días

13/1/14

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Democracia planetaria

Pues he aquí un día de suerte: siete jornadas sin escribir y sin saber qué hacer en la próxima entrada, hasta que me la escriben a mí. El otro día soñé algo bastante loco, y, como si de un relato se tratara, voy a intentar contarlo aquí.

ADVERTENCIA: Hay partes no del todo lógicas. No olvides que el autor de esta historia es un cerebro en estado REM.



"Todo comenzó en mi clase. Los pupitres estaban ordenados en pequeños grupos, en vez de trazar filas. En uno de esos grupos estoy yo con una amiga mía, que estaba mascando chicle y había dejado un cubo de chucherías encima de la mesa.
Por lo visto, el profesor de Sociales (nadie a quien conozca realmente como tal) estaba de muy mala leche y oía el chicle.
-¿¡¡¡¿Quién está comiendo?!!!?- bramó, mientras registraba visualmente la clase.
No pareció ver el bote de chuches, pero sí a mi compañera mascando chicle al lado mío, con lo cual volvió a ladrar:
-¡Fuera de clase! ¿Alguien más?
Por un motivo o por otro, yo tenía otro chicle en la mano, así que... tuve que confesar.
-Yo...
Entonces el profesor nos echó y, con nosotros, al resto de la clase. Acabamos en en hall de entrada.

Por aquel entonces el Sol se había convertido en una Gigante Roja y la Tierra era cada vez más peligrosa: terreno yermo, radiación, calor... y cada día peor. De hecho, si mirabas al cielo se veía la esfera triplicada.
Así, ¿qué mejor momento para hacer de guía a mis compañeros de clase en un paseo por la ciudad? Eso hicimos, dar una vuelta bajo el Sol abrasador.
Finalmente, me cansé de estar en el planeta Tierra. Por suerte, habían construido otro planeta para que unos pocos pudiesen salvarse de aquel apocalipsis.

 Esos pocos eran elegidos al azar, y yo uno de ellos. De modo que cogí una nave espacial y subí a mi planeta fresquito.
Nada más pisar ¿tierra? me arrepentí: no había tenido suficiente tiempo para despedirme. Pensé:
"Antes de que sea un infierno, bajaré por última vez a la Tierra". Y bajé.
Aparecí en una calle italiana frente a una vieja pizzería. Entré y pedí una margherita mediana, antes de percatarme de que solo tenían dos mesas, dos sillas en cada una.
En la primera mesa estaba una buena amiga con otra compañera suya comiendo. Las saludé efusivamente.
En la segunda mesa, mi padre tomando un blanco. Me alegré de verle y me senté con él a charlar mientras poco a poco limpiaba el plato.
Luego decidí que el paseo había terminado. Entre sudores y picor de piel, pensé en subir a la nave espacial para ir a mi nuevo planeta, pero no todo estaba a mi favor... tres macarras me empezaron a seguir, buscando solo juerga y queriendo molestar. Se colaron en la nave y en el planeta, aún sin autorización.
El astro consistía en un pequeño pueblo con un kiosko y un bar.
En el pueblo había elecciones. Se iba a decidir el alcalde, que por el momento era una tal Amelia, también dueña del kiosko, con lo cual era pluriempleada (permitido en el poblado). Mi desesperación llegó cuando descubrí que los tres tipos que me habían seguido hasta el planeta se presentaban también a gobernar:
"Como salgan estos... entre que ya estamos mal y con recursos limitados, vamos a durar un telediario", razoné.
Debía evitarlo como fuera.
Entre como un rayo al bar del pueblo, donde estaban todos los habitantes absortos en la pantalla de la televisión: una película de Antena 3. En sus rostros leía esperanzas perdidas, tristeza y hasta indiferencia. Aún así lo intenté:
"¡Tenéis que votar a Amelia! ¡No podéis votar a los otros! ¡Que no vamos a poder sobrevivir!"
Nadie me escuchó. Me puse delante de la tele y lo repetí, y ahí fue cuando se fueron animando a hacerme caso, a votar a Amelia.
Los resultados se representaban con tres latas de Coca-Cola. Según lo abolladas que estuviesen, representaban el primer puesto (alcalde), segundo más votado o tercero. Y en esto se basaba mi plan B por si salían quienes yo no quería:
Por la plaza del pueblo, donde en una tarima se realizaban las elecciones y entrega de latas (para lo cual me había pedido voluntario yo), pasaba un canal artificial para que bajase el agua al llover mucho, y estaba bien cargada. Si los gamberros ganaban, tiraría las latas al río rápidamente para que no pudieran gobernar (¿?). El plan B me daba un poco de miedo, ¿y si me mataban al momento? Por esto, se lo propuse a mi padre, que de alguna manera había acabado al lado mío. Rápidamente me mostró su rechazo (el tampoco quería morir, claro). Además, hubo un detalle que nos echó para atrás: vimos en el parque del pueblo a un niño bomba. Llevaba dos globos pegados a la espalda, y por lo visto, en mi mundo de sueños, aquello eran bombas. ¡Seguro que las explotaban si les impedíamos gobernar! Finalmente me rendí.
"Que sea lo que Dios quiera".
Cuanto me quise dar cuenta, las elecciones se realizaban lanzando una jabalina, y ganaba uno u otro según dónde cayese. La lanza salió de la multitud, se clavó en el suelo. Hubo un breve silencio, y a continuación, un grito solitario:
"¡Amelia! ¡Amelia alcaldesa!"
Entonces todos gritaron su nombre, felices, y la llevaron en volandas hasta su kiosko, mientras lágrimas de felicidad y alivio brotaban de mis ojos..."

Tal vez esto sea producto de mi impaciencia por la próxima legislatura...

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