestión sólo existe y tiene valor en tanto es útil para cada uno de los individuos que la conforman, y no por sí misma.
Diferentes teorías políticas han centrado en variopintos valores su prioridad, su punto a partir del cual se construye todo lo demás. Unas parten del bienestar, otras de la igualdad, unas del respeto a la voluntad de la mayoría y otras de la satisfacción de los deseos de una oligarquía (monarquías absolutistas, dictaduras, etc.); otras han partido de la religiosidad o la permanencia de la nación, y tenemos nuevas teorías que ponen en el centro la conservación de la naturaleza o la igualdad porcentual de mujeres, hombres, estratos socioeconómicos y grupos étnicos en todo sector laboral. El liberalismo, por su parte, pone la libertad de cada individuo en el centro, pero si lo hace no es por una cuestión moral. No escoge libertad como otros escogerían igualdad porque sus ideólogos gusten más de ver una sociedad libre que una igualitaria, ni porque no le guste ni le dejen de gustar otros valores, ni porque consideren la libertad el más supremo valor humano y aquel con base en el cual se ha de hacer vivir a todos: lo escoge en tanto esta libertad individual es la única condición que permitiría que cada ser humano desarrollara su proyecto de vida en base al valor que prefiera. Es decir, el liberalismo no escoge un centro moral al que orientar su teoría, siempre violentando los deseos de quienes deseen otro centro o teniendo que manipular a la sociedad para que desee el suyo, sino que se constituye como teoría amoral dentro de la cual puedan florecer todas las demás siempre que sea una decisión libre pertenecer a ellas.
El liberalismo busca conceder a cada individuo esferas iguales de libertad que alcancen el máximo tamaño posible justo anterior a invadir las esferas del resto. De esta libertad individual surgen muchos de los mecanismos que hoy (si bien han sido y son continuamente modificados y deformados, incluso amenazados) siguen esbozando las sociedades occidentales: igualdad ante la ley, libertad de asociación (y desasociación), propiedad privada (entendida como la libertad de acción extendida al mundo material), autonomía contractual, libre mercado (como suma de la propiedad privada y la libertad de asociación), etc.
Todas estas condiciones surgidas permitirían crear, en una sociedad liberal, numerosos experimentos político-económicos, siempre que sus miembros estuvieran de acuerdo con pertenecer a ellos. Podría crearse una comuna dentro de la cual la repartición de bienes producidos fuera absolutamente igualitaria. Podría hacerse una asociación de personas que crearan su propio ente público que repartiera a cada cual según sus necesidades y recaudara de cada cual según sus capacidades. Podría constituirse un grupo que viviera al margen del resto de la sociedad y se dedicara a vivir como en el Neolítico sin emitir un hálito de dióxido de carbono o una asociación que sólo permitiera entrar a los blancos en ella cuando hubiera un número de zurdos del 50%, o del 80% si así lo dijeran los estatutos.
Que todo esto pueda crearse no garantiza que la repartición absoluta de bienes vaya a ser útil, que la asociación hiperestatal vaya a generar bienestar o que la entrada por cuotas sea sostenible, pero eso es problema de quienes tienen fe en esos modelos y los llevan a la práctica, no del sistema que permite que se lleven a cabo y que no puede luchar contra la realidad. Todos estos modelos descentralizados competirían entre sí y se podría ver cuál acaba siendo más eficiente según tus propios valores.

2. El problema de la concepción liberal de la libertad

A priori, y praxis aparte, toda esta tesis parece bastante correcta. Demos igualdad jurídica a las personas, dejemos que compitan entre sí por aplicar sus proyectos de vida, que busquen la manera de satisfacer sus deseos sin injerencias ajenas, que se asocien libremente en los intereses en que converjan y constituyan empresas, hospitales, escuelas y clubes de golf. Eliminemos del Código Penal los llamados "crímenes sin víctima", como el consumo de drogas, en los que el Estado condena a quien libremente decide consumir estupefacientes, buscando con ello imponerle el modo de vida que este Estado considera correcto, y no respetando los planes de vida de este individuo que habría de ser sujeto de derecho frente al Estado conculcador de sus libertades.

Sin embargo, hay un pequeño detalle que agua la fiesta liberal: que la libertad no existe. He explicado esta radical afirmación en ocasiones anteriores, más concretamente en la entrada “La libertad no existe”. Daré por hecho que quien siga escuchándome en esta opinión sobre el liberalismo lo hará bien porque ya está de acuerdo conmigo en la no existencia de la libertad, bien porque ya leyó o escuchó mi opinión sobre esto. Si no se ha escuchado, luego no quiero llantos, pues parto de un axioma que ya me he molestado en explicar y cuyo argumentario no quiero también repetir aquí porque sería extremadamente redundante. 

3. Estamos obligados a escoger condicionantes

Así pues, asumamos la tesis de que nuestros actos son siempre una consecuencia del entorno combinado con nuestra genética, que las leyes de la física predefinen el comportamiento de nuestro sistema nervioso, que es lo único en nosotros que lleva a ejecutar actos, y que al ser todo determinista y no enfrentarnos a alternativas, lo que hacemos no se pueden considerar “decisiones”. Retomemos, pues, el liberalismo.

Si eliminamos o reducimos el control de lo colectivo, especialmente del Estado, en una idealización de una sociedad liberal, ¿no es eso acaso derivar los factores que influyen en nuestra conducta del Estado al, en el mejor de los casos, entorno no controlado, a aquel contexto ante el que cerramos los ojos para sentir una falsa sensación de libertad y autonomía, casi diría, modulada por la evolución, aunque ahora la estemos desmontando? ¿Cuáles son los argumentos por los que esa falsa libertad vale más que una eventual planificación estatal, privada, lo que sea, que no cierre los ojos a los factores que determinan nuestra conducta y necesidades y los modele para lograr una mayor satisfacción vital, por muy deprimente que suene?

Si tuviera que responder a esta última pregunta, hoy por hoy diría que hay muchos factores que hacen conveniente defender esta falsa libertad, y luego los desgranaré. Sin embargo, ninguno de ellos hace menos chirriante que la doctrina liberal parta de un supuesto falso y lo siga defendiendo en los mismos términos que cuando aún no nos entendíamos a nosotros mismos como algoritmos de decisión sujetos al entorno sino como entes autónomos. Hace tiempo que no se vota, en general, pensando en quién va a dejar a una sociedad libre, sino en quién va a usar el poder cedido al Estado para crear la sociedad que yo quiero. No quiero con esto centrarme en el poder cedido, ni en el Estado, que también, sino en cómo ya no se piensa en libertad (aunque la palabra, obviamente, se siga utilizando), sino en cuál es el mejor condicionamiento. El liberalismo nació cuando aún creíamos mayormente en el libre albedrío, pero el conocimiento sobre el ser humano avanza y la teoría liberal se está quedando atrás. Quizás es bien cierto que la palabra "libertad" sigue generando atractivo, y que la explicación de la teoría liberal se volvería extremadamente compleja y poco marketiniana si el relato tuviera que hacer todas estas aclaraciones previas a la hora de mentar el término "libertad individual" ya sin culpa o incluso buscando no apelar a ello, lo cual sería, probablemente, extremadamente impopular. Pero es difícil negar que se trata de una falta de rigor que, a medida que la comprensión de la conducta del ser humano avanza, se hace más y más disonante. Con todo esto sólo quiero dejar sembrada para el futuro la posibilidad de que el relato liberal cambie por estos motivos, aunque si lo acaba haciendo, no será (al menos sólo) por rigor, sino por mercadotecnia, como cualquier teoría política que busque extenderse mínimamente.
Todo es condicionamiento. Si no nos condiciona un entorno inintencionado, lo hace el Estado. Pero si no, lo hace la escuela privada, la última campaña de Adidas o yo mismo colocando esta información ante tus ojos. Así pues, la idea liberal de permitir esferas de libertad individual para evitar injerencias en los planes de vida de la gente yerra desde el momento en que los planes de vida deseados por cada uno de nosotros son una manifestación de los condicionamientos que nos generan tal deseo. La pregunta, pues, ya no es si debemos diseñar un sistema que nos deje ser libres o uno que no. Ni siquiera es cuánta libertad se debe conceder, o si el dueño de esa libertad debe ser cada individuo, o la nación, o las empresas, o el Estado. La pregunta es en qué manos debe estar el entorno (la genética y la eugenesia las dejamos para otro día) que condicione nuestros actos como individuos y/o el devenir de la sociedad.

4. Importancia de la sensación de ser libre

Es obvio que, más allá de toda esta teoría, no es lo mismo vivir en un Estado policial, con toque de queda, cámaras en cada esquina, abusos frecuentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad e izado de bandera cada mañana en los colegios que en un Estado moderno sin nada de esto. Tampoco es lo mismo vivir en una utopía teórica libre de impuestos que en un Estado mastodóntico donde todo el fruto de tu tiempo y trabajo es absorbido por la fuerza un ente que lo reparte según sus intereses. Tampoco es igual que la ley permita que dos personas del mismo género se puedan casar a que no lo haga, o que la esclavitud esté abolida o permitida. Qué raro, ¿no? ¿Y por qué no es lo mismo, si somos igual de no-libres? Bueno, pues porque hay condicionamientos que se notan más que otros. Lo que hace que estas situaciones sean diferentes no es la diferencia de libertad, sino la diferencia en el bienestar producida por la diferencia, a su vez, en la sensación de libertad. No olvidemos que hemos sido programados por la evolución y la selección natural para sentir que decidimos, y para sentir malestar si no podemos experimentar esta sensación. Si queremos bienestar, debemos hacer lo que la evolución nos pide que hagamos, como seres humanos, para experimentar bienestar, a saber: sentirnos libres. Ya el hecho de estar últimamente descubriendo que no lo somos supone un gran varapalo, pero parece que de eso nos podemos reponer y vivir engañándonos la mayor parte del tiempo: de un sistema con condicionamientos claros no nos podemos reponer.

Llamamos "sistema sin libertades" a un sistema con condicionamientos que podemos notar; y "sistema libre" a uno en el que están determinados bien por un entorno inintencionado o bien por uno intencionado pero muy bien maquillado (y en este sentido se mueven frases como "No hay mejor cárcel que aquella en la que no se ven los barrotes", "Si no te mueves no notas las cadenas", "No hay mejor dictadura que la que parece una democracia", etc.).

Es eso lo que, a mi juicio, propugna verdaderamente el liberalismo: la consecución de un mayor bienestar a través de una falsa libertad individual. En este sentido, y si se asume esto, esa distinción del liberalismo como sistema amoral pierde mucha de su robustez: también buscamos aplicar un valor a los individuos que conforman una sociedad, aunque claro, para nada con el mismo grado de intervención ni de condicionamiento visible (de eso hablaré más tarde). Y ojo, hay muchos motivos para seguir depositando una honda esperanza en esta doctrina. En primer lugar, aunque insisto en que no se descarte un cambio en la dialéctica del liberalismo de aquí a un tiempo, el hecho de que siga utilizando la palabra "libertad", una vez visto que nuestro bienestar pasa por sentirla como real a pesar de su inexistencia, no parece tan grave. Yo mismo seguiré, por este motivo, diciendo "libertad", usando este término para referirme a lo que por esta palabra se explica mucho más rápido que dando rodeos, sobre todo ahora que ya he limpiado mi conciencia y siento que la puedo usar con rigor sabiendo de la falsedad que subyace en su fondo. En segundo lugar, la aplicación de sus principios, dialécticas aparte, ha resultado en que su principio de derivar los condicionamientos a formas no evidentes generen bienestar: ha generado cohesión social al igualar las esferas de "libertad" de las que hablábamos antes y al eliminar, como decía, gran parte de la pobreza. La abolición de la esclavitud, una forma de condicionamiento deprimentemente visible, fue defendida por liberales estadounidenses; el matrimonio homosexual también es defendido desde un punto de vista liberal. En tercer lugar, y como dijo el filósofo austríaco Karl Popper, "Que la libertad redunde en mayor prosperidad es una feliz coincidencia": con la "libertad" individual, la igualdad jurídica, la extensión de este albedrío a la propiedad privada y el "libre" intercambio (entiéndase como no programado directamente) de bienes y servicios, se ha posibilitado que millones de personas salgan de la pobreza.

5. Hipótesis de resolución

Sin embargo, la negación de la libertad que he hecho antes me permite introducir un ecuación muy simple e intuitiva, una simple hipótesis que lanzo: prescindir de condicionamientos evidentes será recomendable para una teoría política sólo cuando el bienestar que esto revierta sea mayor que el que generaría primar un condicionamiento determinado aún a costa de hacer un condicionamiento evidente. Aquí hablaré, por ejemplo, del consumo de drogas, de ese "crimen sin víctimas" que decía antes.
El drogadicto no tiene elección, es un esclavo de su adicción. Con esto no me pongo poético ni dramático: yo cuando voy a comprar el pan por la mañana tampoco podría haber elegido otra cosa, y por ende soy esclavo de todo el condicionamiento que finalmente ha hecho que compre el pan. Pero, en este caso, comprar el pan no genera un malestar que sea superior al malestar que me generaría que se me prohibiera comprarlo. Sin embargo, es posible que la prohibición de consumir drogas genere menos malestar (derivado de no sentirse libre) que el que generaría el efecto de consumirlas. Es ahí donde tenemos que asumir con madurez que el liberalismo interviene sobre las cosas (y las personas son cosas según cómo lo miremos) como teoría político-económica desde el mismo momento en que existe, y que no actuar es también intervenir. Puestos a intervenir, quizás sería positivo que buscáramos la forma más eficiente de hacerlo, y quizás haya excesos en el liberalismo que hagan de esta no actuación una "intervención" excesiva. Aún así se me podría cuestionar esta ecuación de "libertad"-bienestar propuesta. Primero, por subjetiva, y admito que hay dificultades técnicas para cuantificar ambos valores y compararlos (lo cual no hace, sin embargo, que haya que esquivar el debate). En segundo lugar, se podría igualar en validez la decisión condicionada del drogadicto de drogarse a la mía de comprar el pan, sin tener en cuenta el malestar generado (y lo notorio del condicionamiento, por cierto, ahora que me estoy dando cuenta... pero olvidemos eso por ahora). En ese caso, cabría preguntarse si no es acaso el bienestar de quienes quieren dejar al drogadicto serlo y sentir que son unos buenos liberales el que se está anteponiendo al bienestar del drogadicto, y si no es esto ya una injerencia en sus condicionamientos, aunque sea por medio de no actuar.
Casos similares podría aducir con la prostitución en ciertas condiciones, la gestación subrogada, los juegos de azar, ciertas conductas sexuales y otros crímenes sin víctima.

Más allá de estos, cabe mencionar el caso del marketing. El liberalismo quiere eliminar o reducir el Estado por, entre otros motivos, su injerencia en los planes de vida de las personas. Hasta cierto punto estoy de acuerdo. Sin embargo, transferir ese control de las vidas ajenas a otras personas que, incluso asociándose, pueden recurrir sin limitaciones a la más avanzada propaganda para controlar en su favor los deseos de estas primeras, no cambia absolutamente la situación, como poco. Ya denuncié esto en mi entrada "Una oferta que no podrá rechazar", en la que concluía diciendo "Desde que abandonáramos nuestro modo de vida de cazadores-recolectores, hemos tendido a un sistema en que nuestra despensa se llena no en función de la disponibilidad de alimento del entorno [, ni de aquello que nuestra capacidad de elección dictamine], sino de aquello que el marketing dictamine". Es cierto, empero, que hay varios motivos que a priori diferencian esto de una injerencia estatal absoluta: a saber, que cada uno puede hacer su propio marketing, existiendo una variedad compensatoria de "condicionadores"; que el ámbito de influencia puede ser más pequeño que las campañas estatales; que la persuasión publicitaria es más una extensión de la libertad de acción las personas que cuando lo hace un Estado burócrata y otras muchas razones. Además, hay que decir que el liberalismo no se saca el marketing de la nada: este ya está en nuestras sociedades en tanto que es la forma que se encuentra de incentivar el consumo. Así pues, el pecado del liberalismo es menor al no añadir nuevos problemas (problemas a mis ojos), sino mantener los que ya hay, con lo que no se hace descartable por ello. Por otra parte, toda persuasión es injerencia, y dictaminar cuán eficiente puede llegar a ser el marketing requiere autoridad y control, es decir: otro tipo de injerencia que puede ser manipulada en favor de interes oligárquicos. Sin embargo, y a pesar de estas concesiones, tengo que hacer dos apuntes: uno, que esa competencia de modelos de persuasión podría hacer evolucionar a esta mucho más rápido; y dos, que sigue siendo una injerencia a la libertad individual que los autores liberales defienden desde el momento en que unos saben cómo manipular y otros no saben cómo están siendo manipulados.

6. Epílogo

En fin. Como se puede ver, hay muchas cosas que me separan de una concepción ideal del liberalismo. Aquí me he centrado en su mismo principio de libertad, en lo que su defensa por eliminar los crímenes sin víctima revela de ellos mismos, y he comentado por encima el tema del marketing. Todavía hay más diferencias (también alguna en lo económico) que no he explayado ahora, en parte, por concluir, descansar y no tener que hacer memoria. Aún así, sigo depositando en sus ideas mucha confianza, y considero que, mayormente, acierta, por lo que me siento cercano a sus postulados. Aún me falta mucho por conocer de su teoría, por lo que esto que estoy diciendo podría ser revisado al alza o a la baja en cualquier momento.

Me he cansado de escribir, así que hasta luego. Que experimentéis mucho bienestar. Hala, a hacer las cosas que estáis predestinados a hacer, o, como lo solemos llamar: ¡a vivir!

I specifically requested the opposite of this by Sam Daley on Dribbble

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