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25/1/14

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Roberto en su galeón

Después de disculparme por pasar tanto tiempo sin ocurrírseme una buena idea para escribir, os voy a contar una emotiva historia para mí.

Yo era un niño feliz. Viví una buena infancia rodeado de amigos y felicidad, en la que aparentemente nada me faltó nunca. Sin embargo, había algo que comencé a ansiar, algo que le provocó varios dolores de cabeza a mi madre, y es que yo quería una mascota. Fuera perro o fuera gato, algo de lo que fardar en clase.
Acabé elaborando una encuesta sobre quién tenía mascotas en casa, y descubrí que en mi clase pertenecía a una minoría sin amigos perrunos ni tiernos mininos. Insistí, e insistí tanto que mi progenitora se dio por vencida. Me propuso un buen plan: yo seguía con buenas notas y ella me compraría, por fin... ¡Peces!
No lo iba a fastidiar en aquel momento, y aunque esperaba algo mejor, no lo rechazé. Las calificaciones me permitieron, meses más tarde, entrar a la tienda de animales de la mano de mi madre. Al frente ocupaban la pared varias peceras. De ellas saqué dos peces.
El primero era naranja y se llamaba Calipso (nombre concebido de mi imaginación).
El segundo, amarillo como el Sol, se llevó un nombre más humano: Roberto. Todo viene de este anuncio.


Y bueno, ese el el principio. Yo me sentía satisfecho con los dos peces coleteando contra la pared de la pecera. Roberto no paraba quieto, y Calipso era más tranquilo... Tan tranquilo que se murió y me partió el alma. Quise que tuviera dignidad y le pedí a mi padre que le hiciera una cajita de cartón, donde a modo de ataúd entró Calipso. Fue enterrado debajo de las piedras de un jardín.

A los dos días de conseguirlos, solo me quedaba un pez: Roberto, que parecía ajeno a mi dolor, nadaba y dormía sobre su palmera artificial, hasta que me hizo olvidarme de que un día hubo otro inquilino ahí y volví a ser feliz admirando los elegantes largos que se marcaba de un lado a otro de su humilde casa. Sin embargo, en uno de estos, y un par de años más tarde, debió de herirse. Tenía un pequeño corte que le surcaba un lateral. El problema se agravó. Lo intenté todo, pero ni enriqueciendo el agua con productos: el corte ya era importante, y este momento coincidió con mi partida a un viaje. Tuve que dejar la pecera y una carta de instrucciones a mi primo.
Yo no estaba para cuidarle, y finalmente, cuando volví a recogerle... Me encontré con un trozo de carne tirado sobre la arena falsa. No movía los ojos. No respiraba. No se retorcía. No coleteaba. Estaba muerto.

Roberto me acompañó más tiempo en mi vida: merecía algo mejor que un triste entierro. Así que mi padre rescató un cuadro pintado por él. En él aparece un imponente barco luchando contra las olas de una furiosa tempestad. Le hizo un marco al cuadro y colgó de él, con un anzuelo, a Roberto, recordándolo para siempre.
Ese cuadro está expuesto en un bar, permitiendo la eterna memoria de Roberto.

Próximamente: Pepa, el hámster.

1 comentario:

  1. El bar es el de esta entrada: http://nlohp.blogspot.com.es/2013/04/una-flauta-en-el-mandala.html

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